Tercera parte: Las penas de la vida
«Desde aquel día, aunque pareció sosegarse un poco por lo que le había dicho, el estado de Yun se agravó a ojos vista. […] Finalmente, me decidí a que la atendiera un médico, pero ella me lo impidió.
-La causa inicial de mi enfermedad es la desaparición de mi hermano menor, seguida inmediatamente por la muerte de mi madre, dos desgracias que me sacudieron con fuerza. A ello se agregó mi pasión por Han-yuan. Y ahora el disgusto de haber sido engañada viene a agravar aún más mi enfermedad. Además, siempre he sido demasiado cautelosa y me ha dado mucho miedo cometer errores. Pese a mi voluntad de cumplir con mis deberes de nuera, he fracasado completamente en ese papel y todo ello me provoca estos continuos accesos de vértigo y de palpitaciones. El mal ha alcanzado ya los órganos vitales de mi cuerpo y el mejor doctor no podría hacer otra cosa que cruzarse de brazos. Te ruego que te ahorres un gasto perfectamente inútil. Cuando recuerdo nuestros veintitrés años de vida conyugal, te estoy agradecida por haberme amado, por haberme rodeado de cuidados y de cariño y por no haberme abandonado a pesar de mis defectos. Pensando que encontré en ti a un amigo y a un esposo tan comprensivo, puedo sin lástima dejar este mundo. Contigo he estado bien calentita con mis ropas de algodón y he podido disfrutar siempre de comidas frugales pero completas, gozando plenamente de la armonía de nuestra pareja en un hogar feliz. Nos hemos solazado a gusto en paisajes hermosos de rocas y arroyos, como el Pabellón de las Olas Azules o la Villa de la Serenidad, y en muchas ocasiones me he sentido elevada al nivel de los Inmortales. Pero un auténtico Inmortal debe pasar por muchas reencarnaciones antes de alcanzar la iluminación. ¿Y quiénes somos nosotros para pretender acceder a ese estado durante una sola vida? En nuestro afán por obtener una felicidad superior a nuestra cuota como mortales, sólo hemos conseguido ofender al Creador, y es la razón por la cual nuestras pasiones han provocado nuestras desgracias. En el fondo, todo se deriva de tu amor, ¡demasiado grande para con una criatura de destino tan adverso como yo!
Tras una pausa, Yun prosiguió con una voz entrecortada por los sollozos.
-Aunque una vida bien pueda durar cien años, uno siempre acaba por morir algún día. Pero lo que realmente me oprime el corazón es separarme de ti de repente y para siempre, en la mitad de nuestra travesía, y no poder servirte hasta el final de tus días, ni presenciar con mis propios ojos la boda Feng-sen.
Al decir todo esto, rodaron por su rostro unas lágrimas del tamaño de guisantes. Yo me obligué a ser fuerte e hice todo lo que pude para consolarla.
-Ya hace ocho años que estás enferma -le dije- y varias veces, durante las crisis más agudas, creíste que había llegado tu última hora. ¿Por qué ahora, de repente, profieres semejante discurso que me desgarra el corazón?
-Estas últimas noches he estado soñando que mis padres me mandaban una lancha para llevarme de vuelta a casa -dijo Yun-. Cuando cierro los ojos tengo una extraña sensación de ligereza, es como si flotara entre las nubes. Parece que mi espíritu ya se hubiera marchado y sólo quedara mi cuerpo.
-Se trata solamente del efecto de tu extrema debilidad -le dije-. Estoy seguro de que si tomaras algunas medicinas, te relajaras y te cuidaras como es debido, recobrarías la salud.
Pero Yun continuó hablando, ahogada su voz por el llanto.
-Si yo pensara que me queda un último hilo de vida, jamás me permitiría alarmarte diciéndote todo esto. Pero sé que hoy mi último viaje está muy cerca y que es el momento de que te hable, pues lo que no te diga ahora ya nunca podré decírtelo. Únicamente por mi culpa has perdido el afecto y la confianza de tus padres y llevas la vida errante de un exiliado. Después de mi muerte, ellos te devolverán su cariño, y tú procura no mostrarte reticente con ellos. Su edad ya es avanzada y tú deberías regresar de inmediato a su lado cuando yo ya no esté. Si no puedes trasladar mi cuerpo a mi región natal, no me importa que dejes mi ataúd aquí provisionalmente hasta que puedas ocuparte de los funerales. También deseo que prosigas tu camino con una mujer que sea bella y buena a la vez y que, en mi lugar, pueda servir a nuestros padres y cuidar de nuestros hijos. Si haces eso por mí, podré morir en paz.
Cuando hubo dicho esto, soltó un enorme gemido de tristeza y se sumió en las lágrimas como si se le estuviera partiendo el corazón en tremenda agonía.
-Aunque me dejaras a medio camino -exclamé-, nunca querría volver a casarme. Además, ya conoces el dicho, "difícilmente aprecia un arroyo aquel que vio el océano, y no hay nubes que se puedan comparar con las del monte Wu*".
Entonces Yu me cogió de la mano y pareció que quería seguir hablando, pero sólo pudo repetir estas palabras entre suspiros: "en la próxima vida", "en la próxima vida"...
De repente se calló y empezó a jadear, se le puso rígida la mandíbula y sus ojo se dilataron como si mirara a lo lejos. La llamé por su nombre por lo menos cien veces, pero todo fue en vano. Ya no podía hablar. Dos ríos de agónicas lágrimas seguían corriendo por sus mejillas, pero finalmente cesaron sus jadeos y se secaron sus lágrimas. Su alma se apagó para siempre y empezó su largo viaje.
Esto sucedió el trigésimo día del tercer mes del séptimo año del reinado del emperador Jiaqing.»
*Dos versos muy conocidos del gran poeta Yuan Tchen (779-831), de la época de la dinastía Tang. El monte Wu, en la provincia de Sichuan, encierra uno de los tres famosos desfiladeros del Yangtsé. Según la leyenda, el monte Wu está habitado por una divinidad de la belleza rodeada de nubes, y referirse a las nubes del monte Wu es evocar el amor. (N. del T.)
[El texto pertenece a la edición en español de Plataforma Editorial, 2012, en traducción de Ricard Vela. ISBN: 978-84-15577-48-5.]
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