martes, 4 de febrero de 2020

Los tres viajes alrededor del mundo. Diarios.- James Cook (1728-1779)

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Segundo viaje
Descripción de la isla de Pascua

«Ninguna nación tiene interés en reivindicar el descubrimiento de esta isla, pues pocos lugares del mundo ofrecen menos comodidades para la navegación. No hay un fondeadero seguro ni agua dulce útil para llevarse. La naturaleza se ha mostrado muy avara con sus dones hacia esta isla. Todo se debe hacer crecer a fuerza de fatiga, y no hay pues razón para que sus habitantes planten más allá de cuanto ellos necesitan, y dado que no son numerosos es imposible que tengan mucho de superfluo para poner a disposición de los extranjeros de paso. Los productos de la isla son: patatas, ñames, raíces de taro, bananas y caña de azúcar, todo de buena calidad, especialmente las patatas, que son, en su especie, las mejores que jamás haya comido. Tienen también calabazas pero en una cantidad tan pequeña que un racimo de nueces de coco era lo más preciado que pudiéramos darles. Tienen también algunas aves domesticadas, tales como gallos y gallinas, pequeñas pero con buen sabor. También hay ratones, y creo que se los comen, pues vi a un hombre con algunos muertos en la mano y no quería desprenderse de ellos, dándome a entender que estaban destinados a su nutrición. Casi no había pájaros terrestres y pocas aves marinas; tan sólo pájaros tropicales, algunos cola de paja, etc. Tampoco había abundancia de peces en la costa; en todo caso, fueron muy pocos los que vimos en manos de los indígenas.
  Tales son los productos de la isla de Pascua o tierra de Davis, que está situada en la latitud sur a 27º 5’ 30’’, longitud oeste a 109º 46’ 20’’. Su contorno es de unas diez a doce leguas, con superficie pedregosa y montañosa y una costa escarpada. Sus colinas tienen una altura que permite verlas desde cuarenta o cincuenta leguas. Frente al extremo meridional hay dos islotes de roca situados cerca de la ensenada. Las puntas del norte y este de la isla se elevan directamente desde el mar con una altura considerable; entre ellas, por el sureste, la costa forma una bahía abierta donde creo que fondearon los holandeses. Echamos ancla, según he dicho, al lado oeste de la isla, a tres millas al norte de la punta meridional, con la playa de arena que nos quedaba al estesureste. Es una buena rada con viento del este, pero peligrosa con viento del oeste, lo mismo que debe serlo la otra, al lado sur, con viento del este.
  Por esta razón, y a causa de los demás inconvenientes ya mencionados, tan sólo en caso de necesidad absoluta debería alguien decidirse a tocar esta isla, a menos que no pudiera hacerlo sin un gran desvío, y en este caso tocar aquí podría tener sus ventajas, pues los habitantes ofrecen gustosos y con facilidad de lo poco de que disponen y a precios razonables. Los pocos víveres que nos sirvieron fueron sin duda un gran alivio, pero un navío debe tener ciertamente auténtica necesidad de agua para arribar aquí y eso es justamente lo que uno puede venir a buscar. Subimos a bordo algo de agua, que no era potable, pues no se trata sino de agua salada filtrada a través de una playa de arena en un pozo construido por los nativos con este fin, un poco al sur de la playa de arena de la que he hablado, y el agua subía y bajaba en el interior con la marea.
  No debe haber en esta isla más de seis o setecientos habitantes, y más de dos tercios de los que vimos eran del sexo masculino. O bien las mujeres son pocas aquí, o a muchas se les impidió ser vistas durante nuestra estancia. Nada, sin embargo, parecía aparentemente indicar que los hombres fueran de un temperamento celoso o que las mujeres temieran mostrarse en público, pero es ciertamente un motivo de esta naturaleza lo que determina su conducta. Por su color, las costumbres y la lengua, tienen una semejanza tan grande con los pueblos de las islas más occidentales que nadie puede dudar de su origen común. Es extraordinario que la misma raza se haya expandido en todas las islas de este vasto océano, desde Nueva Zelanda a esta isla, pues ello abarca casi un cuarto de la circunferencia del globo. Muchos de ellos no poseen ningún conocimiento mutuo, unos de otros, más que los transmitidos por antiguas tradiciones en el transcurso de los tiempos; se puede decir que se han convertido en naciones distintas y cada una ha adoptado una costumbre o uso particular. No obstante, un observador atento no tardará en descubrir las afinidades que tienen entre sí.
  Los habitantes de esta isla son, en general, de una raza débil y su talla es pequeña. No he visto ningún hombre que llegara a los seis pies de altura, tanto es lo que les aleja de ser unos gigantes, según afirma uno de los autores del Viaje de Roggewin. Son vivaces y activos, con rasgos regulares bastante agradables, bien dispuestos y hospitalarios con los extranjeros, pero rivalizando con sus vecinos por su propensión al hurto.
  El tatuaje, o marcas sobre la piel, está muy extendido en esta isla. Los hombres están marcados de pies a cabeza con signos más o menos iguales, a los que dan direcciones distintas según sus gustos. Las mujeres van menos marcadas, pero se adornan con pintura roja y blanca; también los hombres suelen pintarse; el rojo se hace con tamarisco, pero no sé de dónde sacan el blanco… Confieso que ignoro por completo en qué consiste el poder o la autoridad de los jefes, o el gobierno de estos pueblos.
  Tampoco conocemos su religión mucho mejor. Las gigantescas estatuas tan a menudo mencionadas no son ídolos, nada indica que lo sean por el modo como son hoy en día consideradas por los habitantes de la isla, aunque pudieron serlo cuando los holandeses visitaron la isla. Creo más bien que se trata de las sepulturas de ciertas tribus o familias. He visto, y también otras personas, un esqueleto humano que se acababa de cubrir de piedras, extendido sobre una de las terrazas. Hay terrazas de albañilería que tienen treinta o cuarenta pies de longitud, de doce a dieciséis de ancho por tres a doce de alto. La altura depende de la naturaleza del suelo. Estas estatuas se hallan por lo general justo al borde de los acantilados y de cara al mar, de suerte que de este lado pueden llegar a medir diez o doce pies de altura, o más, midiendo del otro tres o cuatro únicamente. En la fachada están construidas por grandes piedras talladas con un trabajo no inferior al de las mejores obras de albañilería simple que hemos visto en Inglaterra. No se emplea ningún tipo de cemento y, no obstante, las juntas son extremadamente prietas, con las piedras muescadas e insertadas unas en las otras con enorme pericia. Los muros de los lados no son perpendiculares, sino algo inclinados hacia dentro, de la misma forma que se construyen los parapetos en Europa. Y, sin embargo, tanto cuidado, tanto esfuerzo y destreza no han podido preservar esos curiosos monumentos de los estragos del tiempo, que lo devora todo.
  La mayor parte de las estatuas se levanta sobre estas plataformas que les sirven de base. Están talladas hasta medio cuerpo, en la medida en que se puede juzgar,  y terminan en una especie de tronco que llega hasta la base sobre la que se apoyan. El trabajo es algo grosero, pero no malo, y no están mal indicados los rasgos del rostro, especialmente la nariz y la barbilla, pero con unas orejas de una longitud desmesurada; en cuanto al cuerpo, apenas se puede decir que tenga una forma humana.
  Tan sólo he tenido ocasión de examinar dos o tres de estas estatuas próximas al desembarcadero; eran de piedra gris, que parecía ser del mismo tipo que la de las plataformas. Pero algunos de nuestros señores que recorrieron la isla examinando varias de ellas, eran de la opinión que la piedra de la que estaban hechas era diferente de cualquier otra que hubiesen visto en la isla, y tenía el aspecto de ser facticia. Nos costaba imaginar cómo esos isleños totalmente desprovistos de medios mecánicos pudieron levantar estas sorprendentes esculturas y colocar luego sobre sus cabezas las grandes piedras cilíndricas de las que ya he hablado. El único procedimiento que puedo imaginar sería elevar un extremo poco a poco, sosteniéndolo con piedras a medida que se levanta y construyendo debajo hasta tenerla de pie. Se habría hecho así una especie de montículo o de andamio que luego se retiraría. Pero si se trata de bloques que no son de una sola pieza, o facticios, las estatuas pudieron erigirse en el lugar en su posición actual, o colocar luego el cilindro superior mediante la construcción de un montículo circular, tal como ya he expuesto. Fuera por éste o por otros medios, debió de ser una obra de largo aliento y muestra bien el grado de empresa y perseverancia de estos isleños en la época en que se levantaron las estatuas. Los que actualmente habitan la isla no han tenido nada que ver, ya que ni siquiera han reparado los fundamentos de las estatuas que se deterioran. Las llaman con nombres diferentes, tales como Gotomoaro, Marapti Kanaro, Gohounitougou, Matta-Matta, etc., precedidos a veces del nombre Moi, o seguidos del nombre Driki. Si hemos entendido bien, esta última palabra significa “jefe” y la primera “lugar de sepultura” o “de sueño”.»

       [El texto pertenece a la edición en español de José J. de Olañeta, Editor, 2000, en traducción de Mateu Grimalt. ISBN: 84-7651-862-5.] 

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