Segundo viaje
Descripción de la isla de Pascua
«Ninguna
nación tiene interés en reivindicar el descubrimiento de esta isla, pues pocos
lugares del mundo ofrecen menos comodidades para la navegación. No hay un
fondeadero seguro ni agua dulce útil para llevarse. La naturaleza se ha
mostrado muy avara con sus dones hacia esta isla. Todo se debe hacer crecer a
fuerza de fatiga, y no hay pues razón para que sus habitantes planten más allá
de cuanto ellos necesitan, y dado que no son numerosos es imposible que tengan
mucho de superfluo para poner a disposición de los extranjeros de paso. Los
productos de la isla son: patatas, ñames, raíces de taro, bananas y caña de
azúcar, todo de buena calidad, especialmente las patatas, que son, en su
especie, las mejores que jamás haya comido. Tienen también calabazas pero en
una cantidad tan pequeña que un racimo de nueces de coco era lo más preciado
que pudiéramos darles. Tienen también algunas aves domesticadas, tales como
gallos y gallinas, pequeñas pero con buen sabor. También hay ratones, y creo
que se los comen, pues vi a un hombre con algunos muertos en la mano y no
quería desprenderse de ellos, dándome a entender que estaban destinados a su
nutrición. Casi no había pájaros terrestres y pocas aves marinas; tan sólo
pájaros tropicales, algunos cola de paja, etc. Tampoco había abundancia de
peces en la costa; en todo caso, fueron muy pocos los que vimos en manos de los
indígenas.
Tales son
los productos de la isla de Pascua o tierra de Davis, que está situada en la
latitud sur a 27º 5’ 30’’, longitud oeste a 109º 46’ 20’’. Su contorno es de
unas diez a doce leguas, con superficie pedregosa y montañosa y una costa
escarpada. Sus colinas tienen una altura que permite verlas desde cuarenta o
cincuenta leguas. Frente al extremo meridional hay dos islotes de roca situados
cerca de la ensenada. Las puntas del norte y este de la isla se elevan
directamente desde el mar con una altura considerable; entre ellas, por el
sureste, la costa forma una bahía abierta donde creo que fondearon los
holandeses. Echamos ancla, según he dicho, al lado oeste de la isla, a tres
millas al norte de la punta meridional, con la playa de arena que nos quedaba
al estesureste. Es una buena rada con viento del este, pero peligrosa con
viento del oeste, lo mismo que debe serlo la otra, al lado sur, con viento del
este.
Por esta
razón, y a causa de los demás inconvenientes ya mencionados, tan sólo en caso
de necesidad absoluta debería alguien decidirse a tocar esta isla, a menos que
no pudiera hacerlo sin un gran desvío, y en este caso tocar aquí podría tener
sus ventajas, pues los habitantes ofrecen gustosos y con facilidad de lo poco
de que disponen y a precios razonables. Los pocos víveres que nos sirvieron
fueron sin duda un gran alivio, pero un navío debe tener ciertamente auténtica
necesidad de agua para arribar aquí y eso es justamente lo que uno puede venir
a buscar. Subimos a bordo algo de agua, que no era potable, pues no se trata
sino de agua salada filtrada a través de una playa de arena en un pozo
construido por los nativos con este fin, un poco al sur de la playa de arena de
la que he hablado, y el agua subía y bajaba en el interior con la marea.
No debe
haber en esta isla más de seis o setecientos habitantes, y más de dos tercios
de los que vimos eran del sexo masculino. O bien las mujeres son pocas aquí, o
a muchas se les impidió ser vistas durante nuestra estancia. Nada, sin embargo,
parecía aparentemente indicar que los hombres fueran de un temperamento celoso
o que las mujeres temieran mostrarse en público, pero es ciertamente un motivo
de esta naturaleza lo que determina su conducta. Por su color, las costumbres y
la lengua, tienen una semejanza tan grande con los pueblos de las islas más
occidentales que nadie puede dudar de su origen común. Es extraordinario que la
misma raza se haya expandido en todas las islas de este vasto océano, desde
Nueva Zelanda a esta isla, pues ello abarca casi un cuarto de la circunferencia
del globo. Muchos de ellos no poseen ningún conocimiento mutuo, unos de otros,
más que los transmitidos por antiguas tradiciones en el transcurso de los
tiempos; se puede decir que se han convertido en naciones distintas y cada una
ha adoptado una costumbre o uso particular. No obstante, un observador atento
no tardará en descubrir las afinidades que tienen entre sí.
Los
habitantes de esta isla son, en general, de una raza débil y su talla es
pequeña. No he visto ningún hombre que llegara a los seis pies de altura, tanto
es lo que les aleja de ser unos gigantes, según afirma uno de los autores del Viaje de Roggewin. Son vivaces y activos,
con rasgos regulares bastante agradables, bien dispuestos y hospitalarios con
los extranjeros, pero rivalizando con sus vecinos por su propensión al hurto.
El
tatuaje, o marcas sobre la piel, está muy extendido en esta isla. Los hombres
están marcados de pies a cabeza con signos más o menos iguales, a los que dan
direcciones distintas según sus gustos. Las mujeres van menos marcadas, pero se
adornan con pintura roja y blanca; también los hombres suelen pintarse; el rojo
se hace con tamarisco, pero no sé de dónde sacan el blanco… Confieso que ignoro
por completo en qué consiste el poder o la autoridad de los jefes, o el
gobierno de estos pueblos.
Tampoco
conocemos su religión mucho mejor. Las gigantescas estatuas tan a menudo
mencionadas no son ídolos, nada indica que lo sean por el modo como son hoy en
día consideradas por los habitantes de la isla, aunque pudieron serlo cuando
los holandeses visitaron la isla. Creo más bien que se trata de las sepulturas
de ciertas tribus o familias. He visto, y también otras personas, un esqueleto
humano que se acababa de cubrir de piedras, extendido sobre una de las
terrazas. Hay terrazas de albañilería que tienen treinta o cuarenta pies de
longitud, de doce a dieciséis de ancho por tres a doce de alto. La altura depende
de la naturaleza del suelo. Estas estatuas se hallan por lo general justo al
borde de los acantilados y de cara al mar, de suerte que de este lado pueden
llegar a medir diez o doce pies de altura, o más, midiendo del otro tres o
cuatro únicamente. En la fachada están construidas por grandes piedras talladas
con un trabajo no inferior al de las mejores obras de albañilería simple que
hemos visto en Inglaterra. No se emplea ningún tipo de cemento y, no obstante,
las juntas son extremadamente prietas, con las piedras muescadas e insertadas
unas en las otras con enorme pericia. Los muros de los lados no son
perpendiculares, sino algo inclinados hacia dentro, de la misma forma que se
construyen los parapetos en Europa. Y, sin embargo, tanto cuidado, tanto esfuerzo
y destreza no han podido preservar esos curiosos monumentos de los estragos del
tiempo, que lo devora todo.
La mayor
parte de las estatuas se levanta sobre estas plataformas que les sirven de
base. Están talladas hasta medio cuerpo, en la medida en que se puede
juzgar, y terminan en una especie de
tronco que llega hasta la base sobre la que se apoyan. El trabajo es algo
grosero, pero no malo, y no están mal indicados los rasgos del rostro,
especialmente la nariz y la barbilla, pero con unas orejas de una longitud
desmesurada; en cuanto al cuerpo, apenas se puede decir que tenga una forma
humana.
Tan sólo
he tenido ocasión de examinar dos o tres de estas estatuas próximas al
desembarcadero; eran de piedra gris, que parecía ser del mismo tipo que la de
las plataformas. Pero algunos de nuestros señores que recorrieron la isla
examinando varias de ellas, eran de la opinión que la piedra de la que estaban
hechas era diferente de cualquier otra que hubiesen visto en la isla, y tenía
el aspecto de ser facticia. Nos costaba imaginar cómo esos isleños totalmente
desprovistos de medios mecánicos pudieron levantar estas sorprendentes
esculturas y colocar luego sobre sus cabezas las grandes piedras cilíndricas de
las que ya he hablado. El único procedimiento que puedo imaginar sería elevar
un extremo poco a poco, sosteniéndolo con piedras a medida que se levanta y
construyendo debajo hasta tenerla de pie. Se habría hecho así una especie de
montículo o de andamio que luego se retiraría. Pero si se trata de bloques que
no son de una sola pieza, o facticios, las estatuas pudieron erigirse en el
lugar en su posición actual, o colocar luego el cilindro superior mediante la
construcción de un montículo circular, tal como ya he expuesto. Fuera por éste
o por otros medios, debió de ser una obra de largo aliento y muestra bien el
grado de empresa y perseverancia de estos isleños en la época en que se
levantaron las estatuas. Los que actualmente habitan la isla no han tenido nada
que ver, ya que ni siquiera han reparado los fundamentos de las estatuas que se
deterioran. Las llaman con nombres diferentes, tales como Gotomoaro, Marapti
Kanaro, Gohounitougou, Matta-Matta, etc., precedidos a veces del nombre Moi, o
seguidos del nombre Driki. Si hemos entendido bien, esta última palabra
significa “jefe” y la primera “lugar de sepultura” o “de sueño”.»
[El texto
pertenece a la edición en español de José J. de Olañeta, Editor, 2000, en
traducción de Mateu Grimalt. ISBN: 84-7651-862-5.]
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Realiza tu comentario: