jueves, 20 de febrero de 2020

Locuras de Europa.- Diego de Saavedra Fajardo (1584-1648)

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«Luciano: […] Conocen también que los holandeses, con el mismo intento, no desean que el reino de Portugal se mantenga libre de las guerras con Castilla, sino que consuma en ella su ente y tesoros, y que haya menester ocupar en sus costas las fuerzas marítimas para que no puedan continuar la navegación y comercio, ni mantener las plazas y factorías del Brasil e Indias Orientales, adonde se apartan de las confederaciones hechas con Portugal,  y con la comunicación de sus sectas se van haciendo más guerra que pudieran con las armas, con que en pocos años se verán  todas las Indias inficionadas y fuera de la obediencia de Portugal.
 Mercurio: Casi las mismas razones, y otras no menos fuertes, concurren en la rebelión de Cataluña, y aun no acaban de convencer sus daños y calamidades la obstinación de aquellos ánimos; los cuales, contra la oposición de la naturaleza y los dispuesto por la Providencia divina, que no acaso la dividió de Francia con los altos muros de los Pirineos y con los fosos del Mediterráneo, se entregaron a ella.
 Luciano: Por gran locura tuvieron las naciones el que se apartasen de la obediencia de su señor natural; y no para vivir libres, sino para ser vasallos y sujetos a una nación extranjera.
 Mercurio: Y tan aborrecida dellos, que un francés refiere en el libro intitulado Cataluña francesa, por una boca de un catalán, que el francés nacido en el principado aborrece a su padre porque es francés.
 Luciano: Buen testimonio es ese para los catalanes. Yo creía que era grande el ingenio dellos, por ser Cataluña poblada de los franceses y que aún conserva muchas palabras en aquel lenguaje.
 Mercurio: Es ese uno de los engaños con que el mismo autor procura granjear los ánimos de los catalanes, haciéndolos franceses; porque no proceden de otro que de sí mismos, después que entró en España Túbal; si bien siglos después, pasando a Cataluña los catulos y alanos, de los cuales se formó el nombre, y sucediéndolos los godos, trasladando sus reyes la silla real de Narbona a Barcelona, pasó también con la corte el lenguaje y se corrompió el antiguo.
 Luciano: También intenta probar que Barcelona fue conquistada por Carlomagno, y que desde entonces quedó Cataluña feudataria a Francia, para mostrar con esto que fue justa la rebelión, volviendo a su directo señor.
 Mercurio: En esta proposición se envuelven grandes desinios, porque no es sólo para excusar la rebelión, sino también para tener prevenida con tiempo la justificación del rompimiento de los fueros de aquel principado, en que desde ahora piensan los franceses, para establecer un dominio absolutamente soberano; porque, siendo los reyes de Francia señores directos, y no habiendo alguno dellos confirmado ni jurado sus fueros, sino solamente los condes de Cataluña, y después los reyes de Aragón y de Castilla, no estarán obligados a su observancia.
 Luciano: No es posible que el rey de Francia pueda mantener a Cataluña como la mantenía el rey de España, dejándolos gozar su libertad y fueros; porque confinando con Aragón y Valencia, sin ríos ni montes bastantes para asegurarla, será fuerza que la haga colonia de Francia, mudando los fueros, las costumbres y el lenguaje, imponiéndole presidios, ciudadelas y fortalezas que se sustenten con nuevas imposiciones, y aun mezclándola con poblaciones de Francia para que pierda el amor a España; con que de todo punto muden de naturaleza, principalmente si los derechos que alegan son verdaderos.
 Mercurio: Para estas tiranías, dan bastante pretextos, pero en sí son muy falsos; porque no fue Carlomagno sino el emperador Luis el Pío, quien, después de haber obligado los cristianos catalanes a los moros a entregar a Barcelona, asistió para que lo ejecutasen, ofreciéndoles su protección en orden a conservar su libertad; y después su hermano el emperador Carlos Graso se la ofreció y concedió por juro de heredad; y Carlos el Calvo concedió la soberanía a Ufredo el Segundo, sus hijos y descendientes, con la reservación de las apelaciones; y esto no como a reyes de Francia, sino como a emperadores; sin que después se haya ejecutado lo uno ni lo otro, como consta de los privilegios de los emperadores Ludovico y Carlos, dados en Aquisgrana, y de los autos desta entrega; habiendo los condes de Barcelona conservado desde aquel tiempo su soberanía independiente de Francia y del imperio. Bien conoció el santo rey Luis la vanidad deste pretenso derecho, cuando por vía de transacción le renunció al rey don Jaime de Aragón; y cuando Carlomagno o sus hijos  hubieran tenido algún derecho a Cataluña, es heredero suyo el rey de España, y como más próximo en sangre, sucede en todas sucesiones y derechos. Este punto no merece largos discursos, pues se sabe que antes de eso la Galia Gótica, Cataluña y toda España pertenecían a los reyes godos, por derecho de donaciones y contratos de los emperadores, sus legítimos señores, y por el de las armas, habiéndolas conquistado; y que por la pérdida de España ni por la prescripción del tiempo no le perdieron sus descendientes, pues siempre con la espada en la mano procuraron mantenelle.
 Luciano: No serán tan necios los catalanes, que pongan en disputa la antigua soberanía de sus condes.
 Mercurio: Ni que se diga que hasta aquí han sido feudatarios, sin que dejen de conocer que ninguna provincia gozaba mayores bienes ni más feliz que Cataluña, porque ella era señora de sí misma, se gobernaba por sus mismos fueros, estilos y costumbres, vivía en suma paz y quietud, teniendo un rey poderoso, más para su defensa y para gozar de su protección, de sus mercedes y favores y de todos los bienes de sus reinos y estados, que para ejercer en ella su soberanía. No le imponía tributos ni la obligaba a asistencias. Si algunas daban, eran donativas, concedidas por graciosa liberalidad y no por apremio. Si le enviaban comisarios, representaban la autoridad de embajadores; sus órdenes no eran mandatos, sino proposiciones, las que no se ejecutaban sin su mismo consentimiento.»

    [El texto pertenece a la edición en español de Ediciones Orbis, 1983. ISBN: 84-7530-420-6.]

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