LX
«Sabes que sé que sabes,
señor mío,
que vengo por gozarte más
cercano,
que soy yo quien te busca; si es
mi mano,
¿por qué no saludarnos sin
desvío?
Si es cierta la esperanza que te
fío
y a mi anhelo respondes soberano,
rómpase el muro entre los dos
tirano,
que al ocultarse un mal, dobla su
brío.
Si sólo amo de ti, señor querido,
lo que más amas tú, ya
condesciende,
pues mi alma es de la tuya
compañera.
Lo que en tu bella faz aprendo
ardido,
el ingenio del hombre mal
comprende:
ha de morir el que saberlo
quiera.
[…]
LXXXVII
Querer quisiera, oh Dios, lo que no quiero
entre el fuego y mi hielo, allí
se esconde
un velo por el cual no
corresponde
la pluma a mi papel, lo hace
embustero.
Te amo con la lengua y desespero,
pues tu amor no me mueve y no sé
dónde
abrir paso a la gracia que me
inunde
y derrote por fin mi orgullo
fiero.
¡Rasga el velo, Señor, rompe ese
muro
que con dureza cruel aún retrasa
el gran sol de tu luz, que nos
calienta!
La prometida luz, a tu conjuro,
llegue a tu bella esposa, y que
su brasa
mi pecho alumbre y sólo a ti te
sienta.
[…]
XC
Me amo más que nunca me
había amado
y valgo más desde que tu figura
vive en mi corazón, cual la
escultura
más vale aún que el bloque no
tallado.
Como algún folio escrito o
dibujado
que un trozo vale más sin
escritura,
valgo, desde que gozo la ventura
de que tus ojos me hayan
señalado.
Con ese signo, firme, donde
llego,
cuidados y peligros tengo a
menos.
Con tu señal doy luz a todo
ciego,
al fuego venzo yo, y al agua
helada
y con mi esputo sano los venenos.
[…]
CIX
No es siempre a todos apreciable y caro / lo
que al sentido tienta
mientras alguien lo sienta / aun
si es muy dulce, pésimo y amargo.
El buen gusto es tan raro / que a
la opinión del vulgo errante cede
quien a solas lo goza sin
embargo. / Así yo pierdo, avaro,
a quien saber no puede / de un
alma triste ayes y dolores.
El mundo es ciego y da lauros y
honores / a aquel que menos digno se revele,
cual látigo que al par enseña y
duele.
[…]
CCXLVII
Me place el sueño, y más ser
piedra inerte / mientras el daño y la ignominia duran.
No ver, nada sentir, me es gran
ventura. / ¡Baja la voz! Que nadie me despierte.
[…]
CCLXIX
Bien puede, al par de mi ardiente deseo
la esperanza brotar, y no
engañosa;
si nuestra ansia al cielo es
enojosa,
¿por qué Dios creó el mundo cual
lo veo?
Y ¿qué ocasión mejor, a lo que creo,
de amarte hay que gloriar la paz
dichosa
que torna en ti divina toda cosa
y del alma piadosa es el recreo?
Falsa esperanza es la de amor que
acaba
con la beldad que mengua a cada
instante,
y adora faz que cambia de
improviso.
Y es dulce aquella que en pudor
se graba,
que ante arrugas y muerte es más
constante
siempre, y aquí promete el
paraíso.»
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