«Estos versos, lector mío, / que a tu deleite
consagro, / y sólo tienen de buenos / conocer yo que son malos,
ni disputártelos quiero / ni
quiero recomendarlos, / porque eso fuera querer / hacer de ellos mucho caso.
No agradecido te busco: / pues no
debes, bien mirado, / estimar lo que yo nunca / juzgué que fuera a tus manos.
En tu libertad te pongo / si
quieres censurarlos; / pues de que, al cabo, te estás / en ella, estoy muy al
cabo.
No hay cosa más libre que / el entendimiento
humano: / pues lo que Dios no violenta, / ¿por qué he de yo violentarlo?
Di cuanto quisieres de ellos, / que, cuando
más inhumano / me los mordieres, entonces / me quedas más obligado,
pues le debes a mi musa / el más
sazonado plato, / que es el murmurar, según / un adagio cortesano.
Y siempre te sirvo, pues / o te
agrado, o no te agrado: / si te agrado, te diviertes; / murmuras, si no te
cuadro.
Bien pudiera yo decirte, / por
disculpa, que no ha dado / lugar para corregirlos / la prisa de los traslados;
que van de diversas letras, / y
que algunas, de muchachos, / matan de suerte el sentido / que es cadáver el
vocablo;
y que, cuando los he hecho, / ha
sido en el corto espacio / que ferian al ocio las / precisiones de mi estado;
que tengo poca salud / y
continuos embarazos, / tales, que aun diciendo esto, / llevo la pluma trotando.
Pero todo eso no sirve, / pues
pensarás que me jacto / de que quizá fueran buenos / a haberlos hecho despacio;
y no quiero que tal creas, / sino
sólo que es el darlos / a la luz tan sólo por / obedecer un mandato.
Esto es si gustas creerlo, / que
sobre eso no me mato, / pues al cabo harás lo que / se te pusiere en los
cascos.
Y adiós, que esto no es más
de / darte la muestra del paño: / si no
te agrada la pieza, / no desenvuelvas el fardo.
[…]
[3] Soneto [de Poesía amorosa]
(Resuelve la cuestión de cuál sea pesar más molesto en encontradas
correspondencias, amar o aborrecer)
Que no me quiera Fabio, al verse amado, / es
dolor sin igual en mí sentido;
mas, que me quiera Silvio
aborrecido, / es menor mal, mas no menor enfado.
¿Qué sufrimiento no estará
cansado / si siempre le resuenan al oído,
tras la vana arrogancia de un
querido, / el cansado gemir de un desdeñado?
Si de Silvio me cansa el
rendimiento, / a Fabio canso con estar rendida;
si de éste busco el
agradecimiento, / a mí me busca el otro agradecida:
por activa y pasiva es mi
tormento, / pues padezco en querer y en ser querida.
[4] Soneto [de Poesía amorosa]
(Prosigue el mismo asunto y determina que prevalezca la razón contra el
gusto.)
Al que ingrato me deja, busco
amante; / al que amante me sigue, dejo ingrata;
constante adoro a quien mi amor
maltrata; / maltrato a quien mi amor busca constante.
Al que trato de amor, hallo diamante,
/ y soy diamante al que de amor me trata;
triunfante quiero ver al que me
mata, / y mato a quien me quiere ver triunfante.
Si a éste pago, padece mi deseo;
/ si ruego a aquél, mi pundonor enojo:
de entrambos modos infeliz me
veo. / Pero yo por mejor partido escojo,
de quien no quiero, ser violento
empleo, / que de quien no me quiere, vil despojo.
[5] Soneto [de Poesía amorosa]
(Continúa el asunto y aun le expresa con más viva elegancia.)
Feliciano me adora, y le
aborrezco; / Lisardo me aborrece, y yo le adoro;
por quien no me apetece ingrato,
lloro, / y al que me llora tierno, no apetezco.
A quien más me desdora, el alma
ofrezco; / a quien me ofrece víctimas, desdoro;
desprecio al que enriquece mi
decoro, / y al que le hace desprecios, enriquezco.
Si con mi ofensa al uno
reconvengo, / me reconviene el otro a mí, ofendido,
y a padecer de todos modos vengo,
/ pues ambos atormentan mi sentido:
aquéste con pedir lo que no
tengo, / y aquél con no tener lo que pido.
[…]
[13] Soneto [de Poesía
amorosa]
(Que consuela a un celoso, epilogando la serie de los amores)
Amor empieza por desasosiego, /
solicitud, ardores y desvelos;
crece con riesgos, lances y
recelos, / susténtase de llantos y de ruego.
Doctrínanle tibiezas y despego, /
conserva el ser entre engañosos velos,
hasta que con agravios o con
celos / apaga con sus lágrimas su fuego.
Su principio, su medio y fin es
éste; / pues ¿por qué, Alcino, sientes el desvío
de Celia que otro tiempo bien te
quiso? / ¿Qué razón hay de que dolor te cueste,
pues no te engañó Amor, Alcino
mío, / sino que llegó el término preciso?
[…]
[22] Soneto [de Poesía
amorosa]
(Que da medio para amar sin mucha pena.)
Yo no puedo tenerte ni dejarte, /
ni sé por qué, al dejarte o al tenerte,
se encuentra un no sé qué para
quererte / y muchos si sé qué para olvidarte.
Pues ni quieres dejarme ni
enmendarte / yo templaré mi corazón de suerte
que la mitad se incline a
aborrecerte, / aunque la otra mitad se incline a amarte.
Si ello es fuerza querernos, haya
modo, / que es morir el estar siempre riñendo:
no se hable más en celo y en
sospecha, / y quien da la mitad, no quiera el todo;
y cuando me la estás allá
haciendo, / sabe que estoy haciendo la deshecha.
[…]
[56] Redondillas [de Poemas
satíricos y jocosos]
(Arguye de inconsecuentes el gusto y la censura de los hombres, que en
las mujeres acusan lo que causan.)
Hombres necios que acusáis / a la
mujer sin razón, / sin ver que sois la ocasión / de lo mismo que culpáis;
si con ansia sin igual /
solicitáis su desden, / ¿por qué queréis que obren bien, / si las incitáis al
mal?
Combatís su resistencia, / y
luego con gravedad, / decís que fue liviandad / lo que hizo la diligencia.
Parecer quiere el denuedo / de
vuestro parecer loco, / al niño que pone el coco / y luego le tiene miedo.
Queréis, con presunción necia, /
hallar a la que buscáis, / para pretendida, Tais, / y en la posesión, Lucrecia.
¿Qué humor puede ser más raro /
que el que falto de consejo, / él mismo empaña el espejo, / y siente que no
esté claro?
Con el favor y el desdén / tenéis
condición igual, / quejándoos, si os tratan mal, / burlándoos, si os quieren
bien.
Opinión ninguna gana, / pues la
que más se recata, / si no os admite, es ingrata, / y si os admite, es liviana.
Siempre tan necios andáis / que,
con desigual nivel, / a una culpáis por cruel, / y a otra por fácil culpáis.
¿Pues cómo ha de estar templada /
la que vuestro amor pretende, / si la que es ingrata, ofende, / y la que es
fácil, enfada?
Mas entre el enfado y pena / que
vuestro gusto refiere, / bien haya la que no os quiere, / y quejaos en hora
buena.
Dan vuestras amantes penas / a
sus libertades alas, / y después de hacerlas malas, / las queréis hallar muy
buenas.
¿Cuál mayor culpa ha tenido / en
una pasión errada, / la que cae de rogada, / o el que ruega de caído?
¿O cuál es más de culpar, /
aunque cualquiera mal haga, / la que peca por la paga, / o el que paga por
pecar?
¿Pues para qué os espantáis / de
la culpa que tenéis? / Queredlas cual las hacéis, / o hacedlas cual las
buscáis.
Dejad de solicitar, / y después
con más razón, / acusaréis la afición / de la que os fuere a rogar.
Bien con muchas armas fundo / que
lidia vuestra arrogancia, / pues en promesa e instancia, / juntáis diablo,
carne y mundo.
[…]
[70] Soneto [de Poesía
filosófico-moral]
(Quéjase de la suerte: insinúa su aversión a los vicios y justifica su
divertimento a las Musas.)
En perseguirme, mundo, ¿qué
interesas? / ¿En qué te ofendo, cuando sólo intento
poner bellezas en mi
entendimiento, / y no mi entendimiento en las bellezas?
Yo no estimo tesoros ni riquezas;
/ y así, siempre me causa más contento
poner riquezas en mi
entendimiento, / que no mi entendimiento en las riquezas.
Yo no estimo hermosura que,
vencida, / es despojo civil de las edades,
ni riqueza me agrada fementida, /
teniendo por mejor en mis verdades,
consumir vanidades de la vida /
que consumir la vida en vanidades.
[…]
[75] Romance
(Acusa la hidropesía de mucha ciencia, que teme inútil aun para saber,
y nociva para vivir.)
Finjamos que soy feliz, / triste
Pensamiento, un rato; / quizá podréis persuadirme, / aunque yo sé lo contrario:
que pues solo en la aprehensión /
dicen que estriban los daños, / si os imagináis dichoso, / no seréis tan
desdichado.
Sírvame el entendimiento / alguna
vez de descanso, / y no siempre esté el ingenio / con el provecho encontrado.
Todo el mundo es opiniones / de
pareceres tan varios, / que lo que el uno que es negro,/ el otro prueba que es
blanco.
A unos sirve de atractivo / lo
que otro concibe enfado, / y lo que éste por alivio, / aquél tiene por trabajo.
El que está triste censura / al
alegre de liviano, / y el que está alegre se burla / de ver al triste penando.
Los dos filósofos griegos / bien
esta verdad probaron, / pues lo que en el uno risa, / causaba en el otro
llanto.
Célebre su oposición / ha sido
por siglos tantos, / sin que cuál acertó, esté / hasta agora averiguado;
antes en sus dos banderas / el
mundo todo alistado, / conforme el humor le dicta / sigue cada cual el bando.
Uno dice que de risa / sólo es
digno el mundo vario; / y otro que sus infortunios / son sólo para llorarlos.
Para todo se halla prueba / y
razón en qué fundarlo, / y no hay razón para nada, / de haber razón para tanto.
Todos son iguales jueces, / y
siendo iguales y varios, / no hay quien pueda decidir / cuál es lo más acertado.
Pues si no hay quien lo
sentencie, / ¿por qué pensáis, vos, errado, / que os cometió Dios a vos / la
decisión de los casos?
¿O por qué, contra vos mismo, /
severamente inhumano, / entre lo amargo y lo dulce, / queréis elegir lo amargo?
Si es mío mi entendimiento, /
¿por qué siempre he de encontrarlo / tan torpe para el alivio, / tan agudo para
el daño?
El discurso es un acero / que
sirve por ambos cabos: / de dar muerte, por la punta, / por el pomo, de
resguardo.
Si vos, sabiendo el peligro, /
queréis por la punta usarlo, / ¿qué culpa tiene el acero / del mal uso de la
mano?
No es saber, saber hacer /
discursos sutiles, vanos; / que el saber consiste sólo / en elegir lo más sano.
Especular las desdichas / y
examinar los presagios, / sólo sirve de que el mal / crezca con anticiparlo.
En los trabajos futuros, / la
atención sutilizando, / más formidable que el riesgo, / suele fingir el amago.
¡Qué feliz es la ignorancia / del
que, indoctamente sabio, / halla de lo que padece, / en lo que ignora, sagrado!
No siempre suben seguros, /
vuelos del ingenio osados / que buscan trueno en el fuego / y hallan sepulcro
en el llanto.
También es vicio el saber, / que
si no se va atajando, / cuanto menos se conoce / es más nocivo el estrago,
y si el vuelo no le abaten / en
sutilezas cebado, / por cuidar de lo curioso, / olvida lo necesario.
Si culta mano no impide / crecer
al árbol copado, / quitan la substancia al fruto / la locura de los ramos.
Si andar a nave ligera / no
estorba lastre pesado, / sirve el vuelo de que sea / el precipicio más alto.
En amenidad inútil, / ¿qué
importa al florido campo / si no halla fruto el otoño, / que ostente frutos el
mayo?
¿De qué le sirve al ingenio / el
producir muchos partos, / si a la multitud se sigue / el malogro de abortarlos?
Y a esta desdicha, por fuerza /
ha de seguirse el fracaso / de quedar el que produce, / si no muerto,
lastimado.
El ingenio es como el fuego /
que, con la materia ingrato, / tanto la consume más, / cuanto él se ostenta más
claro.
Es de su propio señor / tan
rebelado vasallo, / que convierte en sus ofensas / las armas de su resguardo.
Este pésimo ejercicio, / este
duro afán pesado, / a los hijos de los hombres / dio Dios para ejercitarlos.
¿Qué loca ambición nos lleva / de
nosotros olvidados? / ¿Si es para vivir tan poco, / de qué sirve saber tanto?
¡Oh, si como hay de saber, /
hubiera algún seminario / o escuela donde a ignorar / se enseñaran los
trabajos!
¡Qué felizmente viviera / el que
flojamente cauto / burlara las amenazas / del influjo de los astros!
Aprendamos a ignorar, /
Pensamiento, pues hallamos / que cuando añado el discurso / tanto le usurpo a
los años.»
[El texto pertenece a la edición en español de Ediciones Cátedra, 2003, en edición de José
Carlos González Boixo, pp. 71-73, 77-79, 84, 113-114, 222-224, 254 y 258-262.
ISBN: 84-376-1104-0.]
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