miércoles, 2 de junio de 2021

Crítica y dramaturgia.- Gotthold Ephraim Lessing (1729-1781)


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VI.-El uso de los animales en la fábula (Fragmento de “Disquisiciones sobre la fábula”)


 «¿A qué se debe que las fábulas estén pobladas, en su mayor parte, por animales y otras criaturas inferiores? ¿Acaso el elevar a los animales a la categoría de seres morales es una cualidad esencial de la fábula? ¿No será un simple pretexto para que el poeta pueda alcanzar sus objetivos con más facilidad y rapidez?, ¿o una práctica que no tiene otro fundamento más sólido que el de rendir homenaje a su primer inventor, porque, cuanto menos, resulta graciosa? (Quod risum movet*)? ¿O existe otro motivo?
 Yo no sé si Batteux, cuando improvisó su explicación para este uso de los animales, no anticipó esta pregunta o si, por el contrario, tuvo la suficiente astucia (eso debió de creer él) para desentenderse de ella: “La fábula”, dijo, “es la narración de un argumento alegórico que, por lo general, tiene como protagonistas a los animales”. Vamos, ¡toda una explicación à la françoise! Pasando por el tema de puntillas, como el gallo por las brasas. ¡Lo que queremos saber es por qué tiene como protagonistas a los animales! Ay, ¿qué nos preguntará un lento alemán?
 El único crítico que ha tocado este punto es Breitinger. Por este solo dato merece que escuchemos con la máxima atención todo lo que tiene que decirnos: “Esopo se servía de la fábula para retratar la vida de la gente llana. Por eso todas sus enseñanzas se resumen en máximas conocidas y normas para la vida; para representarlas de una manera alegórica se servía de historias y ejemplos que hallaba fácilmente en la realidad cotidiana. Como las actividades y las historias cotidianas de la gente no tenían nada de excepcionales ni de cautivadoras, los fabulistas se vieron en la necesidad de idear un medio para darle a la narración alegórica un aspecto atractivo y un poder de seducción que le abriera las puertas del corazón humano. Cuando descubrieron que sólo lo inusual, lo nuevo y lo fantástico causaban ese efecto en el espíritu, se les ocurrió la idea de dotar al cuerpo de la fábula de una belleza insólita y seductora introduciendo en el relato el elemento extraordinario a través de la novedad y la rareza. La narración consta de dos elementos esenciales, que son el personaje y el asunto o argumento; sin éstos no se concibe la fábula. Por tanto, el elemento extraordinario, que, como ya he dicho, ha de dominar el relato, estará asociado o bien al argumento o bien a los personajes a los que se adscribe. Es un elemento que irrumpe en los quehaceres e historias cotidianas y que aparece, por norma general, bajo la forma de lo insospechado, ya sea en la temeridad de la empresa, en la maldad o bondad de su ejecución, o incluso en el desenlace del asunto. Dado que estas historias extraordinarias ocurren muy raramente en nuestra vida cotidiana y la mayor parte de las que nos suceden normalmente no tienen en sí nada extraordinario ni digno de referirse, se impuso darle a las mismas el agradable brillo de lo fabuloso mediante el cambio y la metamorfosis de los personajes, para que el relato, que es el cuerpo de la fábula, no se hiciera aburrido. Y como los seres humanos, con ser variados, cuando se observan en general, guardan un gran parecido y una gran relación entre sí, se optó por introducir en la narración seres de naturaleza superior que se tenían por reales, como los dioses y los genios, y otros que debían su existencia a la libre imaginación del poeta, como las Virtudes, las Fuerzas del Espíritu, la Fortuna y la Ocasión; pero, por encima de todo, el fabulista se tomó la libertad de elevar a los animales, las plantas y otros seres inferiores a ellos, como los inanimados, a la categoría de seres racionales, concediéndoles el don de la razón y del habla para que pudieran comunicarnos su situación y sus peripecias en un lenguaje comprensible para nosotros y darnos ejemplo con la moralidad de sus actos”.
 Así, según Breitinger, el motivo de que los animales y las demás criaturas que aparecen  en las fábulas hablen y se comporten racionalmente no es otro que la búsqueda del elemento extraordinario. Es esta creencia la que le lleva a concluir que, en general, la fábula, considerada en su esencia y en su origen, no es otra cosa que una fantasía aleccionadora. Manteniéndome fiel a mi promesa, me centraré en esta última explicación.
 Mi análisis dilucidará, ante todo, si la introducción de los animales en la fábula reviste verdaderamente un carácter extraordinario. Si así fuera, Breitinger tendrá mucho ganado a su favor; pero si no lo es, todo el sistema que ha creado para explicar la fábula se vendrá abajo.
 Para responder a la cuestión de si la introducción de los animales en la fábula reviste un carácter extraordinario citaremos, primeramente, las palabras del propio Breitinger: “El elemento extraordinario”, dice, “destierra toda apariencia de verdad y posibilidad”. Esta imposibilidad aparente estaría, por lo tanto, en la esencia misma de lo extraordinario; pero contrastemos esta afirmación con el uso que le daban a este elemento en la antigüedad, cuando ya se utilizaba por sistema. Me explico: los autores antiguos gustaban de comenzar sus fábulas con el seguido del acusativo en cuestión; a este procedimiento lo bautizaron los retores griegos con el nombre de “exponer la fábula en acusativo” (ταις αιτιατικαις). Cuando Teón trata de esta práctica en sus “Ejercicios preparatorios”, lo hace remitiéndose a un pasaje de Aristóteles en el que el filósofo le da su aprobación y declara que en la introducción de la fábula se hace, sin duda, más aconsejable apelar a la Antigüedad que hablar en primera persona, porque así queda mejor disimulado el hecho de que está contando algo imposible (ινα παραμυθησωνται το δοκειν). ¿Eso pensaban los antiguos? ¿Que había que reducir al máximo la inverosimilitud de sus fábulas? De haber sido así, lo lógico sería que se hubieran abstenido de incluir en ellas el elemento extraordinario y más aún de tenerlo como meta, puesto que este elemento se apoya, necesariamente, en la propia inverosimilitud.
Resultado de imagen de critica y dramaturgia lessing Pero sigamos. Aunque, como dice Breitinger, “el elemento extraordinario es el grado más alto de lo nuevo”, para que esta novedad del elemento extraordinario tenga en nosotros el debido efecto, no ha de afectar sólo al elemento mismo, sino a nuestras propias expectativas. Extraordinario es sólo aquello que se da muy rara vez en el curso natural de las cosas; y únicamente sigue teniendo efecto sobre nosotros cuando se nos representa muy raras veces en la imaginación. Cuando un estudioso de la Biblia lee un milagro, por muy grande que éste sea, no le hará ni muchísimo menos la misma impresión que la primera vez que lo leyó. Tanto asombro le causara leer que el sol se detiene una vez en el cielo como ver que sale y que se pone todos los días. El milagro sigue siendo el de siempre, pero su reacción ante él ya no lo es, porque lo ha leído muchas veces.
 Lo mismo ocurre con las fábulas: la aparición de los animales sólo nos parece asombrosa en las primeras que leemos; pero cuando nos damos cuenta de que los animales hablan y razonan prácticamente en todas, el prodigio, por muy grande que sea, ya no tiene para nosotros nada de sorprendente.
 Pero no sé para qué le doy tantas vueltas a este tema, cuando puedo liquidarlo de un plumazo. Iré al grano: el hecho de que los animales y otras criaturas inferiores a ellos tengan uso de habla y razón es algo que ya se da por sentado en la fábula: se trata de algo asumido, que ha perdido la facultad de maravillarnos. Cuando leo en las escrituras: “Y el Señor le abrió la boca a la burra y ésta le habló a Bileam”, etc, se trata de un suceso que se nos cuenta como maravilloso, pero cuando Esopo escribe: “Cuentan que, mientras los animales hablaban, la oveja le dijo al pastor”, es evidente que el fabulista no nos quiere relatar nada extraordinario, sino más bien algo que en los tiempos a los que, con su permiso, transporta al lector, estaba en total consonancia con el común discurrir de las cosas.
 Y esto pienso yo que es tan fácil de comprender que me daría vergüenza añadir una sola palabra más. Mejor será que pase a analizar el verdadero motivo (o el que yo entiendo que es el verdadero) de que el fabulista considere a los animales más adecuados para sus propósitos que los hombres. Yo lo atribuyo a la consistencia de sus caracteres y al hecho de que nos resulten familiares a todos. Aún en el caso de que fuera igual de fácil encontrar un ejemplo histórico que sirviera para ilustrar esta o aquella verdad, ¿sabrían reconocerlo todos sin excepción? ¿Incluidos aquellos que no estuvieran familiarizadas con los personajes implicados? ¡Imposible! Además, ¿cuántos personajes históricos conocidos hay que con sólo nombrarse nos transmitan claramente una idea de su manera de pensar u otras características? Por eso, para evitar descripciones engorrosas, que es muy dudoso que transmitieran con igual eficacia las ideas deseadas, los fabulistas se vieron en la necesidad de restringir a sus personajes a la esfera de aquellas criaturas cuyos nombres sabían positivamente que representarían una idea reconocible hasta para el más ignorante de los mortales. Y como entre esas criaturas, había muy pocas que fueran por su naturaleza las más idóneas para adoptar el papel de seres libres, estos autores vieron la conveniencia de ampliar los límites de su naturaleza y adaptarlas a dicho papel mediante la adopción de una serie de convenciones verosímiles.
 Si alguien menciona a Británica y a Nerón, ¿cuántos habrá que sepan a quiénes se refiere? ¿Quién era éste? ¿Quién era aquél? Y ¿qué relación tenían el uno con el otro? En cambio si se menciona al lobo y al cordero, todos sabremos a qué atenernos, cuál es el asunto y cómo se relacionan los dos personajes. Porque sus nombres nos traen a la mente imágenes concretas, producen en nosotros un reconocimiento intuitivo y que sería impensable con aquellos otros nombres, que sólo evocan pensamientos en las personas que saben de ellos y que, además, no es nada seguro que evoquen los mismos en todas. Por eso, cuando el fabulista no encuentra unos individuos racionales que con sólo oír su nombre se nos representen en la imaginación, opta (y tiene todo el derecho del mundo a hacerlo) por buscarlos entre los animales u otras criaturas inferiores. Si tomamos la fábula del Lobo y el Cordero y sustituimos al lobo por Nerón y al cordero por Británico, pierde inmediatamente su validez como fábula dirigida al conjunto de la raza humana. Pero, si en lugar de eso, sustituimos al cordero y al lobo, por el gigante y el enano la cosa ya cambia; porque también el gigante y el enano son personajes cuya sola mención evoca en nosotros unos caracteres concretos.»     
                 
 * Que incita a la risa.  
  
   [El texto pertenece a la edición en español de Ellago Ediciones, 2007, en traducción de Vicent M. Sanz Esbrí, pp. 51-60. ISBN-13: 948-8496720-14-5.]

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