VI.-El uso de los animales en la fábula (Fragmento de “Disquisiciones sobre la fábula”)
«¿A qué se debe que las fábulas estén
pobladas, en su mayor parte, por animales y otras criaturas inferiores? ¿Acaso
el elevar a los animales a la categoría de seres morales es una cualidad
esencial de la fábula? ¿No será un simple pretexto para que el poeta pueda
alcanzar sus objetivos con más facilidad y rapidez?, ¿o una práctica que no
tiene otro fundamento más sólido que el de rendir homenaje a su primer
inventor, porque, cuanto menos, resulta graciosa? (Quod risum movet*)? ¿O
existe otro motivo?
Yo no sé si Batteux, cuando improvisó su
explicación para este uso de los animales, no anticipó esta pregunta o si, por el
contrario, tuvo la suficiente astucia (eso debió de creer él) para
desentenderse de ella: “La fábula”, dijo, “es la narración de un argumento
alegórico que, por lo general, tiene como protagonistas a los animales”. Vamos,
¡toda una explicación à la françoise! Pasando por el tema de puntillas, como el
gallo por las brasas. ¡Lo que queremos saber es por qué tiene como
protagonistas a los animales! Ay, ¿qué nos preguntará un lento alemán?
El único crítico que ha tocado este punto es
Breitinger. Por este solo dato merece que escuchemos con la máxima atención
todo lo que tiene que decirnos: “Esopo se servía de la fábula para retratar la
vida de la gente llana. Por eso todas sus enseñanzas se resumen en máximas
conocidas y normas para la vida; para representarlas de una manera alegórica se
servía de historias y ejemplos que hallaba fácilmente en la realidad cotidiana.
Como las actividades y las historias cotidianas de la gente no tenían nada de
excepcionales ni de cautivadoras, los fabulistas se vieron en la necesidad de
idear un medio para darle a la narración alegórica un aspecto atractivo y un
poder de seducción que le abriera las puertas del corazón humano. Cuando
descubrieron que sólo lo inusual, lo nuevo y lo fantástico causaban ese efecto
en el espíritu, se les ocurrió la idea de dotar al cuerpo de la fábula de una
belleza insólita y seductora introduciendo en el relato el elemento
extraordinario a través de la novedad y la rareza. La narración consta de dos
elementos esenciales, que son el personaje
y el asunto o argumento; sin éstos no se concibe la fábula. Por tanto, el
elemento extraordinario, que, como ya he dicho, ha de dominar el relato, estará
asociado o bien al argumento o bien a los personajes a los que se adscribe. Es
un elemento que irrumpe en los quehaceres e historias cotidianas y que aparece,
por norma general, bajo la forma de lo insospechado, ya sea en la temeridad de
la empresa, en la maldad o bondad de su ejecución, o incluso en el desenlace
del asunto. Dado que estas historias extraordinarias ocurren muy raramente en
nuestra vida cotidiana y la mayor parte de las que nos suceden normalmente no
tienen en sí nada extraordinario ni digno de referirse, se impuso darle a las
mismas el agradable brillo de lo fabuloso mediante el cambio y la metamorfosis
de los personajes, para que el relato, que es el cuerpo de la fábula, no se
hiciera aburrido. Y como los seres humanos, con ser variados, cuando se
observan en general, guardan un gran parecido y una gran relación entre sí, se
optó por introducir en la narración seres de naturaleza superior que se tenían
por reales, como los dioses y los genios, y otros que debían su existencia a la
libre imaginación del poeta, como las Virtudes, las Fuerzas del Espíritu, la
Fortuna y la Ocasión; pero, por encima de todo, el fabulista se tomó la
libertad de elevar a los animales, las plantas y otros seres inferiores a
ellos, como los inanimados, a la categoría de seres racionales, concediéndoles
el don de la razón y del habla para que pudieran comunicarnos su situación y
sus peripecias en un lenguaje comprensible para nosotros y darnos ejemplo con
la moralidad de sus actos”.
Así, según Breitinger, el motivo de que los
animales y las demás criaturas que aparecen
en las fábulas hablen y se comporten racionalmente no es otro que la
búsqueda del elemento extraordinario. Es esta creencia la que le lleva a
concluir que, en general, la fábula, considerada en su esencia y en su origen,
no es otra cosa que una fantasía aleccionadora. Manteniéndome fiel a mi
promesa, me centraré en esta última explicación.
Mi análisis dilucidará, ante todo, si la
introducción de los animales en la fábula reviste verdaderamente un carácter
extraordinario. Si así fuera, Breitinger tendrá mucho ganado a su favor; pero
si no lo es, todo el sistema que ha creado para explicar la fábula se vendrá
abajo.
Para responder a la cuestión de si la
introducción de los animales en la fábula reviste un carácter extraordinario
citaremos, primeramente, las palabras del propio Breitinger: “El elemento
extraordinario”, dice, “destierra toda apariencia de verdad y posibilidad”. Esta
imposibilidad aparente estaría, por lo tanto, en la esencia misma de lo
extraordinario; pero contrastemos esta afirmación con el uso que le daban a
este elemento en la antigüedad, cuando ya se utilizaba por sistema. Me explico:
los autores antiguos gustaban de comenzar sus fábulas con el seguido del
acusativo en cuestión; a este procedimiento lo bautizaron los retores griegos
con el nombre de “exponer la fábula en acusativo” (ταις αιτιατικαις). Cuando
Teón trata de esta práctica en sus “Ejercicios preparatorios”, lo hace
remitiéndose a un pasaje de Aristóteles en el que el filósofo le da su
aprobación y declara que en la introducción de la fábula se hace, sin duda, más
aconsejable apelar a la Antigüedad que hablar en primera persona, porque así
queda mejor disimulado el hecho de que está contando algo imposible (ινα
παραμυθησωνται το δοκειν). ¿Eso pensaban los antiguos? ¿Que había que reducir
al máximo la inverosimilitud de sus fábulas? De haber sido así, lo lógico sería
que se hubieran abstenido de incluir en ellas el elemento extraordinario y más
aún de tenerlo como meta, puesto que este elemento se apoya, necesariamente, en
la propia inverosimilitud.
Pero sigamos. Aunque, como dice Breitinger,
“el elemento extraordinario es el grado más alto de lo nuevo”, para que esta
novedad del elemento extraordinario tenga en nosotros el debido efecto, no ha
de afectar sólo al elemento mismo, sino a nuestras propias expectativas.
Extraordinario es sólo aquello que se da muy rara vez en el curso natural de
las cosas; y únicamente sigue teniendo efecto sobre nosotros cuando se nos
representa muy raras veces en la imaginación. Cuando un estudioso de la Biblia
lee un milagro, por muy grande que éste sea, no le hará ni muchísimo menos la
misma impresión que la primera vez que lo leyó. Tanto asombro le causara leer
que el sol se detiene una vez en el cielo como ver que sale y que se pone todos
los días. El milagro sigue siendo el de siempre, pero su reacción ante él ya no
lo es, porque lo ha leído muchas veces.
Lo mismo ocurre con las fábulas: la aparición
de los animales sólo nos parece asombrosa en las primeras que leemos; pero
cuando nos damos cuenta de que los animales hablan y razonan prácticamente en
todas, el prodigio, por muy grande que sea, ya no tiene para nosotros nada de
sorprendente.
Pero no sé para qué le doy tantas vueltas a
este tema, cuando puedo liquidarlo de un plumazo. Iré al grano: el hecho de que
los animales y otras criaturas inferiores a ellos tengan uso de habla y razón
es algo que ya se da por sentado en la fábula: se trata de algo asumido, que ha
perdido la facultad de maravillarnos. Cuando leo en las escrituras: “Y el Señor
le abrió la boca a la burra y ésta le habló a Bileam”, etc, se trata de un
suceso que se nos cuenta como maravilloso, pero cuando Esopo escribe: “Cuentan
que, mientras los animales hablaban, la oveja le dijo al pastor”, es evidente
que el fabulista no nos quiere relatar nada extraordinario, sino más bien algo
que en los tiempos a los que, con su permiso, transporta al lector, estaba en
total consonancia con el común discurrir de las cosas.
Y esto pienso yo que es tan fácil de
comprender que me daría vergüenza añadir una sola palabra más. Mejor será que
pase a analizar el verdadero motivo (o el que yo entiendo que es el verdadero)
de que el fabulista considere a los animales más adecuados para sus propósitos
que los hombres. Yo lo atribuyo a la consistencia de sus caracteres y al hecho
de que nos resulten familiares a todos. Aún en el caso de que fuera igual de
fácil encontrar un ejemplo histórico que sirviera para ilustrar esta o aquella
verdad, ¿sabrían reconocerlo todos sin excepción? ¿Incluidos aquellos que no
estuvieran familiarizadas con los personajes implicados? ¡Imposible! Además,
¿cuántos personajes históricos conocidos hay que con sólo nombrarse nos
transmitan claramente una idea de su manera de pensar u otras características?
Por eso, para evitar descripciones engorrosas, que es muy dudoso que transmitieran
con igual eficacia las ideas deseadas, los fabulistas se vieron en la necesidad
de restringir a sus personajes a la esfera de aquellas criaturas cuyos nombres sabían
positivamente que representarían una idea reconocible hasta para el más
ignorante de los mortales. Y como entre esas criaturas, había muy pocas que
fueran por su naturaleza las más idóneas para adoptar el papel de seres libres,
estos autores vieron la conveniencia de ampliar los límites de su naturaleza y
adaptarlas a dicho papel mediante la adopción de una serie de convenciones
verosímiles.
Si alguien menciona a Británica y a Nerón,
¿cuántos habrá que sepan a quiénes se refiere? ¿Quién era éste? ¿Quién era
aquél? Y ¿qué relación tenían el uno con el otro? En cambio si se menciona al
lobo y al cordero, todos sabremos a qué atenernos, cuál es el asunto y cómo se
relacionan los dos personajes. Porque sus nombres nos traen a la mente imágenes
concretas, producen en nosotros un reconocimiento intuitivo y que sería
impensable con aquellos otros nombres, que sólo evocan pensamientos en las
personas que saben de ellos y que, además, no es nada seguro que evoquen los
mismos en todas. Por eso, cuando el fabulista no encuentra unos individuos
racionales que con sólo oír su nombre se nos representen en la imaginación,
opta (y tiene todo el derecho del mundo a hacerlo) por buscarlos entre los
animales u otras criaturas inferiores. Si tomamos la fábula del Lobo y el
Cordero y sustituimos al lobo por Nerón y al cordero por Británico, pierde
inmediatamente su validez como fábula dirigida al conjunto de la raza humana.
Pero, si en lugar de eso, sustituimos al cordero y al lobo, por el gigante y el
enano la cosa ya cambia; porque también el gigante y el enano son personajes
cuya sola mención evoca en nosotros unos caracteres concretos.»
* Que incita a la risa.
[El texto pertenece a la edición en español de Ellago
Ediciones, 2007, en traducción de Vicent M. Sanz Esbrí, pp. 51-60. ISBN-13:
948-8496720-14-5.]
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