jueves, 17 de junio de 2021

Telépolis.- Javier Echeverría (1948)


Resultado de imagen de javier echeverría
Capítulo 1.-Introducción

1.7.-Las calles

 «La vida de los seres humanos estuvo organizada en las ciudades modernas sobre la base de la distinción entre casa, calle y lugar de trabajo. Como vamos viendo, Telépolis tiende a fundir estos tres lugares en uno, si seguimos contemplando la nueva ciudad desde la perspectiva espacial clásica. A lo largo de este ensayo iremos viendo que la auténtica estructura urbanística de Telépolis es muy distinta a la de las ciudades y metrópolis modernas y contemporáneas: el recurso metafórico utilizado en este primer capítulo se mostrará inadecuado, además de deformante. Tarde o temprano (capítulos 2 y 3) habrá que introducir nuevas categorías para analizar Telépolis.
 En la gran mayoría de las ciudades, sobre todo desde la incorporación de las mujeres al mundo del trabajo, había una vida doméstica, una actividad laboral y una vida social. Genéricamente hablando, se puede llamar calle al ámbito en donde discurría esta última. Se salía a la calle para ir al trabajo, mas también para pasear, para tomar un café o unas copas, para encontrarse con alguien, para acudir a alguna fiesta o espectáculo o para ir de compras. La calle siempre ha sido el lugar del comercio, incluido el carnal: no en vano se acuñó la expresión hacer la calle. Desde los teléfonos y vídeos eróticos a las secciones de anuncios de relax en la prensa y en las guías del ocio, no cabe duda de que Telépolis también ha transformado “el oficio más viejo del mundo”.
 Pero las calles de las ciudades y de los pueblos eran mucho más. El sociólogo Lefebvre caracterizaba a las calles como “lugares de encuentro”, pero también afirmaba que “la calle es un escaparate, un camino entre tiendas” (La revolución urbana, pp. 25-26). Criticando a Le Corbusier, en cuyos “barrios nuevos” desaparecían las calles, Lefebvre resaltaba sus tres funciones sociales básicas: una función informativa, una función simbólica y una función de esparcimiento. Contrariamente a las propuestas de suprimirlas por ser ámbitos de inseguridad ciudadana, propugnaba mantenerlas como una estructura urbanística esencial para la vida social, porque “allí donde desaparece la calle, la criminalidad aumenta y se organiza” (Ibid.). Controlar la calle era el objetivo fundamental de las fuerzas del orden; inversamente, las antiguas “rebeliones de masas” tenían como objetivo principal tomar la calle, mediante manifestaciones, barricadas o, más modestamente, celebrando mítines públicos y haciendo propaganda de las nuevas ideas políticas por medio de carteles, octavillas y pintadas. La calle era el lugar principal para la actividad política de los insurgentes y los revolucionarios. Por eso surgieron las llamadas fuerzas de orden público: para mantener el orden en las calles. Los toques de queda responden a esta lógica: “el acontecimiento revolucionario tiene lugar generalmente en la calle” (Ibid.).
 Hay que decir que todas estas concepciones están periclitadas. Buena parte del romanticismo izquierdista (pero también del fascismo y del nazismo) ha estado dominado por el mito de la calle. Los cafés, los teatros, los estadios y las plazas de toros, pasando por las tertulias en las ramblas o en las plazas mayores de los pueblos, fueron los escenarios en donde se formaba la opinión pública. Desde el asalto a la Bastilla hasta la toma del Palacio de Invierno en el “octubre Rojo”, sin olvidar las proclamaciones de Independencia o de la nueva República desde algún balcón, toda la parafernalia de la política decimonónica ha tenido la calle como el lugar en donde “todos los elementos de la vida humana se liberan y confluyen” (Ibid.). La voz de la calle era la voz del pueblo, o cuando menos su oráculo. Todavía ahora cualquier teledemagogo contrapone la voz de la Calle a la voz del Gobierno o de los Parlamentos. Eso sí: todas estas afirmaciones se hacen a través de la radio, la prensa o la televisión. En el fondo, ya nadie cree en “el poder de la calle”, salvo los desesperados que salen de vez en cuando a romper escaparates y a quemar tiendas y automóviles. Los auténticos profesionales convocan manifestaciones masivas exclusivamente para que sean filmadas por las cámaras. De hecho, la manifestación y el lanzamiento de piedras y cócteles molotov sólo tiene lugar cuando la presencia de los media está garantizada. La escenografía, por supuesto, resulta muy importante. Desde los chavales enmascarados (tipo intifada palestina) hasta los mineros con casco y garrote (como en Rumanía), el objetivo principal de las acciones en la calle estriba en ofrecer un buen espectáculo, con el fin de lograr el máximo impacto en los medios de comunicación.
 Los economistas clásicos, a la hora de elaborar sus teorías, atribuyeron también una cierta importancia a las calles y plazas públicas. Aunque sólo fuera por motivos pedagógicos, cuando no por estrategias de persuasión, partían de la estructura del mercado tal y como éste se representaba fenomenológicamente en la calle: compradores, vendedores, tenderetes y tiendas (ambulantes o fijas), recaudadores de impuestos, fuerzas del orden y chulos y mafias que ejercían su protección y su dominio, acotando entre sí sus territorios. Basta visitar un país árabe, o cualquier ciudad latinoamericana, china o hindú (pero también los sofisticados Rastros y mercados de antigüedades europeos) para poder seguir contemplando este tipo de actividad social, cuyo interés actual es más etnográfico que económico.
 Porque, en efecto, Telépolis supone un nuevo concepto de calle. O si se prefiere, comporta la minimización de la relevancia social que han tenido las calles que históricamente hemos conocido, y que todavía persisten como monumentos y reliquias. Las principales líneas de fuerza de la actividad social ya no pasan por ellas, y aunque sigan teniendo una cierta importancia, por lo cual tampoco es cuestión de desatenderlas, cabe decir que están llamadas a desaparecer, o cuando menos a ser recesivas desde el punto de vista económico y social.
 Las tres funciones que Lefebvre asignaba a la calle son cumplidas hoy por los medios de comunicación; por consiguiente, se puede ser ciudadano activo estando en casa, sin salir a la calle. La opinión pública ya no se forma sólo en los mercados, en los mentideros y en las plazas públicas, sino que cada cual configura la suya propia desde la intimidad, y a lo sumo la contrasta luego con grupos de su elección. Sin embargo, la función informativa no se reduce en Telépolis a los medios de comunicación. Hay otro tipo de personajes que, aparezcan o no en los medios, crean opinión o distribuyen información privilegiada: localizar sus ubicaciones es fundamental para la sociología telepolitana.
 Llamaremos teleporteros a este tipo de personas. Los antiguos porteros eran quienes controlaban el tránsito entre las casas y las calles de las ciudades clásicas. No cabe duda de que desempeñaban una función relevante como transmisores privados de información. A la hora de localizar a los nuevos porteros, o si se prefiere a los teleporteros, hay candidatos claros: los llamados gate-keepers.
Resultado de imagen de javier echeverría telepolis Cuando Kurt Lewin introdujo este concepto, trataba de caracterizar a los censores que podían colapsar (o potenciar) el flujo de información entre personas y grupos, por ocupar puestos claves dentro de la estructura de un canal de comunicación. Vistos desde la perspectiva telepolitana, los porteros son identificables con los creadores de opinión, por una parte, pero también con los controladores de las claves de acceso a las informaciones especialmente valiosas. Son teleporteros los informadores, los comentaristas y los analistas sociales, sea su ámbito de actuación una ciudad, una región o un país, y sean sus temas la política, la economía, la cultura, el deporte o simplemente la jet-set; pero también son teleporteros los brokers y los traficantes de información privilegiada. Por las calles de las ciudades clásicas circulaban personas y mercancías, indistintamente. Por las calles de Telépolis sólo circulan telemercancías y en su mayor parte son de uso exclusivamente privado. Cualquier empresa económica que tenga una cierta relevancia mantiene unos canales de comunicación e información que están estrictamente protegidos por sistemas de seguridad informática. Paralelamente, las entidades públicas utilizan circuitos especiales tanto para las informaciones reservadas como para producir filtraciones de aquellas informaciones que, por uno u otro motivo, conviene que sean conocidas en las plazas públicas. Los teleporteros siguen siendo los guardianes de las diversas puertas de acceso a los centros de poder (como en El castillo de Kafka), y siempre se remiten a otros porteros de mayor rango. Los portavoces y los encargados de relaciones públicas tienen a su cargo las puertas que comunican con las plazas públicas (medios de comunicación, servicios de atención al cliente). Mas hay otras muchas puertas en cualquiera de las calles de Telépolis. Acceder a algunas de ellas implica traspasar numerosos controles de acceso: en los locales correspondientes se contemplan aspectos de la nueva ciudad que casi nunca pasarán a ser de dominio público. Sólo de cuando en cuando los jueces obligan a la apertura pública de algunos de esos umbrales, normalmente para investigar formas de corrupción y de tráfico ilegal que en las ciudades antiguas tenían lugar en las calles asfaltadas y en sus locales colindantes.
 En resumen, también hay calles en Telépolis, y a veces muy sinuosas y retorcidas. Para localizarlas hay que adentrarse mucho en la nueva ciudad, accediendo electrónicamente a costosas bases de datos; sobre todo, hay que conocer a los correspondientes porteros y tener permiso para entrar. Hablando en términos generales, ningún individuo tiene acceso al conocimiento global y exacto de ninguna calle telepolitana. Incluso los más expertos analistas, que actúan como asesores directos (y a muy altos sueldos) en todo proceso de toma de decisiones, sólo poseen un conocimiento parcial de cada calle. Las plazas públicas (medios de comunicación) son encrucijadas de calles, pero desde ellas sólo se divisa una parte ínfima de la intrincada estructura del callejero telepolitano. Y aunque continuamente se invoca la transparencia como exigencia urbanística, lo cierto es que, pese a tanta pantalla, hoy por hoy reina la más estricta opacidad con respecto a la estructura vial por la que fluye gran parte de la vida social telepolitana. Para orientarse mínimamente en el Barrio Viejo (por ejemplo, en las Euroventanillas) hay que tener una formación técnica considerable. Así como algunas plazas están abiertas a todo el mundo (no hay que olvidar que también hay plazas de uso exclusivamente privado), para circular mínimamente por las calles de Telépolis hay que tener guías. Todo esto genera numerosos puestos de trabajo (y las consiguientes empresas de transferencia de información y tecnología), pero da lugar también a una estructura urbanística selvática, que se contrapone por completo a la aparente claridad de las plazas públicas y de la distribución de barrios que componen la ciudad.
 Pongamos un ejemplo de calle pública en Telépolis: la red Internet. Como es sabido ofrece cinco servicios básicos: acceso a catálogos bibliotecarios y de documentación, acceso a bases de datos comerciales, correo electrónico, teleconferencias y, por último, boletines y revistas electrónicas. En realidad no es una red, sino un ensamblaje de más de dos mil redes interconectadas. En 1992 tenía más de medio millón de ordenadores conectados en más de cincuenta países del mundo y era todavía una calle sin peaje, al menos para centros educativos y organizaciones sin ánimo de lucro. En tanto telecalle, se calcula que tiene unos tres millones de usuarios: ni el mayor boulevard de las metrópolis clásicas podría dar cabida a tantos paseantes. Está gestionada por una sociedad, la Internet Society (IS) que se ocupa de ordenar la circulación en dicha telecalle, así como de “barrerla”, “decorarla” y ampliarla, con el fin de que puedan “pasear” por ella un mayor número de telepeatones. Los habituales de Internet están muy orgullosos de su calle y suelen reunirse en Asambleas Generales (la última en San Francisco, 1993) para decidir sobre sus normas de circulación. Numerosas empresas y organizaciones estatales utilizan dicha telecalle, pero en las Asambleas Generales sólo pueden votar los miembros individuales de la IS: un estudiante puede serlo con sólo pagar 25 dólares al año. Por la calle de Internet sólo circulaba texto, hasta hace unos años, pero recientemente se han añadido las imágenes. Todo telepolita puede tener “portal” en la calle Internet, numerado conforme a su clave de usuario. […] Millares de “teleencuentros” entre personas se producen a diario, y por supuesto muchísimos negocios. Pese a ello, todavía no ha surgido una policía para mantener el orden en Internet
  
    [El texto pertenece a la edición en español de Ediciones Destino, 1994, pp. 50-59. ISBN: 84-233-2366-8.]

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Realiza tu comentario: