Primera parte
Preludio: El bastidor
«25.XI.
Los nihilistas apelan a la razón (en realidad a la suya propia). Pero es
precisamente con el principio racional con lo que hay que romper en aras de una
razón superior. Por lo demás, la palabra “nihilista” significa menos de lo que
da a entender. Lo que significa es que uno no puede confiar en nada, que ha de
romper con todo. Lo que parece
significar es que nada puede perdurar. Quieren escuelas, máquinas, economía
racional, todo aquello que falta todavía en Rusia y de lo que aquí, en el
Oeste, estamos saturados, tenemos tanto que resulta fatal.
Se debería dejar que el inconsciente probase
en qué medida puede uno haber tenido
uso de razón. Seguir el instinto más que la intención.
Política y racionalismo mantienen una
desagradable relación entre sí. Tal vez el Estado sea el principal apoyo de la
razón y viceversa. Todo razonamiento político, en la medida en que pone sus
miras en la norma y la reforma, es utilitarista. El Estado no es más que un
objeto de uso corriente.
De la misma manera, hoy el ciudadano es un
objeto de uso corriente (para el Estado).
También el poeta, el filósofo, el santo han de
convertirse en objetos de uso corriente (para el ciudadano). Como dice
Baudelaire: “Si yo le pidiera al Estado un ciudadano para mi establo, todo el
mundo sacudiría la cabeza. Pero si el ciudadano exigiera al Estado un poeta
asado, se lo proporcionarían”.
Hemos usado la metafísica para todo lo posible
y lo imposible. Para acondicionar los cuarteles (Kant). Para elevar el yo por
encima de todo el mundo (Fichte). Para calcular el beneficio (Marx). Sin
embargo, desde que se ha descubierto que, la mayor parte de las veces, esas
metafísicas no eran más que elementos de aritmética en manos de sus inventores
y que se pueden reconducir a principios simples, incluso pobres en muchos
casos, el valor de la metafísica ha caído mucho. Hoy he visto un producto para
limpiar zapatos con el rótulo “La cosa en sí”. ¿Por qué se ha perdido tanto el
respeto por la metafísica? Porque sus presupuestos sobrenaturales se pueden
explicar de una manera demasiado natural.
Incluso el demonismo, que hasta la fecha era
tan interesante, tiene ahora un brillo apagado y trivial. En los últimos
tiempos el mundo se ha vuelto demoníaco. El demonismo ya no distingue al dandy
de lo cotidiano. Uno ha de convertirse en santo, si todavía quiere seguir
distinguiéndose.
[…]
13.VI. Tema de debate en la
velada con Sonneck: “La relación del trabajador con el producto”. Todos admiten
que no tienen relación alguna con el producto que fabrican. Hay un hombre que
ha trabajado para Mauser; fusiles todo el año. Para Brasil, para Turquía, para
Serbia. “Sólo cuando llegaron los agentes que se hicieron cargo de los fusiles,
y justamente el agente turco y el agente serbio el mismo día, nos empezamos a
preocupar. Desde entonces tuvimos la sensación de que no estábamos haciendo lo
correcto, pero seguimos trabajando”. Otro es interventor de billetes bancarios.
“La mayoría de las veces en el trabajo me invade la irritante sensación de que
no se confía en mí. Estás allí metido, enrejado hasta arriba, de modo que
apenas te puedes mover y enseguida te das cuenta de que simplemente te están
utilizando”. Cuando se pregunta a cada uno qué le gustaría hacer si estuviera
en su mano elegir libremente, en todas ssu respuestas está el hacer de aprendiz
de brujo. “Inventar un método para llegar a Constantinopla en media hora”.
“Inventar un botón que hiciera todo al momento con sólo apretarlo”. “Un botón
automático que ni siquiera hubiera que apretar”. En pocas palabras: ninguno
trabajaría, pero todos inventarían máquinas. Su ideal es el inventor a
semejanza de Dios, porque logra el máximo resultado empleando el mínimo
esfuerzo. De alguna forma, Br. [Brupbacher] acaba hablando sobre Tolstói, sobre
la colonización (estar en consonante armonía con la naturaleza, inventar
aparatos para producir automáticamente, prosperidad para la humanidad entera).
Como conclusión me quedo con que la actitud hostil del programa socialista
respecto a quien “trabaja con la cabeza” no está fundada en hechos psicológicos
de ningún tipo. El inventor ilimitado también es el ideal de las artes y de la
religión. La escasa valoración del trabajo intelectual es un punto programático
que proviene de teóricos abstractos, de escritorzuelos plumillas y lamentables
chupatintas, de poetas de medio pelo e igual talento, que recogieron en el
programa su propia liberación y, a la vez, su venganza. A quien “trabaja con la
cabeza” le deben agradecer los proletarios no sólo sus programas sino además
sus éxitos.
15.VI.
Los anarquistas establecen el desprecio a la ley como principio supremo.
Cualquier medio es justo y lícito contra le ley y el legislador. Ser anarquista
significa, por tanto, abolir el reglamento punto por punto. Se presupone la fe
rousseauniana en la bondad natural del hombre y en el orden inmanente de la
naturaleza originaria abandonada a sí misma. Toda intervención (gobierno,
dirección) procede, como abstracción, del mal. Al ciudadano no se le reconocen
derechos civiles. Es algo contrario a la naturaleza, un producto de su
desarraigo y del orden y policía que le siguen pervirtiendo. Con semejante
teoría, el cielo filosófico del Estado se rompe en pedazos. Las estrellas van
en zigzag. Dios y el Diablo intercambian sus papeles.
He examinado mi conciencia cuidadosamente.
Nunca daré el caos por bienvenido, ni tiraré bombas, ni haré saltar puestos por
el aire, ni derogaré conceptos. No soy un anarquista. Cuanto más lejos y más
tiempo esté apartado de Alemania, tanto menos lo seré.
El anarquismo se debe a la exageración o a la
desnaturalización de la idea de Estado. Aparece especialmente allí donde
individuos o clases que han crecido en lo idílico, íntimamente unidos a las
condiciones de la naturaleza o de la religión, son encerrados en los estrictos
límites estatales. La superioridad de tales individuos sobre las construcciones
y mecanismos de un monstruoso Estado moderno salta a la vista. Sobre la bondad
natural del hombre hay que decir que ciertamente es posible, pero no es una ley
general en modo alguno. La mayor parte de las veces, esta bondad se nutre de un
tesoro más o menos consciente de educación religiosa y tradición. La
naturaleza, considerada sin prejuicios ni sentimentalismo, hace tiempo que no
es necesariamente bondadosa y ordenada, como nos gustaría que fuera. Después de
todo, los portavoces del anarquismo (de Proudhon no lo sé, pero de Kropotkin y
Bakunin es seguro) son católicos bautizados y, en el caso de los rusos
hacendados, es decir, terratenientes, han sido naturalezas poco amigas de la
sociedad. Incluso su propia teoría se alimenta del sacramento del bautismo y de
la agricultura.
16.VI.
Los anarquistas sólo conocen un Estado monstruoso y, tal vez, hoy ya no haya
otro Estado distinto. Si este Estado se cubre de ropajes metafísicos o se apoya
en ellos, mientras que su praxis económica y moral está en flagrante
contradicción con los mismos, es comprensible que un hombre que todavía no esté
corrupto se empiece a irritar. La teoría de una destrucción incondicional de la
metafísica del Estado puede convertirse en una cuestión de dignidad personal y
de una conciencia sensible con la autenticidad y la impostura. Las teorías
anarquistas dejan al descubierto la soterrada degeneración formalista de
nuestro tiempo. La metafísica aparece como un mimetismo del que se sirve el
ciudadano moderno para devastar, igual que una voraz oruga, la cultura entera
al abrigo de las hojas (de periódico) que cuelgan sobre él.
Como doctrina de la unidad y solidaridad del
género humano en su conjunto, el anarquismo es una fe en la obediencia filial a
Dios que todos le deben de forma natural, una fe también en el máximo
rendimiento productivo de un mundo sin constricciones. Si se considera la
confusión moral, la catastrófica destrucción a la que han conducido en todas
partes el sistema centralista y el trabajo sistemático, no habrá ningún hombre
razonable que se niegue a afirmar que una comunidad de los Mares del Sur que
trabaje u holgazanee en un estado primitivo, sin preocupaciones, es superior a
nuestra loada civilización. Naturalmente, mientras el racionalismo y con él su
quintaesencia, la máquina, sigan haciendo progresos, el anarquismo será un
ideal para las catacumbas y los miembros de una orden, pero no para la masa,
tan interesada e influida como está ahora y, previsiblemente, lo seguirá
estando.
Los anarquistas consecuentes son muy raros o
simplemente son absolutamente imposibles. Tal vez esta teoría sólo se hará
efectiva por completo con el tiempo y la difusión, y se agudizará o se
suavizará según la oposición estatal. Se han investigado con enorme
minuciosidad las “Actividades anarquistas en Suiza”. Toda la investigación no
ha arrojado más resultado que una mistificación. A un sastre, a un zapatero, a
un tonelero les gustaría derribar la sociedad. Sin embargo, la mayoría de las
veces ya basta con este simple pensamiento para sacarles completamente de
quicio. Se sienten rodeados de terribles secretos, de un nimbo nebuloso y
sanguinario. La inofensiva existencia cotidiana adquiere un cariz peligroso.
Eso les satisface sobradamente; los hechos ya no son necesarios.
[…]
21.VI.
He reflexionado sobre los panfletistas. Son seres insaciables. Ya sea para
atacar el alma (como Voltaire), a la mujer (como Strindberg) o al espíritu
(como Nietzsche): su característica es siempre la insaciabilidad. Su prototipo
es el tan criticado Marqués de Sade (al que leí en Heidelberg y que ahora me
viene de nuevo a la cabeza). Perpetra crímenes con sus panfletos, incluso
materialmente. Para eso no hace falta mucho.
El panfletista critica y repudia a un tiempo.
Repudiar es lo que le da su fuerza. Está enamorado de lo extraordinario y lo
está de veras hasta la superstición, hasta el absurdo. Empeña todo su espíritu
en exaltar su pasión. En el momento en que el ideal refuta a un amante de esta
naturaleza, éste estalla en críticas. En el caso del Marqués colma a Dios y al
mundo con sus invectivas y sarcasmos. Constata la mediocridad de las
intenciones naturales y sobrenaturales recurriendo a estridentes contrastes,
muestra la “pobreza” de las ideas, de las disposiciones, de las leyes. Como
compara los límites de la entrega con una posibilidad imaginaria, desprecia
precisamente lo que en realidad demanda. Y es cruel en tanto que ama la pasión
bajo cualquier figura y la ama precisamente cuando hace padecer de verdad;
porque es justo entonces, en medio del dolor, cuando la pasión no se puede
negar. El ser humano –tal es su convicción- vive muy escondido, mucho más
escondido de lo que puede y quiere reconocer. Hay que averiguar la auténtica
pasión oculta del hombre o admitir que no existe pasión alguna.»
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