miércoles, 23 de junio de 2021

La huida del tiempo.- Hugo Ball (1886-1927)


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Primera parte

Preludio: El bastidor

 «25.XI. Los nihilistas apelan a la razón (en realidad a la suya propia). Pero es precisamente con el principio racional con lo que hay que romper en aras de una razón superior. Por lo demás, la palabra “nihilista” significa menos de lo que da a entender. Lo que significa es que uno no puede confiar en nada, que ha de romper con todo. Lo que parece significar es que nada puede perdurar. Quieren escuelas, máquinas, economía racional, todo aquello que falta todavía en Rusia y de lo que aquí, en el Oeste, estamos saturados, tenemos tanto que resulta fatal.
 Se debería dejar que el inconsciente probase en qué medida puede uno haber tenido uso de razón. Seguir el instinto más que la intención.
 Política y racionalismo mantienen una desagradable relación entre sí. Tal vez el Estado sea el principal apoyo de la razón y viceversa. Todo razonamiento político, en la medida en que pone sus miras en la norma y la reforma, es utilitarista. El Estado no es más que un objeto de uso corriente.
 De la misma manera, hoy el ciudadano es un objeto de uso corriente (para el Estado).
 También el poeta, el filósofo, el santo han de convertirse en objetos de uso corriente (para el ciudadano). Como dice Baudelaire: “Si yo le pidiera al Estado un ciudadano para mi establo, todo el mundo sacudiría la cabeza. Pero si el ciudadano exigiera al Estado un poeta asado, se lo proporcionarían”.
 Hemos usado la metafísica para todo lo posible y lo imposible. Para acondicionar los cuarteles (Kant). Para elevar el yo por encima de todo el mundo (Fichte). Para calcular el beneficio (Marx). Sin embargo, desde que se ha descubierto que, la mayor parte de las veces, esas metafísicas no eran más que elementos de aritmética en manos de sus inventores y que se pueden reconducir a principios simples, incluso pobres en muchos casos, el valor de la metafísica ha caído mucho. Hoy he visto un producto para limpiar zapatos con el rótulo “La cosa en sí”. ¿Por qué se ha perdido tanto el respeto por la metafísica? Porque sus presupuestos sobrenaturales se pueden explicar de una manera demasiado natural.
 Incluso el demonismo, que hasta la fecha era tan interesante, tiene ahora un brillo apagado y trivial. En los últimos tiempos el mundo se ha vuelto demoníaco. El demonismo ya no distingue al dandy de lo cotidiano. Uno ha de convertirse en santo, si todavía quiere seguir distinguiéndose.
[…]
 13.VI. Tema de debate en la velada con Sonneck: “La relación del trabajador con el producto”. Todos admiten que no tienen relación alguna con el producto que fabrican. Hay un hombre que ha trabajado para Mauser; fusiles todo el año. Para Brasil, para Turquía, para Serbia. “Sólo cuando llegaron los agentes que se hicieron cargo de los fusiles, y justamente el agente turco y el agente serbio el mismo día, nos empezamos a preocupar. Desde entonces tuvimos la sensación de que no estábamos haciendo lo correcto, pero seguimos trabajando”. Otro es interventor de billetes bancarios. “La mayoría de las veces en el trabajo me invade la irritante sensación de que no se confía en mí. Estás allí metido, enrejado hasta arriba, de modo que apenas te puedes mover y enseguida te das cuenta de que simplemente te están utilizando”. Cuando se pregunta a cada uno qué le gustaría hacer si estuviera en su mano elegir libremente, en todas ssu respuestas está el hacer de aprendiz de brujo. “Inventar un método para llegar a Constantinopla en media hora”. “Inventar un botón que hiciera todo al momento con sólo apretarlo”. “Un botón automático que ni siquiera hubiera que apretar”. En pocas palabras: ninguno trabajaría, pero todos inventarían máquinas. Su ideal es el inventor a semejanza de Dios, porque logra el máximo resultado empleando el mínimo esfuerzo. De alguna forma, Br. [Brupbacher] acaba hablando sobre Tolstói, sobre la colonización (estar en consonante armonía con la naturaleza, inventar aparatos para producir automáticamente, prosperidad para la humanidad entera). Como conclusión me quedo con que la actitud hostil del programa socialista respecto a quien “trabaja con la cabeza” no está fundada en hechos psicológicos de ningún tipo. El inventor ilimitado también es el ideal de las artes y de la religión. La escasa valoración del trabajo intelectual es un punto programático que proviene de teóricos abstractos, de escritorzuelos plumillas y lamentables chupatintas, de poetas de medio pelo e igual talento, que recogieron en el programa su propia liberación y, a la vez, su venganza. A quien “trabaja con la cabeza” le deben agradecer los proletarios no sólo sus programas sino además sus éxitos.
 15.VI. Los anarquistas establecen el desprecio a la ley como principio supremo. Cualquier medio es justo y lícito contra le ley y el legislador. Ser anarquista significa, por tanto, abolir el reglamento punto por punto. Se presupone la fe rousseauniana en la bondad natural del hombre y en el orden inmanente de la naturaleza originaria abandonada a sí misma. Toda intervención (gobierno, dirección) procede, como abstracción, del mal. Al ciudadano no se le reconocen derechos civiles. Es algo contrario a la naturaleza, un producto de su desarraigo y del orden y policía que le siguen pervirtiendo. Con semejante teoría, el cielo filosófico del Estado se rompe en pedazos. Las estrellas van en zigzag. Dios y el Diablo intercambian sus papeles.
 He examinado mi conciencia cuidadosamente. Nunca daré el caos por bienvenido, ni tiraré bombas, ni haré saltar puestos por el aire, ni derogaré conceptos. No soy un anarquista. Cuanto más lejos y más tiempo esté apartado de Alemania, tanto menos lo seré.
 El anarquismo se debe a la exageración o a la desnaturalización de la idea de Estado. Aparece especialmente allí donde individuos o clases que han crecido en lo idílico, íntimamente unidos a las condiciones de la naturaleza o de la religión, son encerrados en los estrictos límites estatales. La superioridad de tales individuos sobre las construcciones y mecanismos de un monstruoso Estado moderno salta a la vista. Sobre la bondad natural del hombre hay que decir que ciertamente es posible, pero no es una ley general en modo alguno. La mayor parte de las veces, esta bondad se nutre de un tesoro más o menos consciente de educación religiosa y tradición. La naturaleza, considerada sin prejuicios ni sentimentalismo, hace tiempo que no es necesariamente bondadosa y ordenada, como nos gustaría que fuera. Después de todo, los portavoces del anarquismo (de Proudhon no lo sé, pero de Kropotkin y Bakunin es seguro) son católicos bautizados y, en el caso de los rusos hacendados, es decir, terratenientes, han sido naturalezas poco amigas de la sociedad. Incluso su propia teoría se alimenta del sacramento del bautismo y de la agricultura.
 16.VI. Los anarquistas sólo conocen un Estado monstruoso y, tal vez, hoy ya no haya otro Estado distinto. Si este Estado se cubre de ropajes metafísicos o se apoya en ellos, mientras que su praxis económica y moral está en flagrante contradicción con los mismos, es comprensible que un hombre que todavía no esté corrupto se empiece a irritar. La teoría de una destrucción incondicional de la metafísica del Estado puede convertirse en una cuestión de dignidad personal y de una conciencia sensible con la autenticidad y la impostura. Las teorías anarquistas dejan al descubierto la soterrada degeneración formalista de nuestro tiempo. La metafísica aparece como un mimetismo del que se sirve el ciudadano moderno para devastar, igual que una voraz oruga, la cultura entera al abrigo de las hojas (de periódico) que cuelgan sobre él.
Resultado de imagen de hugo ball la huida del tiempo Como doctrina de la unidad y solidaridad del género humano en su conjunto, el anarquismo es una fe en la obediencia filial a Dios que todos le deben de forma natural, una fe también en el máximo rendimiento productivo de un mundo sin constricciones. Si se considera la confusión moral, la catastrófica destrucción a la que han conducido en todas partes el sistema centralista y el trabajo sistemático, no habrá ningún hombre razonable que se niegue a afirmar que una comunidad de los Mares del Sur que trabaje u holgazanee en un estado primitivo, sin preocupaciones, es superior a nuestra loada civilización. Naturalmente, mientras el racionalismo y con él su quintaesencia, la máquina, sigan haciendo progresos, el anarquismo será un ideal para las catacumbas y los miembros de una orden, pero no para la masa, tan interesada e influida como está ahora y, previsiblemente, lo seguirá estando.
 Los anarquistas consecuentes son muy raros o simplemente son absolutamente imposibles. Tal vez esta teoría sólo se hará efectiva por completo con el tiempo y la difusión, y se agudizará o se suavizará según la oposición estatal. Se han investigado con enorme minuciosidad las “Actividades anarquistas en Suiza”. Toda la investigación no ha arrojado más resultado que una mistificación. A un sastre, a un zapatero, a un tonelero les gustaría derribar la sociedad. Sin embargo, la mayoría de las veces ya basta con este simple pensamiento para sacarles completamente de quicio. Se sienten rodeados de terribles secretos, de un nimbo nebuloso y sanguinario. La inofensiva existencia cotidiana adquiere un cariz peligroso. Eso les satisface sobradamente; los hechos ya no son necesarios.
[…]
 21.VI. He reflexionado sobre los panfletistas. Son seres insaciables. Ya sea para atacar el alma (como Voltaire), a la mujer (como Strindberg) o al espíritu (como Nietzsche): su característica es siempre la insaciabilidad. Su prototipo es el tan criticado Marqués de Sade (al que leí en Heidelberg y que ahora me viene de nuevo a la cabeza). Perpetra crímenes con sus panfletos, incluso materialmente. Para eso no hace falta mucho.
 El panfletista critica y repudia a un tiempo. Repudiar es lo que le da su fuerza. Está enamorado de lo extraordinario y lo está de veras hasta la superstición, hasta el absurdo. Empeña todo su espíritu en exaltar su pasión. En el momento en que el ideal refuta a un amante de esta naturaleza, éste estalla en críticas. En el caso del Marqués colma a Dios y al mundo con sus invectivas y sarcasmos. Constata la mediocridad de las intenciones naturales y sobrenaturales recurriendo a estridentes contrastes, muestra la “pobreza” de las ideas, de las disposiciones, de las leyes. Como compara los límites de la entrega con una posibilidad imaginaria, desprecia precisamente lo que en realidad demanda. Y es cruel en tanto que ama la pasión bajo cualquier figura y la ama precisamente cuando hace padecer de verdad; porque es justo entonces, en medio del dolor, cuando la pasión no se puede negar. El ser humano –tal es su convicción- vive muy escondido, mucho más escondido de lo que puede y quiere reconocer. Hay que averiguar la auténtica pasión oculta del hombre o admitir que no existe pasión alguna.»

    [El texto pertenece a la edición en español de la editorial Acantilado, 2005, en traducción de Roberto Bravo de la Varga, pp. 41-42, 52-57 y 58-59. ISBN: 84-96136-99-X.]                        

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