El diablo en la Casa Blanca
Una inhibición natural a la mentira
«Hemos dejado de usar el
detector de mentiras, dijo el criminalista; los delincuentes ya no le tienen
miedo. En el ámbito en que trabaja la policía militar, hay soldados que han
aprendido a dominar sus nervios y en última instancia también todos los
reflejos vasomotores. ¿Qué es un soldado sino alguien que se domina? Por eso
hemos reemplazado con TEST DE CONOCIMIENTO DE LOS HECHOS todas las pruebas en
las que el nerviosismo se considera sinónimo de culpabilidad. Aquéllos se basan
en que cada delito presenta ciertas singularidades que sólo puede conocer
alguien que hubiese estado en la escena del crimen. ¿Era rojo el vehículo? Si
era de ese color, en el test de conocimiento de los hechos el polígrafo
registra una reacción.
Debemos intentar medir la mentira directamente
en el lugar de origen, es decir, en el cerebro. De ahí que hayamos adoptado el
procedimiento de los psicólogos Lawrence A. Farwell y Emanuel Dondrie, de la
Universidad de Illinois. El aparato recurre al componente P-300, cuya presencia
en el cerebro se puede constatar más o menos trescientos milisegundos después
de enviarle estímulos sensoriales: un eco no disimulable. Sólo hay que pedirle
al detenido que escoja algunos estímulos poco habituales: sonidos agudos o
palabras. A los estímulos difundidos de manera aleatoria el cerebro responde
con un componente P-300.
-¿Se podría “mentir” apretando el botón como
respuesta a todos los estímulos, los que se conocen, los desconocidos y los
“delatores”?
-El eco sólo lo producen los “conocidos” y los
“delatores”.
-¿Lo ha probado?
-Sí, hemos formado como “espías” a
participantes en el experimento, colegas de nuestras propias filas; después los
hemos interrogado. Su misión era “mentir”, pero ninguna mentira consiguió
engañarnos.
-¿Una inhibición natural?
-En el centro del cerebro, más o menos a la
izquierda del centro, en el lugar en el que Descartes suponía que se alojaba la
lámpara del alma.
-¿Cómo puede alguien salvarse de usted?
-No diciendo absolutamente nada.
-¿Y entonces se lo considera culpable?
Mientras tanto, en la Universidad de Illinois
se ha desarrollado una variante: en lugar de la actividad cerebral, se mide el
tiempo de reacción en las sinapsis. Si se dice la verdad, el botón NO se pulsa
en medio segundo; si se miente, el tiempo de reacción supera el segundo. Ni
siquiera después de un entrenamiento intensivo se detectó una aceleración de
ese minúsculo movimiento del cerebro.
Sobre un supuesto derecho a mentir por amor a la humanidad
«En 1797 aún estaban vivos en el recuerdo de
la opinión pública europea los tribunales que durante la Revolución Francesa
habían mandado a la guillotina a tantos y tantos presos. ¿Qué valía una mentira
que significaba la salvación? ¿Qué cabe esperar de la veracidad de un delator,
de un denunciante? Si una facción sedienta de sangre quiere aniquilar a sus
adversarios con el instrumento de la justicia, ¿deja de ser vigente después el
orden jurídico y, con él, la verdad?
Durante este período de la historia, el
escritor político Benjamin Constant citaba a un FILÓSOFO ALEMÁN (refiriéndose a
Immanuel Kant) que había afirmado que la humanidad tiene derecho a la VERDAD:
la mentira es improcedente. Así, según dicho filósofo, escribe Constant, “a un
asesino que pregunta por su víctima a quienes la alojan, debe informársele
verazmente de su presencia en la casa aunque eso signifique su muerte”.
La mentira bienintencionada es un acto de
omnipotencia, repuso Kant por escrito en una polémica pública. Presupone que el
mentiroso conoce de antemano todas las cadenas causales y las consecuencias
jurídicas de su repuesta. ¿Qué buenas intenciones quedan de su mentira después
de responder (contrariamente a la verdad) “no” a la pregunta de si el
perseguido está en casa, y si, entretanto, el huésped ha dejado la casa y cae
después en manos del asesino? A la inversa: si responde verazmente pero el
perseguido ha dejado la casa, el asesino entonces se marcha de vacío, éste ha
perdido tiempo y no sacia su sed de sangre porque lo han confundido con una
declaración veraz.
El filósofo insistió en esta sentencia: “Ser
VERAZ (sincero) en todo lo que se dice es, en consecuencia, un mandato de la razón,
sagrado y apodíctico, que ninguna conveniencia ha de limitar”
-¿Admitiría usted, como kantiano que es, que
en un proceso de 1937 en la Unión Soviética decir la verdad era peligroso para
la vida e inútil para la justicia?
-No niego las circunstancias, pero el
principio es irrenunciable. No se debe mentir.
-¿Y si las mentiras se arrancan con torturas?
¿Si la falta de veracidad se convierte en vehículo de una acusación
tergiversada, de confusión, y así, en causa de una sentencia de muerte?
-La sentencia de Kant es válida o no lo es. No
es negociable.
Un grupo de interrogadores de la CIA dejó de
hacerle preguntas a un presunto miembro de Al Qaeda y cedió el asunto a unos
servicios secretos afines que, según la legislación de su país, pueden aplicar
la tortura. Para suavizar la tortura, los interrogadores le mienten al
sospechoso en lo tocante a la traición de sus camaradas. ¿Está permitida una
mentira así, bienintencionada? Para el kantiano, en absoluto. ¿Cómo puede usted
saber lo que delata el torturado? ¿A cuántos de los delatados por el torturado,
o por el hombre engañado con mentiras, pretende entregar a la persecución, sean
inocentes o no?
-¿Debe responder no, a la pregunta de si lo
conoce, la telefonista que reconoció al conspirador del 20 de julio de 1944, el
alcalde retirado Goerderler? ¿Lo condena a muerte si no lo hace?
-Como kantiano digo que no; como patriota
alemán diría sí.
-¿No es de aplicación Kant a la sombra de
Hitler?
-No.
-¿Se halla eso en el pensamiento del maestro?
-No. Para Kant no hay en todo el universo caso
alguno en el que sus reglas no sean de aplicación. En ese sentido, yo tiendo al
compromiso cuando digo que, en las circunstancias del 20 de julio de 1944, ya
no es válida la exclusión de la mentira.
-A mí me violaron en Prusia oriental en marzo
de 1945. Sé que mi marido no me lo perdonará. Es una cuestión de dignidad y de
moral, un problema clásico de una clase especial, no una posibilidad emocional.
¿Debo exigirle a su alma lo imposible o debo mentirle?
-Si mi marido me quiere, debe componérselas
con eso; de lo contrario, no me quiere.
-Otro caso: ha cometido usted un desliz,
irreflexivamente.
-¿Pero él me quiere?
-¿Estrangularía usted, por ese azar, el amor
que se profesan?
-No.
-¿De qué depende la posibilidad de desviarse
del principio kantiano? ¿Cómo lo fundamenta?
-Él no quiere saber la verdad.
-Me lo dice el sentimiento.
La metempsicosis según Fourier
Prolegómenos a una astrología racional
Los seres (después almas), cuando intentan
llegar al Planeta Azul, pasan por delante de los astros transatúrnicos y,
luego, junto a los dos grandes planetas gaseosos; dan una vuelta, dice la
cábala, alrededor del lucero vespertino como si fueran cuerpos volantes que
necesitan reducir la velocidad y sólo después (de los seres surgen almas y, de
ellas, caracteres) aterrizan en uno de los lugares habitados por seres humanos.
Es el conocimiento de esta conexión –escribe Walter Benjamin-, que también se
percibe físicamente bajo la luna de las noches meridionales, lo que le falta a
la CONCIENCIA PARTIDISTA, la materia prima de la que destilamos lo POLÍTICO. De
ahí que a lo político le falten también aroma y esencia, dos cosas que, sin
embargo, nuestro cuerpo y nuestra capacidad de compromiso sí conocen. Los
ciegos que llevamos dentro (mónadas, líbido), lo que nos constituye, se sienten
defraudados.
Charles Fourier calculó matemáticamente la
transmigración de las almas (los caminos de los seres que llegan a nosotros y
salen de nosotros para luego regresar). En El
libro de los pasajes, Walter Benjamin atribuye especial importancia a esos
datos del socialista temprano. El alma humana, dice Fourier, debe adoptar
ochocientas diez formas distintas hasta completar la vuelta al planeta y volver
a la tierra. De estas existencias en el cosmos, setecientos veinte años son
felices, cuarenta y cinco son favorables, y cuarenta y cinco son desfavorables
o infelices. ¡Tras la caída de nuestro planeta, las almas escogidas emigrarán
al sol! Escogidas serán sólo aquéllas que hayan completado su recorrido. Antes
de que las almas pasen ochenta mil años en nuestro planeta, deben haber
habitado todos los otros planetas y mundos. La especie humana habrá disfrutado
de setenta mil años de aurora boreal. Con todo, el influjo principal que anima
la metamorfosis de las almas es el PODER
DEL TRABAJO ATRACTIVO. Gracias a ella, la GRAVITACIÓN DE LA FUERZA DE TRABAJO,
escribe Fourier, el clima de Senegal, se volverá tan suave como el verano
francés; dado que el mar, bajo la influencia del carácter morfológico del trabajo
colectivo voluntario, se convertirá en limonada, los peces de los océanos se
refugiarán en el mar Caspio, en el lago de Aral y en el Mar Negro, porque en
esas aguas saladas el efecto de la luz boreal es menor. No obstante, los peces
se irán acostumbrando cada vez más a la limonada. Benjamin: “Fourier dice
también que en el octavo período los seres humanos serán capaces de vivir como
peces en el agua y de volar como pájaros, y que después alcanzarán una estatura
de dos metros quince y, como mínimo, los ciento cuarenta y cuatro años de edad.
Después, todos podrán convertirse en anfibios, pues adquirirán la capacidad de
abrir o cerrar a voluntad el orificio que comunica las dos cámaras del corazón;
de ese modo, la sangre irá directamente al corazón sin tener que pasar por los
pulmones […] La naturaleza, afirma Fourier, evolucionará de tal manera que
llegará un tiempo en el que los naranjos florecerán en Siberia y los animales
más peligrosos serán sustituidos por sus opuestos. Los ANTI-LEONES, las ANTI-BALLENAS,
estarán entonces al servicio del hombre y la bonanza moverá sus barcos. De esta
manera, siempre según Fourier, el león podrá usarse como el mejor de los
caballos y el tiburón será para la pesca tan útil como ahora el perro para la
caza. Surgirán nuevas estrellas que sustituirán a la luna que, por lo demás, a
esas alturas empezará a pudrirse.
En sus últimos años, Fourier […] quería […]
fundar un falansterio en el que sólo podrían vivir niños de tres a catorce
años, de los cuales él reuniría doce mil; pero su llamamiento no resultó en la
realización de ese plan”.
La libido, sostiene Walter Benjamin, repite su
“experiencia primigenia”, que viene de las estrellas y tiene que ver con el
“fango” del que surgieron los cuerpos. Un proceso revolucionario (o la
emancipación, la racionalidad) que no conoce o no respeta la red de conexiones
que surge de él, sólo conseguirá que los hombres se aparten de él. Por eso, una
revolución siempre lucha contra el curso del tiempo. Con cada día que pasa,
menor es la probabilidad de que termine imponiéndose. Reduce los objetivos
hasta que no queda nada que defender.»
[El texto pertenece a la edición en español de Editorial
Anagrama, en traducción de Daniel Najmías, pp. 338-346. ISBN:
978-84-339-7457-0.]
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