sábado, 14 de noviembre de 2020

Pasión y muerte de Miguel Servet.- Pompeyo Gener (1848-1920)

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II.-En Francia

  «No siendo teólogo profesional, o sea de los que hacen de sus creencias una industria, y cansado de batallar en Alemania, donde todos se le declaraban en contra, habiendo ya acabado su dinero, se dirigió a Francia; pues allí no habían levantado polvareda sus escritos, y se paró en Lyón.
 Lyón, en esta época, era llamado la Roma de las ideas; en ella trabajaban una serie de sabios, de pensadores, de obreros de la verdad, de artistas de la dicción, que independientemente del yugo teológico, cultivaban el Humanismo en la más alta acepción de la palabra. Poetas épicos algunos, humanistas eximios otros, eruditos profundos, políticos atrevidos, teóricos audaces, ardientes republicanos, liberales aristocráticos, representaban la grandeza y el encanto en una época desolada por la guerra civil de los religionarios. Eran una aristocracia artística, sabia y librepensadora en medio del fanatismo de las turbas de ambos bandos. Gente de genio y de buen genio todos ellos, liberales en el verdadero sentido de la frase, no necesitaban ni fuerza ni amenazas ni poder para sustentar sus sublimes ideales nuevos. Nada de Sínodos, de Concilios, ni de tribunales, de los que salen sólo condenas, anatemas, excomuniones, castigos, persecuciones y provocación al daño ajeno. Allí estaban Esteban Dolet, L'Hopital, La Böetie, el cual decía que las letras florecían con tal esplendor que, para asemejarse Lyón a Atenas, sólo le faltaba aquella gran libertad que en Grecia se gozaba.
 En Lyón se imprimían no sólo libros literarios, sino libros científicos. Silvio, Ruel, Rabelais, Champier mandan hacer allí sus ediciones. Y se imprimen para todas las naciones y para todas las ciudades y en todas las lenguas.
 Servet, al entrar en Lyón, creyó prudente cambiar de nombre y de naturaleza. Dijo llamarse Miguel de Villanueva, estudiante navarro, que acudía allí en busca de trabajo para ganar su subsistencia.
 El librero Trechsel, prendado de sus conocimientos y apiadado de su miseria, le tomó como corrector de estilo y tales y tantas pruebas dio de su saber, en las lenguas antiguas y modernas como en la ciencias y artes que, admirado de su erudición, un día, le confió el que dirigiera y anotara la publicación de una nueva edición de la Geografía de Tolomeo. Efectivamente, Servet la revisó, la corrigió, la completó y la enriqueció tanto con sus observaciones personales, que fue una de las primeras y más consultadas obras del Renacimiento. Y tanto es así, que aun hoy admira, y al leerla puede asegurarse que Servet fue el creador de la Geografía comparada y de la etnografía, y que Alejandro de Humboldt, Carlos Ritter y Eliseo Reclus, no han sido más que sus continuadores. Así lo afirma el último.
 Mientras publica esta obra, traba amistosas relaciones con Dolet, y con la amistad de éste se fortifica su amor al saber, su horror a la ignorancia y su creencia en que el alto sentido del goce de la vida, más que la teología, lo dan el Arte y el Ciencia.
 Desde este momento combate tanto por la Ciencia y la libertad como por el amor al prójimo. La dignidad humana, el crecimiento de la vida: esas ideas llegan en él a adquirir una expresión lógica. "Más me place la verdad de un enemigo -exclama- que doscientos errores de los nuestros". Y extiende sus investigaciones a todos los orígenes del saber humano. Estudia a Zoroastro como a Moisés, a Platón y a Cristo, Mahoma y el Filsafet de los árabes españoles le son profundamente conocidos; y de la Filosofía y del Derecho pasa a la Geografía, a las Matemáticas, a la Astrología, y se engolfa en las nebulosidades de la Metafísica, donde su mente cree percibir los resplandores de la Divinidad. Por fin se apasiona por las Ciencias naturales, ya que después de embellecer al alma hay que fortificar el cuerpo: Mens sana in corpore sano. Así se dedica a la Medicina, por amor al prójimo. "Hay que estudiar ese otro universo que es el hombre -escribe-, y hay que conocerle a fondo por anatomías sucesivas". Y desde este momento sólo piensa en sus estudios anatómicos. Sus escritos científicos hallan apoyo y le conquistan discípulos en Italia y en España. Los países germánicos protestantes son sus enemigos; allí sus obras son rehusadas. Bien ha dicho Renán que la libertad del pensamiento y la filosofía moderna tienen su origen en los humanistas italianos y en los filósofos españoles y no en la Reforma, como algunos sostienen. Y es la pura verdad. Para honra de nuestra raza tuvimos a Servet, Vives, Huarte y Gracián, que son los padres de las ideas modernas, y a los que se deberá gran parte de la marcha futura de los pueblos.
  Otra de las eminencias que Servet conoció en Lyón fue el gran doctor Sinforiano Champier. […]
 Una vez instruido en la Medicina, determinó ir a perfeccionarse a París, donde tenía cátedra el célebre Silvio. Allí estudió con éste y con Farnel, de los cuales llegó a ser el primer discípulo. Pronto ganó la borla del doctorado, y empezó a dar conferencias en el Colegio de los Lombardos. Según parece, en la Facultad de París fue donde él se formó ya completa idea del mecanismo de la circulación de la sangre. Pronto publicó un tratado de terapéutica, titulado De Syruporum universa ratio, el cual adquirió tal boga que en poco tiempo se hicieron de él varias ediciones.
 En él sostenía la misma tesis de Champier, y es que por la Medicina griega se cura y con la árabe se mata. "Los árabes -dice- piensan que hay que sacrificar a los débiles" y, como a buen cristiano, le horrorizaba esa idea. "Un débil de cuerpo puede tener un gran espíritu, y fortificándole el cuerpo se le puede transformar en un hombre perfecto". "Éste es el deber de la Medicina" -exclama- y siguiendo el principio del utile dulci, o sea la unión de lo conveniente con lo agradable, sienta que para curar no hay que hacer sufrir, pues que el enfermo no es un culpable sino un desgraciado al cual hay que calmarle o alejarle el dolor. […]
Resultado de imagen de pompeyo gener pasion y muerte de servet El dulce sabio español, como se le llamó, se hizo apreciar en París no sólo del público en general, sino de las gentes cultas y de los médicos de mayor nombradía. […]
 Entonces, Servet, desbordante de actividad, abrió un curso de Matemáticas en la propia Escuela de Medicina de París; a éste siguió un curso público de Anatomía y en la Escuela de los Lombardos otro de Meteorología, de Astronomía y de las influencias siderales sobre el Hombre, lo cual fue calificado de astrología judiciaria. Servet llegó a ser el hombre a la moda. […] Al gran Servet, en este momento, la fortuna le sonreía. No tenía más que dejarse conducir por ella para vivir espléndidamente y lleno de honores.
 En una de sus conferencias habló de lo que hoy los hombres de ciencia llaman Premoniciones, es decir, los presentimientos que permiten juzgar del porvenir y venir en conocimiento, o sentir, lo que sucede a distancia. Esto que hoy día se llama telepatía, agradó tanto en París, especialmente entre las clases altas, que la fama de Servet creció hasta tal punto que llegó a ser el doctor preferido por los más grandes señores y las damas más distinguidas.
 Tanta fortuna no tardó en provocar la envidia de algunos de sus colegas […] Así, el 18 de marzo del año 1538, el Parlamento de París le juzgó, en virtud de una acusación venida de la Facultad de Medicina. En la acusación se pedía nada menos que se le condenara a muerte en la hoguera apoyándose en el capítulo XLVII de Isaías, en el cual se dice que "los que estudian el cielo y que observan los astros, son como la paja que el fuego consume, y no salvarán su vida de las llamas".
 Un pasaje de un profeta de Israel malhumorado presagiaba ya su muerte. Mas el Parlamento le absolvió.»
 
    [El texto pertenece a la edición en español de Ediciones Espuela de Plata, 2007, pp. 26-31. ISBN: 978-84-96133-95-2.]
 

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