I.-Por qué se debería cuidar la formación de bibliotecas
«Así pues, señor, toda la dificultad de este propósito mío consiste en que, pudiendo ejecutarlo fácilmente, vos juzgaseis que merecía la pena emprenderlo. Pero, antes de ocuparnos de las útiles reglas de las que nos serviremos en la tarea, es preciso demostrar y explicar las razones que deberían persuadiros indefectiblemente de que os conviene y de que, por tanto, no deberíais de ninguna manera descuidarla. Porque, sin alejarnos de la naturaleza de esta empresa, el sentido común nos dicta que es cosa muy elogiable, generosa y digna de un espíritu que no respira sino inmortalidad el rescatar del olvido, conservar como otro Pompeyo todas estas imágenes, no de los cuerpos, sino de los espíritus de tantos gentilhombres que no ahorraron ni tiempo ni desvelos para dejarnos las más vivas huellas de lo mejor de ellos mismos. Se trata también de una práctica que Plinio el Joven, que no era precisamente el menos ambicioso de los romanos, parece recomendarnos muy particularmente en su quinta epístola con estas bellas palabras: Mihi pulchrum in primis videtur, non pati occidere quibus aeternitas debetur (1).
Además, esta búsqueda curiosa, en absoluto trivial ni vulgar, puede legítimamente considerarse como uno de los buenos presagios de los que habla Cardano en el capítulo "De signis eximiae potentiae". Porque, por ser dicha práctica extraordinariamente difícil y enormemente costosa, nadie habla de ella si no es en buenos términos y casi con admiración hacia quien la practica, pues como dice el mismo autor: Existimatio autem et opinio rerum humanarum reginae sunt (2).
Y, en verdad que no encontramos extraño que Demetrio hiciera demostraciones y desfiles con sus instrumentos de guerra y máquinas descomunales y prodigiosas, ni Alejandro Magno de su manera de acampar, los reyes de Egipto de sus pirámides, incluso el mismo Salomón de su templo y otras cosas semejantes, mientras que Tiberio recalca claramente en la obra de Tácito que caeteris mortalibus in eo stare consilia quid sibi conducere putent, principium diversam ese sortem, quibus omnia ad famam dirigenda (3).
Así pues, ¿cuánta estima no debemos a quienes, sin haber buscado invenciones superfluas o inútiles para la mayoría, creyeron y juzgaron que no existía ningún medio más honrado ni seguro para adquirir buena fama entre los pueblos que formar bellas y magníficas bibliotecas, dedicándolas y consagrándolas después al uso del público?
También es verdad que tal empresa nunca ha engañado ni decepcionado a quienes han sabido llevarla adelante con acierto que siempre ha sido juzgada en consecuencia, de forma que los particulares no sólo han logrado el éxito en su propio beneficio, como Richard de Bury, Bessarion, Vincenzo Pinelli, Sirleto, vuestro abuelo el señor Henri de Mesme de muy feliz memoria, el caballero inglés Bodley, el difunto señor presidente De Thou y un gran número de otros, sino que los más ambiciosos siempre se han querido servir de ésta para coronar y perfeccionar todas sus buenas acciones, como hace la clave que cierra la bóveda y sirve de lustre y ornamento al resto del edificio. Y no necesito más pruebas y testimonios de lo que digo que esos grandes reyes de Egipto y de Pérgamo, ese Jerjes, ese Augusto, Lúculo, Carlomagno, Alfonso de Aragón, Matías Corvino y ese gran rey francés Francisco I, que todos ellos -entre los innumerables monarcas y potentados que también practicaron estas astucias y estratagemas- eran aficionados y se afanaron particularmente en reunir gran número de libros y ordenaron fundar bibliotecas muy interesantes y bien dotadas, no porque carecieran de otras materias de alabanza y encomienda -que de éstas ya habían obtenido en abundancia con sus grandes y señaladas victorias-, sino porque no ignoraban que las personas quibus sola mentem animosque perurit gloria (4), no deben descuidar nada de aquello que les pueda elevar fácilmente al supremo y soberano grado de estima y de reputación. Y además, si se preguntase a Séneca cuáles deberían ser las acciones de estos fuertes y poderosos genios que parecen haber sido puestos en el mundo para operar milagros, respondería infaliblemente: Neminem excelsi ingenii virum humilia delectant et sórdida, magnarum rerum species ad se vocat et allicit (5).
Por lo tanto, señor, creo conveniente, ya que vos estáis por encima de las acciones señaladas, que no permanezcáis jamás en la loable mediocridad de las cosas buenas, puesto que vos nada tenéis de ordinario ni de vulgar, y que encarezcáis también, por encima de cualquier otro honor, la reputación de poseer la biblioteca más perfecta, la mejor dotada y conservada de vuestro tiempo.
Por último, si estas razones no tuvieran bastante fuerza para disponeros favorablemente hacia esta empresa, al menos estoy convencido de que vuestro contento particular bastará para decidiros, pues si es posible tener en este mundo algún bien soberano, una cierta felicidad perfecta y cumplida, creo sinceramente que nada hay más deseable que el entretenimiento y la fértil y agradable diversión que se puede recibir de la biblioteca de un hombre docto que no se esfuerza en tener libros ut illi sint caenationum ornamenta, quam ut studiorum instrumenta (6), pues gracias a ésta puede en justicia llamarse cosmopolita o habitante de todo el mundo, ya que todo puede saber, verlo todo y no ignorar nada. En resumen, que puesto que es dueño absoluto de esta satisfacción, que puede gobernarla a su antojo, que puede tomarla si quiere y dejarla cuando le plazca, mantenerla como buenamente le parezca, instruirse sin trabajo ni pena y sin que se le contradiga y conocer las particularidades al detalle de Tout ce qui est, qui fut, et qui peut être / en terre, en mer, au plus, caché des cieux. (7)
Así pues, como resultado de estas razones y de muchas otras que os resultará más fácil concebir que a ningún otro expresarlas, os diré que no pretendo con ellas comprometeros en un gasto superfluo y excesivo, pues no soy de la opinión de los que creen que el oro y la plata son los nervios principales de una biblioteca, y puesto que no valoran los libros sino por el precio que les han costado, se persuaden de que sólo se pueden tener cosas buenas pagándolas muy caro.
Aunque lejos de mi intención está convenceros de que tal acumulación pueda conseguirse sin gasto y sin aflojar la bolsa, pues me consta que las palabras de Plauto son en esta ocasión tan atinadas como de costumbre: Necesse est facere sumptum qui quaerit lucrum (8).
No obstante, sí pretendo mostraros con el presente discurso que existe una infinidad de otros medios de los que servirnos con mayor facilidad y menor gasto para conseguir y alcanzar lo que os propongo.»
(1) "Me parece especialmente hermoso no permitir que caigan en el olvido aquéllos que se merecen la inmortalidad" (Plinio el Joven, Cartas, libro V, epístola 8, I, a Tirinio Capitón). Traducción de Julián González Fernández [Madrid, Gredos, 2005, p.265]
(2) "Pues la fama y la reputación gobiernan los designios de los hombres" (Libro III de la obra de Girolamo Cardano De utilitate ex adversis capienda) [Basilea, 1561]
(3) "Las decisiones de los demás mortales se limitaban a considerar lo que les convenía a ellos, pero que otra era la condición de los príncipes, los cuales tenían que resolver los asuntos más importantes pensando en la opinión pública" (Tácito, Anales, libro IV, 40,1). Traducción de José L. Moralejo [Madrid, Gredos, 1984, p. 298]
(4) "Cuyo entendimiento y espíritu sólo ansían la gloria" (Valerius Flaccus, Argonautica, I, 76-77)
(5) "A ningún varón con nobleza de espíritu le deleita lo vil y lo sórdido; la hermosura de lo grande le cautiva y le exalta" (Séneca, Epístolas morales a Lucilio, libro IV, epístola 39-2). Traducción de Ismael Roca Meliá [Madrid, Gredos, 1986, vol. I, p. 249]
(6) "[No] son instrumentos para el estudio, sino decoración para sus salones" (Séneca, De tranquillitate animi, 9, 5). Traducción de Juan Mariné Isidro [Diálogos, Madrid, Gredos, 2000, p.349]
(7) "Todo lo que es, fue y puede ser / en la tierra, en el mar, en el cielo más escondido". XXXVIII Cuarteto moral de Guy du Fair seigneur de Pibrac (Toulouse, 1529-1584).
(8) "Para ganar algo, no hay más remedio que hacer algún gasto". (Plauto, La comedia de los asnos, acto I, escena III). Traducción de Mercedes González-Haba [Comedias, Madrid, Gredos, 1992, vol. I, p. 123]
[El texto pertenece a la edición en español de KRK Ediciones, 2008, en traducción de Evaristo Álvarez Muñoz, pp. 85-92. ISBN: 978-84-8367-111-5.]
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