domingo, 15 de noviembre de 2020

La sala del crimen.- Phyllis D. James (1920-2014)

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Libro primero: Las personas y el lugar

  «-Siempre y cuando seáis muy conscientes de que seguir discutiéndolo es una pérdida de tiempo. No estoy obrando por impulso. He estado reflexionando al respecto desde que murió nuestro padre. Ha llegado la hora de que el museo cierre y las colecciones vayan a parar a otros lugares.
 Ni Marcus ni Caroline respondieron. Neville no realizó ninguna manifestación de protesta más, la reiteración sólo conseguiría debilitar sus argumentos. Era mejor dejarlos hablar y luego limitarse a reafirmar rápidamente su decisión.
 […]
 Caroline frunció el entrecejo.
 -No necesitamos cambios fundamentales -dijo-, lo que tenemos es algo único. Estoy de acuerdo en que es a pequeña escala y nunca va a atraer al público como un museo más exhaustivo, pero se fundó con un propósito y lo cumple. Por las cifras que has presentado, parece como si esperaras obtener financiación oficial. Olvídalo. En esos sorteos no nos asignarán una sola libra, ¿por qué iban a hacerlo? Y si lo hiciesen tendríamos que complementar la subvención, lo que sería imposible. Las autoridades locales ya están bastante presionadas (todas lo están) y el gobierno central ni siquiera puede financiar de manera decente los grandes museos nacionales, el Victoria & Albert y el Británico. Estoy de acuerdo en que debemos incrementar nuestros ingresos, pero no a costa de vender nuestra independencia.
 -No vamos a recurrir al dinero público ni al Gobierno ni a las autoridades locales ni a los sorteos para obtener subvenciones -explicó Marcus-. Además, tampoco nos lo darían. Y lo lamentaríamos si nos lo diesen. Pensad en el Museo Británico: un déficit de cinco millones. El Gobierno insiste en una política de entradas gratuitas, los financia de forma inadecuada, se meten en problemas y tienen que volver a recurrir al Gobierno mendigando más dinero. ¿Por qué no venden su inmenso excedente, cobran unos precios razonables por las entradas a todos salvo a los grupos más desfavorecidos y se hacen independientes de una vez por todas?
 -No pueden deshacerse legalmente de donativos benéficos ni existir sin ayuda, y estoy de acuerdo en que nosotros sí podemos -convino Caroline-. Y no veo por qué los museos y las galerías han de ser gratuitos. Otras clases de oferta cultural no lo son, como los conciertos de música clásica, el teatro, la danza, la BBC..., eso suponiendo que seáis de la opinión de que la BBC sigue produciendo cultura... Y no tengo ninguna intención de dejar el piso, por cierto. Ha sido mío desde que papá murió y lo necesito. No puedo vivir en una habitación amueblada en Swathling's.
 […]
 Neville había permanecido callado durante todo aquel intercambio de palabras. Quizá los adversarios estuviesen atacándose mutuamente, pero su objetivo era, en esencia, el mismo: mantener abierto el museo. Esperaría su ocasión. Se sorprendió, aunque no por primera vez, de lo poco que conocía a sus hermanos. […] De pronto se sintió fatigado y le resultaba difícil mantener los ojos abiertos. Se forzó a sí mismo a permanecer despierto y oyó la voz monótona y sosegada de Marcus.
  -Las investigaciones que he llevado a cabo durante el pasado mes me han llevado a una conclusión inevitable: si quiere sobrevivir, el Museo Dupayne debe cambiar y cambiar de un modo radical. Ya no podemos continuar como un pequeño almacén especializado en el pasado para unos cuantos especialistas, investigadores o historiadores. Tenemos que abrirnos al público y vernos como educadores y mediadores, no como meros guardianes de las décadas pasadas. Por encima de todo, debemos hacernos globales. La política fue establecida por el Gobierno, ya en mayo de 2000, en su publicación Centros para el cambio social: Museos, galerías y archivos para todos. Ve la mejora social dominante como una prioridad y establece que los museos deberían, y cito textualmente: "Identificar a las personas que están excluidas socialmente […] comprometerlas y establecer sus necesidades […] desarrollar proyectos cuyo objetivo sea mejorar las vidas de las personas con riesgo de exclusión social". Tienen que percibirnos como agentes del cambio social.
 Caroline soltó una carcajada sarcástica y ronca a un tiempo.
 -Dios mío, Marcus. ¡Me sorprende que no llegaras a ocupar la cartera de algún ministerio importante! Tienes todo lo que se necesita. Te has tragado toda esa jerga contemporánea de un solo y glorioso bocado. ¿Qué se supone que debemos hacer? ¿Ir a Highgate y Hampstead y averiguar qué colectivos no nos están honrando con su visita al museo? ¿Concluir que tenemos demasiadas madres solteras con dos hijos, gays, lesbianas, pequeños comerciantes, minorías étnicas? Y luego ¿qué hacemos? ¿Atraerlos instalando un tiovivo en el jardín para los críos, ofreciéndoles té gratis y un globo de regalo? Si un museo realiza su trabajo como es debido, la gente que está interesada vendrá y no será de una sola clase. La semana pasada estuve en el Museo Británico con un grupo de la escuela; a las cinco y media salían personas de toda condición: jóvenes, viejos, blancos, negros, de aspecto opulento, gente venida a menos... Lo visitan porque el museo es gratuito y magnífico. Nosotros no podemos ser ninguna de las dos cosas, pero sí podemos seguir haciendo lo que hemos venido haciendo desde que papá lo fundó. Por favor, sigamos como hasta ahora, ni más ni menos, que ya será bastante complicado.
 -Si los cuadros van a parar a otros museos, no se perderá nada -intervino Neville-. Todavía seguirán exhibiéndose al público y es probable que mucha más gente los vea.
 Caroline se mostró desdeñosa.
 -No necesariamente. Es más, yo diría que eso es muy poco probable. La Tate posee miles de cuadros que no expone por falta de espacio. Dudo que la National Gallery o la Tate estén demasiado interesadas en lo que podamos ofrecerles. Tal vez sea distinto en el caso de los museos provinciales más pequeños, pero no hay ninguna garantía de que vayan a quererlos. El sitio de los cuadros está aquí. Forman parte de una historia planeada y coherente de las décadas de entreguerras.»
 
   [El texto pertenece a la edición en español de Ediciones B, 2004, en traducción de Ana Alcaina, pp. 140-146. ISBN: 84-666-1741-8.]
 

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