Con el otoño a cuestas
Voy a hacerte feliz. Sufrirás tanto
«Voy a hacerte feliz. Sufrirás tanto
que le pondrás mi nombre a la tristeza.
Mal contrastada, en tu balanza empieza
la caricia a valer menos que el llanto.
Cuánto me vas a enriquecer y cuánto
te vas a avergonzar de tu pobreza
cuando aprendas -a solas- qué belleza
tiene la cara amarga del encanto.
Para ser tan feliz como yo he sido,
besa la espina, tiembla ante la rosa,
bendice con el labio malherido,
juégate entero contra cualquier cosa.
Yo entero me jugué. Ya me he perdido.
Mira si mi venganza es generosa.
[De Sonetos de la Zubia]
[…]
El laberinto del amor
El innumerable amor
Lo antedicho demuestra que el amor sirve hasta para cometer crímenes pasionales, y nada tiene que ver -a Dios gracias y por mucho que la Iglesia se empestille- con la procreación. Las gentes -y los perros- continuarán amándose aunque no tengan hijos, más: aunque los eviten. Porque el amor es sexo y otras cosas. No llamamos amor, no sé por qué, a lo que hacen los perros; pero llamamos amor a casi todo lo que hacemos nosotros, tampoco sé por qué. O acaso sí: porque se ha mezclado el amor -como una salsa, como un embellecedor, como un digestivo- a tantos y tan aburridos conceptos, que sobrecoge. La causa es evidente: el amor es algo elástico, laberíntico, polifacético; lo mismo sirve para un roto que para un descosido. ¿Se produce una ceguera transitoria, que lo lleva a uno conducido, alterado, vendido? Es amor. ¿Siente uno apremios de tocar, de morder, de penetrar? Es amor. ¿Brota una situación ágil, desenfadada, cariñosa, juguetona? Es amor. ¿Conviven dos personas porque se entienden o porque mutuamente se protegen? Es amor. ¿Hay una compraventa de juventud y belleza a costa de instalación y seguridad? Es amor. Todo, todo es amor. Yo no lo niego. No soy tan estricto como don Quijote, que se cualificaba ante los duques de enamorado no vicioso, sino platónico continente. Entre otras razones, porque estoy convencido de que, debajo de la manta, por las noches, Platón le pellizcaba las nalgas a Carmides.
¿Qué es amor, por tanto? Una atracción -no siempre sexual-, que se suscita por selección -no siempre por elección- entre una pareja -no siempre de distinto sexo- y que concluye -o comienza- en el sexo. Lo de los niños es una consecuencia contingente y poco perseguida. Pregúntesele, a quienes estén realizando los generosos y egoístas gestos del amor, si quieren niño o niña, y aguántese la temible respuesta. Sucede, sí, que el amor implica un proyecto en común y convencionalmente se adhiere a él la prole. (Tan convencionalmente como se adhiere el amor al matrimonio, cuando todo el mundo sabe que cada uno subsiste -y, lo que es peor, se extingue- sin necesidad del otro). Tal proyecto requiere una cierta exclusiva, tanto en la recepción como en la entrega. Por eso es extrasocial -tres son ya multitud en el amor-, y por eso el erotismo es siempre antigregario y antiproletario. El amor más indiscutible es el que no respeta las normas discutibles: ni de posición, ni de familia, ni de razas, ni de religiones, ni de edad, ni de sexo. Cuando un amor se casa de blanco, ante la Patrona de la localidad, con asistencia de las autoridades, con madrina de mantilla, con festín multitudinario y con el aplauso de los gladiolos y los ruiseñores, mal porvenir le espera. Nada hay que tema tanto como a las bendiciones y a las entusiastas enhorabuenas familiares: ahí se está cumpliendo una voluntad impuesta sutilmente. No es lógico que coincidan puntos de vista tan contrarios. Hay excepciones, pero jamás las quise para mí.
No es mi propósito animar a los jóvenes a rebelarse, raptarse recíprocamente o abofetear a sus padres y demás allegados. No es siquiera mi propósito animarles a hacer lo que les dé la gana, aunque sería lo más prudente. (Tú lo hiciste; yo lo hice. Ni de ti ni de mí se puede esperar ni otro consejo, ni gran cosa). Cada cual debe ganarse y perderse -sobre todo, arriesgarse- con valentía y decisión. Y sabiendo, desde luego, que el cumplimiento vital -el más profundo, el más obligatorio- es ajeno al amor. Por inseguros y por solitarios, los jóvenes tienden a pensar de otro modo. (Ay, la falacia de la media naranja, cuando la suya es probable que se encuentre en la China, país especialista en ese fruto). Infortunadamente, el amor no siempre enriquece; en ocasiones, nos roba -sin beneficio para nadie, lo que es más consolador- y nos merma la fuerza. El cumplimiento vital sólo va unido al amor para los predestinados a él: aman y nada más, ensimismados, un poco indiferentes a quien aman. Como el pintor, que se cumple en la pintura, sin depender de sus modelos. Pero está comprobado que no es destino cómodo el de ser gran amante. Porque en el amor -y más en el químicamente puro- uno arde, tantea, vacila, irradia, se desangra, vuela, y está, en el fondo, solo. Maldita sea su estampa. Tú lo sabes.
[Del Cuaderno de la Dama de Otoño]»
[El texto pertenece a la edición en español de Espasa Calpe, 1993, en edición de Carmen Díaz Castañón, pp. 246 y 264-265. ISBN: 84-239-7671-8.]
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