sábado, 7 de noviembre de 2020

La verdad sobre el caso Harry Quebert.- Joël Dicker (1985)

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Primera parte: La enfermedad del escritor (8 meses antes de la publicación del libro)
30.- El Formidable 

  «Para ello se preparó un solemne acto en el vestíbulo principal del instituto, un sábado por la tarde, ante un grupo elegido de alumnos, antiguos alumnos y algunos periodistas locales. Toda aquella gente de postín se sentaba amontonada sobre sillas plegables frente a un gran telón. Detrás de él, como descubrimos después de un discurso triunfal del director, un armario de cristal con la inscripción En homenaje a Marcus P. Goldman, llamado "el Formidable", alumno de este instituto desde 1994 hasta 1998. Y dentro del armario, un ejemplar de mi novela, mis antiguos boletines de notas, algunas fotos, mi camiseta de jugador de lacrosse y la del equipo de marcha.
 […] Mi paso por el Felton High, pequeño y apacible centro al norte de Montclair lleno de adolescentes pánfilos, se había quedado grabado en su memoria hasta el punto de que mis compañeros y profesores me habían apodado "el Formidable". Pero ese día de diciembre de 2006, lo que todos ignoraban en el momento de aplaudir esa vitrina dedicada a mi gloria era que debía a una serie de malentendidos, primero fortuitos y después sabiamente orquestados, el haberme convertido en la estrella incontestable de Felton durante cuatro largos y hermosos años.
 La epopeya del Formidable empezó a mi llegada al instituto, cuando tuve que elegir una disciplina deportiva para el curso. Tenía decidido que sería fútbol o baloncesto, pero el número de plazas de esos equipos era limitado y, desgraciadamente para mí, el día de la inscripción llegué con mucho retraso a la oficina de registro. "Ya he cerrado -me dijo la mujer gorda que se ocupaba de ella-. Vuelve el año que viene". "Por favor, señora -le había suplicado-, tengo que estar inscrito obligatoriamente en una disciplina deportiva, si no tendré que repetir curso". "¿Cómo te llamas?" -había suspirado ella-. "Goldman. Marcus Goldman, señora". "¿Qué deporte quieres?" "Fútbol o baloncesto". "Los dos están completos. Sólo me quedan el equipo de danza acrobática o el de lacrosse".
 Lacrosse o danza acrobática. Lo mismo que decir peste o cólera. Sabía que unirme al equipo de danza me convertiría en el hazmerreír de mis compañeros, así que elegí lacrosse. Pero hacía dos décadas que Felton no había tenido un buen equipo de lacrosse, hasta el punto de que ningún alumno quería formar parte de él. El de aquel año estaba, como no podía ser de otra manera, compuesto por alumnos incapaces para otras disciplinas, o que llegaban tarde el día de las inscripciones. Me integré, pues, en un equipo diezmado, poco emprendedor y torpe, pero que me llevaría a la gloria. Esperando ser repescado durante el curso por el equipo de fútbol, quise realizar alguna proeza deportiva para que se fijaran en mí. Me entrené con una motivación sin precedentes y, al cabo de dos semanas, nuestro entrenador vio en mí la estrella que esperaba desde siempre. Fui inmediatamente ascendido a capitán del equipo y no tuve que realizar esfuerzos titánicos para que me consideraran como el mejor jugador de lacrosse de la historia de Felton High. Batí sin dificultad el récord de goles de los veinte años precedentes -que era absolutamente ínfimo- y, gracias a aquella gesta, fui inscrito en el tablón de méritos del instituto, algo que no había sucedido con ningún otro alumno de primero. Aquello no dejó de impresionar a mis compañeros ni de atraer la atención de mis profesores: gracias a esa experiencia comprendí que para ser formidable bastaba con soslayar las relaciones con los demás; al final, todo no era más que una cuestión de falsas apariencias.
Resultado de imagen de joel dicker la verdad sobre el caso Me puse inmediatamente manos a la obra. Por supuesto, dejé de plantearme abandonar el equipo de lacrosse, ya que mi única obsesión fue a partir de entonces convertirme en el mejor por todos los medios, estar en la cima a cualquier precio. Con esa motivación me planté en el concurso de proyectos científicos, que se llevó una niñata superdotada llamada Sally, y en el que no pasé del decimosexto puesto. No obstante, durante la entrega de premios, en el auditorio del instituto, me las arreglé para tomar la palabra y me inventé fines de semana completos de voluntariado con disminuidos psíquicos que habían estorbado considerablemente el avance de mi proyecto, antes de concluir, con los ojos bañados en lágrimas: "Poco me importan los primeros premios, si puedo aportar una llama de felicidad a mis amigos los niños trisómicos". Evidentemente, todo el mundo quedó impresionado, y aquello me valió eclipsar a Sally ante los profesores y mis compañeros. La misma Sally, que tenía un hermano pequeño con una minusvalía profunda -algo que yo ignoraba-, rechazó su premio y exigió que me lo diesen a mí. Gracias a ese episodio vi mi nombre bajo las categorías de Deportes, Ciencias y Premio a la camaradería en el tablón de méritos, que yo había bautizado en secreto como tablón demérito, plenamente consciente de mi impostura. Pero no podía parar, estaba como poseído. Una semana más tarde, batí el récord de venta de billetes de tómbola comprándomelos a mí mismo con el dinero de dos veranos anteriores limpiando el césped de la piscina municipal. No hizo falta más para que el rumor empezase a recorrer el instituto: Marcus Goldman era un ser de una calidad excepcional. Fue esa constatación la que empujó a alumnos y profesores a llamarme "el Formidable", como una marca de fábrica, una garantía absoluta de éxito; y mi pequeña fama pronto se extendió al conjunto de nuestro barrio en Montclair, llenando a mis padres de un inmenso orgullo.
  Esta tramposa reputación me incitó a practicar el noble arte del boxeo. […]
 Durante mi tercer curso, por culpa de una restricción presupuestaria, el director se vio obligado a desmantelar el equipo de lacrosse, que costaba demasiado caro al instituto en relación a lo que aportaba. Para mi gran pesar, tuve pues que elegir una nueva disciplina deportiva. Evidentemente, los equipos de fútbol y baloncesto intentaban seducirme, pero sabía que, si me unía a alguno de ellos, me enfrentaría a jugadores mucho más dotados y motivados que mis compañeros de lacrosse. Me arriesgaba a quedar eclipsado, a volver a caer en el anonimato, o peor aún, a retroceder: […] Viví dos semanas de angustia, hasta que oí hablar del muy desconocido equipo de marcha del instituto, compuesto por dos obesos paticortos y un esmirriado sin fuerzas. Resultó ser además la única disciplina del Felton que no participaba en ninguna competición entre centros: aquello me aseguraba no tener que medirme con nadie que fuese peligroso para mí. Así que, aliviado, y sin la menor duda, me uní al equipo de marcha de Felton, en el seno del cual, y desde el primer entrenamiento, batí sin dificultad el récord de velocidad de mis plácidos compañeros de equipo, ante la mirada amorosa de algunas animadoras y del director.»
 
     [El texto pertenece a la edición en español de Penguin Random House, en traducción de Juan Carlos Durán Romero, pp. 62-66. ISBN: 978-84-663-4667-2.]
 

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