Libro primero: Del establecimiento de los principios
Conclusión: II.-De los elementos
«I (120).- El hombre, por la naturaleza de la mente humana, cuando se arruina en la ignorancia, se hace regla del universo.
(121).-Esta dignidad es la razón de dos costumbres humanas comunes: una, que "fama crescit eundo" (*); la otra, que "minuit praesentia famam" (**). La cual, habiendo hecho un larguísimo camino desde el principio del mundo, ha sido el manantial perenne de todas las fantásticas opiniones que se han tenido hasta ahora de las lejanísimas antigüedades desconocidas por nosotros; conforme a aquella propiedad de la mente humana advertida por Tácito en la Vida de Agrícola con esta expresión: "Omne ignotum pro magnifico est" (***).
II (122).- Otra propiedad de la mente humana es que cuando los hombres no pueden hacerse idea de las cosas lejanas y no conocidas, las consideran según las cosas que les son conocidas y presentes.
(123).-Esta dignidad indica la fuente inagotable de todos los errores aceptados por naciones enteras y por todos los doctos respecto a los principios de la humanidad; ya que en consonancia con los tiempos iluminados, cultos y magníficos, en los que comenzaron aquéllas a advertirlos y éstos a razonarlos, han estimado los orígenes de la humanidad, que debieron ser naturalmente pequeños, bastos, oscurísimos. […]
III (125).- De la vanidad de las naciones, ya oímos aquella máxima áurea de Diodoro de Sicilia: que las naciones, griegas o bárbaras, habían tenido esta vanidad, la de haber sido la primera de todas en hallar las comodidades de la vida humana y en conservar la memoria de sus cosas desde el principio del mundo. […]
IV (127).- A esa vanidad de las naciones se añade aquí la vanidad de los doctos, que pretenden que lo que ellos saben es tan antiguo como el mundo.[…]
V (129).- La filosofía, para ayudar al género humano, debe alentar y dirigir al hombre caído y débil, no forzar su naturaleza ni abandonarlo a su corrupción.
(130).- Esta dignidad aleja de la escuela de esta Ciencia a los estoicos, que quieren el amortiguamiento de los sentidos, y a los epicúreos, que hacen de ellos regla, y ambos niegan la providencia, aquéllos dejándose arrastrar por el sino, abandonándose éstos al azar, y opinando además los segundos que las almas humanas mueren con los cuerpos. A unos y otros se les debería llamar "filósofos monásticos o solitarios". En cambio, admite a los filósofos políticos, y principalmente a los platónicos, los cuales convienen con todos los legisladores en estos tres puntos principales: que existe la providencia divina, que se deben moderar las pasiones humanas y hacer de ellas virtudes humanas, y que las almas son inmortales. Y, en consecuencia, esta dignidad nos dará los tres principios de esta Ciencia. […]
VII (132).- La legislación considera al hombre como es, para hacer buen uso de él en la sociedad humana. Así, de la ferocidad, de la avaricia y de la ambición, que son los tres vicios que se encuentran en todo el género humano, hace la milicia, el comercio y la corte, y de ahí, la fortaleza, la opulencia y la sabiduría de las repúblicas; y a partir de estos tres grandes vicios, que ciertamente destruirían la generación humana sobre la tierra, resulta la felicidad civil.
(133).- Esta dignidad prueba que existe la providencia divina y que hay una mente legisladora, que de las pasiones de los hombres, siempre pendientes de sus provechos privados, para los que vivirían como bestias en soledad, ha hecho los órdenes civiles, por los que viven en una sociedad humana.
VIII (134).- Las cosas fuera de su estado natural ni se mantienen ni duran.
(135).- Esta dignidad, por sí sola, puesto que el género humano, desde que se tiene memoria del mundo, ha vivido y vive de modo aceptable en sociedad, determina la gran disputa, sobre la cual los mejores filósofos y los teólogos morales todavía contienden con Carneades el escéptico y con Epicuro (ni siquiera Grocio la ha resuelto): si existe un derecho natural o, lo que es lo mismo, si la naturaleza humana es sociable. […]
IX (137).- Los hombres que no saben lo verdadero de las cosas, procuran atenerse a lo cierto, para que no pudiendo satisfacer el intelecto con la ciencia, al menos la voluntad repose sobre la conciencia. […]
XI (141).- El albedrío humano, por su naturaleza muy incierto, se hace certero y se determina con el sentido común de los hombres respecto a las necesidades o utilidades humanas, que son las dos fuentes del derecho natural de las gentes.
XII (142).- El sentido común es un juicio sin reflexión alguna, comúnmente sentido por todo un orden, por todo un pueblo, por toda una nación o por todo el género humano. […]
XIII (144).- Ideas uniformes nacidas en pueblos enteros desconocidos entre sí deben tener un fondo común de verdad. […]
XVI (150).- Ésta será otra gran tarea de esta Ciencia: hallar de nuevo esos fondos de lo verdadero, que, con el correr de los años y al cambiar las lenguas y las costumbres, nos llegó recubierto de falsedad.»
(*) "La fama crece al difundirse".
(**) "La presencia disminuye la fama".
(***) "Todo lo desconocido se magnifica". (Tácito, Agrícola, 20)
[El texto pertenece a la edición en español de Editorial Tecnos, 2006, en traducción de Rocío de la Villa, pp. 111-120. ISBN: 84-309-4485-0.]
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