lunes, 23 de noviembre de 2020

El señor de los anillos.- J.R.R. Tolkien (1892-1973)

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Libro cuarto
5.-Una ventana al oeste

 «-[…] Pero usted estuvo cerca de la verdad desde el principio. Yo observé y escuché a Boromir durante todo el camino desde Rivendel, para cuidar de mi amo, como usted comprenderá, y sin desearle ningún mal a Boromir, y es mi opinión que fue en Lórien donde vio claramente por primera vez lo que yo había adivinado antes: lo que él quería. ¡Desde el momento en que lo vio, quiso tener el Anillo del Enemigo!
 -¡Sam! -exclamó Frodo, consternado. Había estado ensimismado en sus propios pensamientos y salió de ellos bruscamente, pero demasiado tarde.
 -¡Caracoles! -dijo Sam palideciendo y enrojeciendo otra vez hasta el escarlata-. ¡Ya hice otra barrabasada! Cada vez que abres el pico metes la pata, solía decirme el Tío, y tenía razón. ¡Caracoles! ¡Caracoles! ¡Oiga, señor! -dio media vuelta y miró cara a cara a Faramir con todo el coraje que pudo juntar-, no vaya ahora a aprovecharse de mi amo porque el sirviente sea sólo un tonto. Usted nos ha arrullado todo el tiempo con palabras hermosas, hablando de los Elfos y todo, y bajé la guardia. Pero lo hermoso es bueno, como decimos nosotros. He aquí una oportunidad de demostrar su nobleza.
 -Así parece -dijo Faramir, lentamente y con una voz muy dulce y una extraña sonrisa-. ¡Así que ésta era la respuesta a todos los enigmas! El Anillo Único que se creía desaparecido del mundo. ¿Y Boromir intentó apoderarse de él por la fuerza? ¿Y vosotros escapasteis? ¿Y habéis corrido tanto camino... para llegar a mí? Y aquí os tengo, en estas soledades: dos Medianos, y una hueste de hombres a mi servicio, y el Anillo de los Anillos. ¡Un golpe de suerte! Una buena oportunidad para Faramir de Gondor de mostrar su nobleza. ¡Ah! -Se incorporó muy erguido, muy alto y grave, los ojos grises centelleando.
 Frodo y Sam saltaron de sus taburetes y se pusieron lado a lado de espaldas al muro, buscando a tientas la empuñadura de las espadas. Hubo un silencio. Todos los hombres reunidos en la caverna dejaron de hablar y los miraron con asombro. Pero Faramir volvió a sentarse y se echó a reír quedamente, y luego, de pronto pareció grave otra vez.
 -¡Ay, desdichado Boromir! ¡Fue una prueba demasiado dura! -dijo-. Cuánto habéis acrecentado mi tristeza, vosotros dos, ¡extraños peregrinos de un país lejano, portadores del peligro de los Hombres! Pero juzgáis peor a los Hombres que yo a los Medianos. Nosotros, los Hombres de Gondor, decimos siempre la verdad. Nos jactamos rara vez pero entonces actuamos o morimos intentándolo. No lo recogería ni si lo viese tirado a la orilla del camino, dije. Aunque fuese hombre capaz de codiciar ese objeto, aunque cuando lo dije no sabía qué era, de todos modos consideraría esas palabras como un juramento, y a ellas me atengo. Mas no soy ese hombre. O soy quizá bastante prudente para saber que el hombre ha de evitar ciertos peligros. ¡Descansad en paz! Y tú, Samsagaz, tranquilízate. Si crees haber flaqueado, piensa que estaba escrito que así habría de ser. Tu corazón es tan perspicaz como fiel, y él vio más claro que tus ojos. Por extraño que pueda parecer, no hay peligro alguno en que me lo hayas dicho. Hasta podría ayudar al amo a quien tanto quieres. Puede ser favorable para él, si está a mi alcance. Tranquilízate entonces. Pero nunca más vuelvas a nombrar esa cosa en voz alta. ¡Basta una vez!
Resultado de imagen de jrr tolkien el señor de los anillos II  Los hobbits volvieron a sus taburetes y se sentaron en silencio. Los hombres retornaron a la bebida y la charla, suponiendo que el Capitán había estado divirtiéndose a expensas de los pequeños huéspedes, pero que la chanza ya había terminado.
 -Bien, Frodo, ahora por fin nos hemos entendido -dijo Faramir-. Si asumiste la responsabilidad de ser el portador de ese objeto no por elección sino a instancias de otros, te compadezco y te honro. Y me dejas maravillado: lo llevas escondido y no lo utilizas. Sois para mí gente de un mundo nuevo. ¿Son semejantes a vosotros todos los de esa raza? Vuestra tierra parece un remanso de paz y tranquilidad, y honráis sin duda a los jardineros.
 -No todo es allí felicidad -dijo Frodo-, pero es cierto que honramos a los jardineros.
 -Pero también allí la gente tiene que aburrirse, aun en los huertos, como todas las cosas bajo el Sol de este mundo. Y vosotros estáis lejos de vuestro hogar y habéis viajado mucho. Basta por esta noche. Dormid los dos en paz, si podéis. ¡Nada temáis! Yo no deseo verlo, ni tocarlo, ni saber de él más de lo que sé (y ya es más que suficiente), no sea que el peligro me tiente, y si me enfrentara a esa prueba no sé si tendría la entereza de Frodo, hijo de Drogo. Id ahora a descansar... mas decidme antes si es posible: a dónde deseáis ir y qué queréis hacer. Pues yo he de velar y esperar y reflexionar. El tiempo pasa. En la mañana partiremos unos y otros por los caminos que el destino nos ha marcado.
 Pasado el primer sobresalto, Frodo no había dejado de temblar. Ahora un inmenso cansancio descendió sobre él como una nube. Incapaz de seguir disimulando, no se resistió más.
 -Buscaba un camino para entrar en Mordor -dijo con voz débil-. Iba a Gorgoroth. Tengo que encontrar la Montaña de Fuego y arrojar el objeto en el abismo del Destino. Así dijo Gandalf. No creo que llegue jamás allí.»
 
  [El texto pertenece a la edición en español de Ediciones Minotauro, 2001, en traducción de Matilde Horne y Luis Domènech, pp. 397-400. ISBN: 84-450-7034-7 (vol. II).]
 

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