19 de septiembre
«Cena en la elegante casa de Cesáreo Rodríguez Aguilera, mi compañero de letras en Papeles de son Armadans, abogado de pro y, en mi caso, desafortunado cuando, hace algunos años, intentó que me otorgaran un visado. Persona de mucho mundo y sabiduría no sólo literaria sino gastronómica, lo que es muy de agradecer: no sólo yo me acordaré de la sopa de perdiz. Plato de gran cocina que no hay que confundir -¡cuidado!- con las perdices en escabeche, que también tienen lo suyo. Historia del mismo. No sólo da gusto comer sino hablar de esa faz de la cultura en trance de morir hasta en Francia. Claro está que, gracias a Dios, desaparecerá uno antes.
-¿Hasta qué punto la tontería -y su hija natural la ignorancia- es hija de la civilización mal llamada "de masas"?
(La masa carece -hasta ahora- de civilización por el hecho de serlo: pero puede haber una civilización para la masa).
-Pero la idea falsa -fascista- de que la masa necesita de una civilización rebajada a su altura ha podido influir no poco en la vulgarización de esa misma cultura (lo mismo en Estados Unidos que en la URSS). La radio, el cine, la televisión son elementos poderosos de "contentamiento" -si me admites este neologismo-; se contenta a las masas -a lo que se llama pueblo- mucho mejor que con "pan y circo" ya que no tiene que acudir a la plaza sino que llevan el espectáculo a domicilio. Tal como la imprenta (o la alfabetización) no sirvieron para formar un "hombre nuevo", tampoco los modernos modos de comunicación lo han conseguido. Ni una nueva política. La inteligencia humana no ha sufrido más aumento que el de los seres: millones que leen, pintan o escriben no han producido un nuevo Sófocles, un nuevo Shakespeare, un nuevo Cervantes.
-Tampoco fue el fin del fascismo ni es el del comunismo.
-Ni el del franquismo.
-Júralo. La gente es más sensata.
-Entonces, ¡vivan los insensatos!
-Sí, ¡viva yo! Vamos a hablar en serio: creo que, en el siglo XX, con el desarrollo del irracionalismo en todas las ramas del saber (aunque dicho así parezca inverosímil), la razón se echó a dormir. La magia ha cobrado una fuerza que había perdido hace siglos. Aun las gentes más inteligentes esperan "signos". Te aseguro que los monstruos de Max Ernst, de Dalí y de tantos otros significan precisamente lo contrario de lo que muchos de nosotros tuvimos por cierto al hacernos hombres: la esperanza. Y no me refiero únicamente a la novela de Malraux, ni a vuestra película, sino a esa enorme ola que solevantó al mundo como consecuencia de la revolución rusa, y que hoy vemos morir a nuestros pies gracias a un signo que nos vino de los cielos: la bomba atómica. Alguno quiso ver en ella a una resurrección del viejo mito de Prometeo.
-Supongo que te refieres a mí y a aquel cuento...
-No fuiste el único. Pero, a mi juicio, era todo lo contrario. La palabra "amor" se ha vaciado de sentido, un poco gracias a esa civilización "de masas" que no representa sino la tontería, la vulgaridad, la ordinariez, la chabacanería, los lugares comunes, la grosería, lo ramplón.
-Para ya.
Fue político de la Lliga. Permaneció callado y fiel a la República, a la que rindió -fuera- algún señalado servicio. Regresó, hace muchos años para "atender a sus negocios". Es hombre de pocos amigos. Todavía se viste en Londres, a pesar de que fabrica textiles. Personalmente, siento que fuera sodomita. Hoy atiende con sumo cuidado a la educación de sus cuatro hijos, uno en Londres, otro en Nueva York, dos en Canadá.»
[El texto pertenece a la edición en español de Alba Editorial, 1995, en edición de Manuel Aznar Soler, pp. 276-278. ISBN: 84-88730-74-8.]
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