Segunda parte: postulados éticos
11.-Los principios de la moral comunista
«Y desde el primer momento nos enfrentamos con el hecho de que los principios específicos de la moral comunista, los mismos que los "principios de la moral humana", de alcance universal, se parecen, en grado sorprendente, a los de la ética burguesa. Del mismo modo como la Constitución soviética en su proclamación de los "Derechos y deberes fundamentales de los ciudadanos" parece copiar la ideología y práctica "democrático-burguesa", así parecen hacerlo también las formulaciones soviéticas de los principios éticos. Por mucho que se subraye la diferencia entre ideología y realidad, el hecho de la imitación o asimilación resulta innegable. La coexistencia histórico-universal de los dos sistemas rivales, que define la dinámica política de ambos, define también la función social de su ética.
Al examinar los valores morales superiores que la filosofía soviética establece, resulta difícil encontrar una sola idea moral o un conjunto de ideas morales que no pertenezca también a la ética occidental. Cuidado, responsabilidad, amor, patriotismo, diligencia, honradez, laboriosidad, prohibición de violar la felicidad del prójimo, consideración por el interés común: nada hay en este catálogo de valores que no pueda ser incluido en la ética de la tradición occidental. La semejanza persiste cuando examinamos los principios específicos de la moral comunista. Se repite de forma casi literal la jerarquía de valores establecida por Lenin en 1920; y las nuevas normas morales que se incorporan no son más que una simple reelaboración, destinada a fortalecer y vigorizar el Estado soviético: patriotismo soviético, orgullo nacional, solidaridad individual, nacional e internacional, respeto por la propiedad socialista, amor por el trabajo socialista, amor, lealtad y responsabilidad hacia la familia socialista y el Partido. Por su parte, el código de la moral comunista expresado en el Programa de 1961 incluye los principios más conocidos de la ética de la industrialización, por ejemplo:
-El trabajo concienzudo por el bien de la sociedad, el que no trabaja no come;
-el cuidado de cada uno por conservar y multiplicar el bien público;
-elevada conciencia del deber social, intransigencia hacia cualquier violación de los intereses sociales;
-honestidad y sinceridad, pureza moral, simplicidad y modestia en la vida social y privada;
-respeto mutuo en la familia, desvelo por la educación de los hijos.
Estos principios triviales (y no precisamente progresistas) no parecen expresar la idea de una moral nueva para una sociedad nueva. Además, la definición del "hombre nuevo" que debe surgir en el período del paso al comunismo evoca una imagen todavía más inquietante: este hombre nuevo reunirá "la riqueza espiritual, la pureza moral y la perfección física".
Para poder apreciar la función real de estas triviales nociones hemos de situarlas en el contexto concreto que las ilustra dentro de la moral soviética. Este contexto nos lo proporcionan las discusiones sobre relaciones laborales, matrimonio, asuntos familiares, empleo del ocio y educación, así como su presentación a través de la literatura y de la industria del espectáculo. Los valores morales convergen en la subordinación del placer al deber -el deber de poner todo lo que se posee al servicio del Estado, del Partido y de la sociedad- y en la transformación del deber en placer. Traducido a moral privada, esto significa relaciones monogámicas estrictas, dirigidas a la reproducción y educación de los niños; disciplina y emulación profesional en el marco de la división de funciones establecida, y una concepción del empleo del ocio como distensión del trabajo y como recuperación de energía para el trabajo, más que como un fin en sí mismo. Se trata, en todos los aspectos, de una moral de emulación en el trabajo, proclamada con una rigidez superior a la de la moral burguesa y suavizada o endurecida según los intereses específicos del Estado soviético (por ejemplo, suavizada en la consideración otorgada a los hijos ilegítimos o en todos aquellos casos en los que la rigidez entra en conflicto con las exigencias de la lealtad política, de la eficacia del trabajo, de la disciplina del Partido, etcétera; y endurecida en el supuesto de castigo por robo o "sabotaje" de la propiedad estatal).
Una de las exhortaciones más representativas, dirigida al "fortalecimiento de la moral comunista", se centra en la moral de trabajo. Se dice que los "principios superiores" que rigen esa moral son el patriotismo soviético y el amor a la madre patria, así como el "internacionalismo proletario". Sirven para justificar la completa identificación del trabajo con el contenido de la vida entera del individuo. No sólo el trabajo es en sí mismo un honor y una gloria, y la "emulación socialista" un deber incondicional, sino que todo trabajo posee bajo el socialismo un carácter creador; cualquier forma de desprecio hacia el trabajo manual perjudica a la educación comunista. En la sociedad soviética, "el amor al trabajo" constituye per se uno de los principios supremos de la moral comunista, y el trabajo es considerado en sí mismo como uno de los factores más importantes en la formación de las cualidades morales. Dado el valor moral del trabajo en una sociedad socialista, las diferencias existentes entre el trabajo intelectual y el manual, entre el trabajo elevado y el humilde, carecen de importancia y significación.
Esta igualización moral de las diferentes formas y esferas de trabajo posee una gran importancia a la hora de definir la función real de la ética soviética. La teoría marxista establece una distinción esencial entre el trabajo como realización de las potencialidades humanas y el trabajo como "trabajo enajenado"; toda la esfera de la producción material, de las ejecuciones mecanizadas y estandarizadas, se considera como una esfera de alienación. En virtud de esa distinción, la libertad sólo podrá ser realizada dentro de una sociedad en la que el trabajo como libre despliegue de las facultades humanas haya llegado a ser una "necesidad vital" para la sociedad, y donde el trabajo para satisfacer las necesidades de la vida no constituya ya la ocupación y labor principal del individuo. En última instancia, lo que, según Marx, define y justifica al socialismo como "etapa superior" de la civilización es la supresión de la alienación. El socialismo define una nueva existencia humana, cuyo contenido y valor han de estar determinados por el tiempo libre, no por el tiempo de trabajo; es decir, el hombre sólo llega a realizarse fuera y "más allá" del reino de la producción material destinada a la satisfacción de las necesidades elementales de la existencia. La socialización de la producción ha de reducir al mínimo la energía y el tiempo gastados en este dominio, y ha de incrementar al máximo la energía y el tiempo utilizados para el desarrollo y satisfacción de las necesidades individuales en el reino de la libertad.
En contraste con esa concepción, la moral soviética no reconoce diferencia alguna entre el trabajo enajenado y no enajenado: se supone que el individuo invertirá todas sus energías y pondrá todas sus aspiraciones en la función que elija voluntariamente o que las autoridades le asignen. Esta anulación de la decisiva diferencia entre trabajo enajenado y no enajenado permite al marxismo soviético proclamar que el sistema soviético posibilita el desarrollo total del individuo, en contraste con el individuo mutilado de la sociedad occidental.»
[El texto pertenece a la edición en español de Alianza Editorial, 1971, en traducción de Juan M. de la Vega, pp. 238-242. Depósito legal: M. 19.652-1971.]
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