lunes, 16 de noviembre de 2020

El Príncipe.- Nicolás Maquiavelo (1469-1527)

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XV.-De las cosas por las que los hombres, y especialmente los príncipes, son alabados o censurados 

  «1.-Queda ahora por ver cuáles deben ser las formas de comportarse un príncipe con los súbditos y con los amigos. Y, como sé que muchos han escrito sobre este tema, no temo, al escribir también yo sobre ello, ser tenido por presuntuoso, ya que partiré, especialmente al tratar esta materia, de lo dicho por ellos. Pero, siendo mi intención escribir una cosa útil para quien la comprende, me ha parecido más conveniente seguir la verdad real de la materia, que los desvaríos de la imaginación en lo concerniente a ella. Muchos han imaginado Repúblicas y principados que nunca vieron ni existieron en realidad. Hay tanta distancia de cómo se vive a cómo se debería vivir, que el que deja el estudio de lo que se hace para estudiar lo que se debería hacer aprende más bien lo que debe obrar su ruina que lo que debe preservarle de ella: porque un hombre que en todas las cosas quiera hacer profesión de bueno, entre tantos que no lo son, no puede llegar más que al desastre. Por ello es necesario que un príncipe que quiere mantenerse aprenda a poder no ser bueno y a servirse de ello o no servirse según las circunstancias.
 2.-Dejando, pues, a un lado las cosas imaginarias acerca de un príncipe, y hablando de las que son verdaderas, digo que todos los hombres, cuando se habla de ellos, y en particular los príncipes por estar colocados a mayor altura, se distinguen con algunas de aquellas cualidades que les acarrean censuras o alabanzas. Y así, el uno es tenido por liberal, el otro por miserable (usando un término toscano, porque en nuestra lengua avaro es también el que desea enriquecerse mediante rapiñas, y llamamos miserable al que se abstiene demasiado de usar lo que posee); uno es considerado dadivoso, y otro rapaz; uno cruel y otro compasivo; uno desleal y otro fiel; uno afeminado
 y pusilánime, y otro feroz y valeroso; uno humano, otro soberbio; uno lascivo, otro casto; uno sincero, otro astuto; uno duro, otro flexible; uno grave, otro ligero; uno religioso, otro incrédulo, etc.
 3.-Y yo sé que todos confesarán que sería cosa muy loable que en un príncipe se encontraran todas las cualidades mencionadas, las que son tenidas por buenas: pero, como no se puede tenerlas todas, ni observarlas a la perfección, porque la condición humana no lo consiente, es necesario que el príncipe sea tan prudente, que sepa evitar la infamia de los vicios que le harían perder el Estado y preservarse, si le es posible, de los que no se lo harían perder; pero, si no puede, estará obligado a menos reserva abandonándose a ellos. Sin embargo, no tema incurrir en la infamia de aquellos vicios sin los cuales difícilmente pueda salvar el Estado; porque, si se pesa bien todo, se encontrará que algunas cosas que parecen virtudes, si las observa, serán su ruina, y que otras que parecen vicios, siguiéndolas, le proporcionarán su seguridad y su bienestar.

XVI.-De la liberalidad y de la avaricia

 1.-Empezando, pues, por la primera de dichas cualidades, diré cuán útil resultaría el ser liberal. Sin embargo, la liberalidad, usada de modo que seas temido, te perjudica; porque, si ésta se usa prudentemente y como se la debe usar, de manera que no lo sepan, no te acarreará la infamia de su contrario; pero, para poder mantener entre los hombres el nombre de liberal es necesario no abstenerse de parecer suntuoso, hasta el extremo de que siempre, un príncipe así hecho, consumirá en semejantes obras todas sus riquezas; y al fin, si quiere conservar su fama de liberal, estará obligado a gravar extraordinariamente a sus súbditos, y a ser fiscal para hacer todas aquellas cosas que se pueden hacer para conseguir dinero. Esto empezará a hacerle odioso a sus súbditos, y al empobrecerles perderá la estimación de todos; de manera que con esta liberalidad, habiendo perjudicado a muchos y favorecido a pocos, sentirá vivamente la primera necesidad, y peligrará al menor riesgo; y si quiere retroceder, porque reconoce su error, incurrirá súbitamente en la infamia del miserable.
 2-Un príncipe, pues, no pudiendo sin daño propio ejercer la virtud de la liberalidad de un modo notorio, debe, si es prudente, no preocuparse del calificativo de avaro, porque con el tiempo será considerado cada vez más liberal, cuando vean que con su moderación le bastan sus rentas, puede defenderse de cualquiera que le declare la guerra, y puede acometer empresas sin gravar a sus pueblos; por este medio ejerce la liberalidad con todos aquéllos a quienes no quita nada, cuyo número es infinito, y la avaricia con todos aquellos a quienes no da, que son pocos. En nuestros tiempos sólo hemos visto realizar grandes cosas a los que han sido considerado avaros: los demás quedaron vencidos. El papa Julio II, que se sirvió de la reputación  de liberal para alcanzar el Papado, no pensó después en mantenerla, para poder hacer la guerra; el actual rey de Francia ha sostenido muchas guerras sin imponer un tributo extraordinario a los suyos, sólo porque su amplia moderación le suministró lo necesario para los gastos superfluos. El actual rey de España, si hubiera sido liberal, no habría realizado tantas empresas ni habría vencido en ellas.
Resultado de imagen de el principe orbis  3.-Por tanto, un príncipe, para no tener que despojar a sus súbditos, para poder defenderse, para no convertirse en pobre y miserable, para no verse obligado a ser rapaz, debe temer poco el incurrir en la reputación de avaro; porque la avaricia es uno de los vicios que aseguran su reinado. Y, si alguno dijera que César consiguió el Imperio con su liberalidad, y que muchos otros, por ser liberales en realidad y considerados como tales, llegaron a puestos elevadísimos, le respondería: o posees ya un principado, o estás en camino de adquirirlo. En el primer caso, esta liberalidad es perjudicial; en el segundo, es muy necesario que pases por liberal. César era uno de los que querían llegar al principado de Roma; pero si, después que hubo llegado a él, hubiera vivido algún tiempo y no hubiera moderado sus dispendios, habría destruido el Imperio. Y si alguno replicara que ha habido muchos príncipes que con sus ejércitos hicieron grandes cosas y que tenían fama de ser muy liberales, le respondería: o el príncipe expende lo suyo y de sus súbditos, o expende lo de los demás. En el primer caso debe ser parco, en el segundo, no debe omitir ninguna especie de liberalidad.
 4.-El príncipe que con sus ejércitos va a llenarse de botín, de saqueos y carnicerías, y dispone de los bienes de los vencidos, necesita esta liberalidad; de lo contrario, no sería seguido por sus soldados. Puedes mostrarte mucho más dadivoso, ya que das lo que no es tuyo ni de tus súbditos, como hicieron Ciro, César y Alejandro; porque gastar lo de otros no perjudica a tu reputación, sino que le añade una más sobresaliente; gastar lo tuyo es lo único que te perjudica. No hay nada que se consuma tanto a sí mismo como la liberalidad; mientras la ejerces, pierdes la facultad de ejercerla; te vuelves pobre y despreciable, o, para escapar de la pobreza, rapaz y odioso. Entre todas las cosas de que un príncipe debe preservarse está la de ser menospreciado y aborrecido; y la liberalidad te conduce a ambas. Por tanto, hay más sabiduría en soportar la reputación de avaro, que produce una infamia sin odio, que en verse, por el deseo de tener fama de liberal, en la necesidad de incurrir en la nota de rapaz, que produce una infamia con odio.»
 
  [El texto pertenece a la edición en español de Ediciones Orbis, 1983, en traducción de Ángeles Cardona, pp. 76-80. ISBN: 84-7530-191-6.]
 

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