miércoles, 18 de noviembre de 2020

El ser y la nada.- Jean-Paul Sartre (1905-1980)

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Primera parte: El problema de nada
Capítulo II: La mala fe
I.-Mala fe y mentira

  «El ser humano no es solamente el ser por el cual se develan negatidades en el mundo; es también aquel que puede tomar actitudes negativas respecto de sí. En nuestra introducción, definimos la conciencia como "un ser para el cual en su ser está en cuestión su ser en tanto que este ser implica un ser diferente de él mismo". Pero, después de la elucidación de la conducta interrogativa, sabemos ahora que esa fórmula puede escribirse también: "La conciencia es un ser que incluye ser conciencia de la nada de su ser". En la prohibición o el veto, por ejemplo, el ser humano niega una trascendencia futura. Pero esta negación no es verificativa. Mi conciencia no se limita a encarar una negatidad; se constituye ella misma, en su carne, como nihilización de una posibilidad que otra realidad humana proyecta como su posibilidad. Para lo cual, ella debe surgir en el mundo como un No y, en efecto, como un No capta primeramente el esclavo a su amo o el prisionero que intenta evadirse al centinela que lo vigila. Hasta hay hombres (guardianes, vigilantes, carceleros, etc.) cuya realidad social es únicamente la del No, que vivirán y morirán sin haber sido jamás otra cosa que un No sobre la tierra. Otros, por llevar el No en su subjetividad misma, se constituyen igualmente, en tanto que persona humana, en negación perpetua: el sentido y la función de lo que Scheler llama "el hombre del resentimiento" es el No. Pero existen conductas más sutiles, cuya descripción nos introduciría más hondo en la intimidad de la conciencia: la ironía está entre ellas. En la ironía, el hombre aniquila, en la unidad de un mismo acto, aquello mismo que pone; hace creer para no ser creído, afirma para negar y niega para afirmar; crea un objeto positivo, pero que no tiene más ser que su nada. Así, las actitudes de negación respecto de sí permiten formular una nueva pregunta: ¿qué ha de ser el hombre en su ser, para que le sea posible negarse? Pero no se trata de tomar en su universalidad la actitud de "negación de sí". Las conductas que pueden incluirse en este rótulo son demasiado diversas y correríamos el riesgo de no retener de ellas sino la forma abstracta. Conviene escoger y examinar una actitud determinada que, a la vez, sea esencial a la realidad humana y tal que la conciencia, en lugar de dirigir su negación hacia fuera, la vuelva hacia sí misma. Esta actitud nos ha parecido que debía ser la mala fe.
 A menudo se la asimila a la mentira. Se dice indiferentemente a una persona que da pruebas de mala fe o que se miente a sí misma. Aceptaremos que la mala fe sea mentirse a sí mismo, a condición de distinguir inmediatamente el mentirse a sí mismo de la mentira a secas. Se admitirá que la mentira es una actitud negativa. Pero esta negación no recae sobre la conciencia misma, no apunta sino a lo trascendente. La esencia de la mentira implica, en efecto, que el mentiroso esté completamente al corriente de la verdad que oculta. No se miente sobre lo que se ignora; no se miente cuando se difunde un error de que uno mismo es víctima; no miente el que se equivoca. El ideal del mentiroso sería, pues, una conciencia cínica, que afirmara en sí la verdad negándola en sus palabras y negando para sí mismo esta negación. Pero esta doble actitud negativa recae sobre algo trascendente: el hecho enunciado es trascendente, ya que no existe, y la primera negación recae sobre una verdad, es decir, sobre un tipo particular de trascendencia. En cuanto a la negación íntima que opero correlativamente a la afirmación para mí de la verdad, recae sobre palabras, es decir, sobre un acaecimiento del mundo. Además, la disposición íntima del mentiroso es positiva, podría ser objeto de un juicio afirmativo: el mentiroso tiene la intención de engañar y no trata de disimularse esta intención ni de enmascarar la translucidez de la conciencia; al contrario, a ella se refiere cuando se trata de decidir conductas secundarias; ella ejerce explícitamente un control regulador sobre todas las actitudes. En cuanto a la intención fingida de decir la verdad ("No quisiera engañarle a usted, es verdad, lo juro", etc.), sin duda es objeto de una negación íntima, pero tampoco es reconocida por el mentiroso como su intención. Es fingida, aparentada, es la intención del personaje que él representa a los ojos de su interlocutor; pero ese personaje, precisamente porque no es, es un trascendente. Así, la mentira nos pone en juego la intraestructura de la conciencia presente; todas las negaciones que la constituyen recaen sobre objetos que, por ese hecho, son expulsados de la conciencia; no requiere, pues, fundamento ontológico especial, y las explicaciones que requiere la existencia de la negación en general son válidas tal cual en el caso del engaño a otro. Sin duda, hemos definido la mentira ideal; sin duda, ocurre harto a menudo que el mentiroso sea más o menos víctima de su mentira, que se persuada de ella a medias: pero esas formas corrientes y vulgares de la mentira son también aspectos bastardeados de ella, representan situaciones intermedias entre la mentira y la mala fe. La mentira es una conducta de trascendencia.
Resultado de imagen de jean paul sartre el ser y la nada  Porque la mentira es un fenómeno normal de lo que Heidegger llama el mit-sein. Supone mi existencia, la existencia del otro, mi existencia para el otro y la existencia del otro para mí. Así, no hay dificultad alguna en concebir que el mentiroso deba hacer con toda lucidez el proyecto de la mentira y que deba poseer una entera comprensión de la mentira y de la verdad que la altera. Basta que una opacidad de principio enmascare sus intenciones al otro, basta que el otro pueda tomar la mentira por verdad. Por la mentira, la conciencia afirma que existe por naturaleza como oculta al prójimo; utiliza en provecho propio la dualidad ontológica del yo y del yo del prójimo.
 No puede ser lo mismo en el caso de la mala fe, si ésta, como hemos dicho, es en efecto mentirse a sí mismo. Por cierto, para quien practica la mala fe, se trata de enmascarar una verdad desagradable o de presentar como verdad un error agradable. La mala fe tiene, pues, en apariencia, la estructura de la mentira. Sólo que -y esto lo cambia todo- en la mala fe yo mismo me enmascaro la verdad. Así, la dualidad del engañador y del engañado no existe en este caso. La mala fe implica por esencia a la unidad de una conciencia. Esto no significa que no pueda estar condicionada por el mit-sein, como, por lo demás, todos los fenómenos de la realidad humana; pero el mit-sein no puede sino solicitar la mala fe presentándose como una situación que la mala de permite trascender; la mala fe no viene de afuera a la realidad humana. Uno no padece su mala fe, no está uno infectado por ella: no es un estado, sino que la conciencia se afecta a sí misma de mala fe. Son necesarios una intención primera y un proyecto de mala fe; este proyecto implica una comprensión de la mala fe como tal y una captación prerreflexiva (de) la conciencia como realizándose de mala fe.»
 
   [El texto pertenece a la edición en español de Ediciones Altaya, 1993, en traducción de Juan Valmar, pp. 81-83. ISBN: 84-487-0122-4.]
 

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