«Una mujer que llevaba un niño en
los brazos dijo: Háblanos de los Hijos.
Y dijo él: Vuestros hijos no son vuestros
hijos. Son los hijos y las hijas del ansia de la Vida por sí misma. Vienen a
través vuestro, pero no son vuestros. Y aunque vivan con vosotros, no os
pertenecen.
Podéis darles vuestro amor, pero no vuestros
pensamientos, porque ellos tienen sus propios pensamientos. Podéis abrigar sus
cuerpos, pero no sus almas, pues sus almas habitan en la mansión del mañana,
que vosotros no podéis visitar, ni siquiera en sueños. Podéis esforzaros en ser
como ellos, pero no intentéis hacerlos a ellos como a vosotros. Ya que la vida
no retrocede, ni se detiene en el ayer.
Sois los arcos con los que vuestros niños,
cual flechas vivas, son lanzados. El Arquero ve el blanco en el camino del
infinito, y Él, con Su poder, os tenderá, para que Sus flechas puedan volar
rápidas y lejos. Que la tensión que os causa la mano del Arquero sea vuestro
gozo, ya que así como Él ama la flecha que vuela, ama también el arco que
permanece inmóvil.
[…]
Dijo entonces un viejo posadero: Háblanos del
Comer y del Beber.
Y dijo él: Pudierais vivir del perfume de la
tierra, y sustentaros de la luz como una planta. Pero, ya que debéis matar para
comer, y robar al recién nacido la leche de su madre para aplacar vuestra sed,
haced de ello un acto de adoración. Y que vuestra mesa sea un altar sobre el
que sean sacrificados los puros y los inocentes del bosque y de la llanura por
aquello que de más puro e inocente hay en el hombre.
Cuando matéis una bestia, decidle en vuestro
corazón: Por el mismo poder que te inmola yo también seré inmolado y también yo
serviré de alimento a otros. Ya que la ley que te ha entregado a mis manos me
entregará a manos más poderosas. Tu sangre y mi sangre no son más que la savia
que alimenta al árbol del cielo.
Y cuando mordáis una manzana, decidle en
vuestro corazón: Tus semillas vivirán en mi cuerpo, y tus brotes del mañana
florecerán en mi corazón, y tu perfume será mi aliento, y juntos nos
regocijaremos estación tras estación.
Y en Otoño, cuanto recojáis la uva de vuestros
viñedos para llevarla al lagar, decidle en vuestro corazón: también yo soy un
viñedo y se recogerá mi fruto para llevarlo al lagar, y, como vino nuevo seré
guardado en eternas vasijas.
Y en Invierno, cuando saquéis el vino, que
haya en vuestro corazón una canción por cada copa; y que haya en la canción un
pensamiento por los días otoñales, y por los viñedos, y por el lagar.
[…]
Entonces un labrador dijo: Háblanos del
Trabajo.
Y él respondió, diciendo: Trabajáis para poder
seguir el ritmo de la tierra y del alma de la tierra. Ya que el ocioso es un
extranjero entre las estaciones, y se aparta del cortejo de la vida, que
majestuosamente y en orgullosa sumisión avanza hacia el infinito.
Cuando trabajáis, sois una flauta a través de
la cual se transfoma en melodía el murmullo de las horas. ¿Quién de vosotros
querría ser una caña muda y sorda mientras que todo canta al unísono? Siempre
se os ha dicho que el trabajo es una maldición y la labor un infortunio. Pero
yo os digo que cuando trabajáis estáis realizando una parte del más ambicioso
sueño de la tierra, desempeñando así una misión que os fue asignada al nacer
ese sueño. Y al manteneros unidos al trabajo, en verdad estáis amando la vida.
Y amar la vida a través del trabajo, es estar iniciando el más íntimo secreto
de la vida. Pero si en vuestro dolor llamáis al nacer, desgracia, y al peso de
la carne, maldición inscrita sobre vuestras frentes, entonces yo os contesto
que sólo el sudor de vuestras frentes lavará ese estigma.
También se os ha dicho que la vida es
oscuridad, y en vuestro cansancio, repetís lo que aquellos cansados os dijeran.
Y yo os digo que la vida es en verdad oscuridad, excepto donde hay un anhelo. Y
todo anhelo es ciego, excepto cuando hay saber. Y todo sabe, es vano, excepto
cuando hay trabajo. Y todo trabajo es inútil, excepto cuando hay amor. Y cuando
trabajáis con amor, os integráis a vosotros mismos, y el uno al otro, y a Dios.
¿Y qué es trabajar con amor? Es tejer la tela con hilos sacados de vuestro
corazón, como si vuestro bienamado debiera vestirla. Es construir una casa con
afecto, como si vuestro bienamado debiera habitarla. Es sembrar la semilla con
ternura y cosechar, el grano con alegría, como si vuestro bienamado debiera
comerlo. Es poner en todo lo que hagáis, un soplo de vuestra alma: Sabiendo que
todos los bienaventurados difuntos os rodean y os observan.
A menudo os he oído decir, como si hablarais
en sueños: Quien trabaja el mármol y halla la forma de su alma en la piedra, es
más noble que aquel que labra la tierra. Y quien alcanza el arco iris y lo
extiende sobre la tela a semejanza del hombre, es más que aquel que hace
sandalias para nuestros pies. Pero yo digo, no en sueños, sino en pleno
despertar del mediodía, que el viento no habla con más dulzura a la gigantesca
encina que a la más ínfima de las hierbas del bosque. Y sólo es grande aquel
que transforma la voz del viento en una canción hecha más dulce por su propio
amor.
El trabajo es el amor hecho visible. Y si no
podéis trabajar con amor sino sólo con disgusto, es mejor que abandonéis el
trabajo y que os sentéis a la puerta del templo a recibir la limosna de los que
laboran con alegría.
Ya que si hacéis el pan con indiferencia,
hacéis un pan amargo que sólo a medias apacigua el hambre del hombre. Y si
prensáis la uva de mala gana, vuestro desgano destila veneno en el vino. Y
aunque cantáis como ángeles, si no amáis la canción, cerráis los oídos que os
escuchan a las voces del día y a las voces de la noche.
[…]
Un comerciante dijo: Háblanos del Comprar y
del Vender.
Y él respondió: A vosotros la tierra os ofrece
sus frutos, y nada os faltaría si solamente supierais cómo llenaros las manos.
Y cambiando las dádivas de la tierra, que hallaréis en abundancia, seríais,
satisfechos. Y, sin embargo, a menos que el cambio se haga con amor y con
justicia, él conducirá a unos a la avidez y a otros al hambre. Cuando vosotros,
trabajadores de los campos y de los viñedos, encontráis en el mercado a los
tejedores, a los alfareros y a los que cosechan especias, invocad al espíritu
amo de la tierra para que descienda sobre vosotros y santifique las balanzas y
los cálculos que han de comparar un valor con otro. Y no admitáis que quienes
tienen vacías las manos tomen parte en vuestras transacciones, ellos que venden
sus palabras a cambio de vuestro trabajo.
A tales hombres les diréis: Venid con nosotros
al campo, o acudid al mar con nuestros hermanos y echad vuestras redes: porque
si la tierra y la mar son con nosotros generosos, también lo serán con
vosotros. Pero si vienen los cantores y los bailarines y los flautistas,
comprad de sus ofrendas. Porque también ellos son cosechadores de frutos y de
incienso, y lo que aportan, aunque fabricado de ensueños, es abrigo y alimento
para vuestras almas. Y antes de abandonar el mercado, aseguraos de que nadie se
retire con las manos vacías. Porque el espíritu amo de la tierra no descansará
en paz sobre el viento, hasta que las necesidades del más humilde entre
vosotros no hayan sido satisfechas.
[…]
Entonces un profesor dijo: Háblanos de la
Enseñanza.
Y él dijo: Ningún hombre podrá revelaros nada
sino lo que ya está medio adormecido en la aurora de vuestro entendimiento. El
maestro que pasea a la sombra del templo, rodeado de discípulos, nada da de su
sabiduría, mas sí de su fe y de su ternura. Si es verdaderamente sabio, no os
convidará a entrar en la mansión de su saber, sino antes os conducirá al umbral
de vuestra propia mente. El astrónomo podrá hablaros de su comprensión del
espacio, mas no podrá daros su comprensión. El músico podrá cantar para
vosotros el ritmo que existe en todo el Universo, mas no podrá daros el oído
que capta la melodía, ni la voz que la repite. Y el versado en la ciencia de
los números podrá hablaros del mundo de los pesos y
de las medidas, pero no podrá llevaros hasta él. Porque la visión de un hombre
no presta sus alas a otro hombre. Y así como cada uno de vosotros se mantiene
solo en el conocimiento de Dios, así cada uno de vosotros debe tener su propia
comprensión de Dios y su propia interpretación de las cosas de la tierra.
[…]
Entonces dijo una sacerdotisa: Háblanos de la
Oración.
Y él respondió, diciendo: Vosotros rezáis en
vuestras aflicciones y necesidades; podríais también rezar en la plenitud de
vuestra alegría y en los días de abundancia. Pues ¿qué es la oración sino la expansión
de vuestro ser en el éter viviente? Y si constituye un alivio exhalar vuestras
tinieblas al espacio, mayor alivio sentiréis cuando exhaléis la aurora de
vuestro corazón. Y si no podéis retener vuestras lágrimas cuando vuestra alma
os llama a orar, ella os debería aguijonear una y otra vez, aun llorando, hasta
que aprendieseis a orar con alegría. Cuando rezáis, o
s eleváis hasta encontrar,
en las alturas, a aquellos que oran a la misma hora, y que, fuera de la
oración, tal vez nunca los habríais encontrado. Por lo tanto, que vuestra
visita a ese templo invisible no tenga otra finalidad sino el éxtasis y la
dulce comunicación. Pues si penetráis en el templo únicamente para pedir, nada
recibiréis. Y si sólo entráis para inclinaros, nadie os erguirá. Y hasta si ahí
fuerais para mendigar favores para otros, no seréis atendidos. Que os baste
entrar en el templo invisible.
No puedo enseñaros a rezar con palabras. Dios
no escucha vuestras palabras, excepto cuando es Él mismo quien las pronuncia a
través de vuestros labios. Y no puedo enseñaros la oración de la mar y de los
bosques y de las montañas. Pero vosotros que nacisteis en las montañas y en los
bosques y en los mares, podréis encontrar sus preces en vuestro corazón. Y si
solamente escucharais en la quietud de la noche, los oiríais diciendo en
silencio: “Dios nuestro, que eres nuestro Yo alado, es Tu voluntad la que en
nosotros quiere. Es tu deseo el que en nosotros desea. Es tu impulso en
nosotros quien puede transformar nuestras noches, que tuyas son, como también
los días te pertenecen. Nada te podemos pedir, pues Tú conoces nuestras
necesidades aun antes que nazcan en nosotros. Tú eres nuestra necesidad; y
dándonos más de Ti, Tú nos das todo.”
[…]
Breves fueron mis días entre vosotros, y más
breves aún las palabras que pronuncié. Mas si un día mi voz se desvanece en
vuestros oídos, y si mi amor se evapora de vuestra memoria, entonces volveré a
vosotros. Y con un corazón más fecundo y labios más obedientes a la voz del
espíritu, os hablaré de nuevo. Sí, volveré con la marea. Y aunque la muerte me
oculte, y el gran silencio me envuelva, buscaré nuevamente vuestra comprensión.
Y no la buscaré en vano. Si algo de lo que os dije es verdad, esa verdad os
será revelada con voz más sonora y con palabra, más accesibles a vuestro
entender.
[…]
Si éstas fueron palabras vagas, no procuréis
aclararlas. Oscuro y nebuloso es el comienzo de todas las cosas, pero no su
fin. Y yo prefiero que os acordéis de mí como de un comienzo. La vida, y todos
los seres vivos, son concebidos en la nebulosa y no en el cristal. ¿Y quién
sabe si un cristal no es una nebulosa en descomposición?»
[El texto pertenece a la edición en español de Pehuén editores, 2001.]
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