7.-Razones para saber
Discriminar razones
«Saber implica comparar las
razones en favor o en contra de una creencia y eliminar las alternativas
pertinentes que pudieran revocarla. Alvin Goldman (1978b, p. 121) ha señalado este
punto con gran claridad: "Se dice que una persona sabe que p sólo cuando distingue o discrimina la verdad de p de alternativas pertinentes. Una atribución de saber le imputa a
alguien la discriminación de cierto estado de cosas frente a alternativas
posibles, aunque no necesariamente frente a todas las alternativas lógicamente
posibles." Goldman se enfrenta al problema de determinar cuáles son las
alternativas que un sujeto debe considerar y descartar, para poder inferir que
las razones con que cuenta son incontrovertibles y, por ende, que sabe. Un
sujeto no puede considerar todas las alternativas lógicas que podrían
enfrentarse a sus razones; éstas son ilimitadas; tampoco puede reducirse a la
consideración de las razones que de hecho, en ese momento, se le ocurran, pues
podría dejar de lado otras pertinentes que revocaran su creencia. ¿Cuál es el
criterio para establecer las alternativas que debe considerar y descartar un
sujeto para poder inferir que sus razones son objetivamente suficientes? Nuestro
concepto de "razones suplementarias" puede dar una respuesta al
problema planteado por Goldman.
No podemos calificar de "saber"
ninguna creencia si no tenemos fundamentos para rechazar las razones
suplementarias que podrían presentárseles u ocurrírseles a otros sujetos epistémicos
pertinentes posibles, entre los que se incluye el mismo sujeto del saber en
otro momento. Ahora bien, las razones suplementarias a considerar, en cada
caso, son sólo las que sean accesibles a la comunidad epistémica pertinente; su
número está pues limitado por las condiciones históricas de esa comunidad:
información recabable de acuerdo con su posibilidades técnicas, nivel de
conocimientos anteriores, marco conceptual aceptado. Sólo porque el abanico de
razones suplementarias que considerar en cada saber está limitado por condiciones
reales, puede ser manejado, de hecho, por una persona concreta. Esto es válido
tanto para el saber ordinario como para el saber científico. En todos los casos
se da ese proceso de inferencia a la inexistencia de alternativas accesibles
que pudieran revocar mis razones. La alternativas pertinentes por considerar
corresponden a los tres niveles de razones que deben poder compartir los
sujetos epistémicos pertinentes, respecto de una creencia.
No podemos tener seguridad en la veracidad de
la percepción, mientras no la contrastemos con otras percepciones posibles del
mismo objeto, desde otras perspectivas espacio-temporales, ante nosotros mismos
en otros momentos, o ante otros observadores posibles. Cualquier
saber basado en datos de observación requiere revisar los datos disponibles en
la comunidad a que se pertenece. Ninguna creencia puede aspirar a saber si no
ha tomado en cuenta la información asequible en ese momento, a modo de poder
concluir que no es concebible que más tarde se descubran otros hechos que revoquen
la información obtenida. Para ello no es menester, ni en el saber cotidiano ni
en el científico, tener acceso a todos los datos observados, sino sólo a un
número limitado, suficiente para inferir que no podrán encontrarse otros que
los contradigan. El testimonio de una persona fidedigna, corroborado por otra, me
permite inferir, para propósitos prácticos, que no habrá otros testimonios
contrarios; la observación de una situación, repetida en distintas
circunstancias, basta para concluir que no habrá otra observación que la
revoque. Así, lo datos limitados recabados por Brahe son suficientes para que
Kepler concluya que ningún otro astrónomo hará otras observaciones que los
contradigan.
Tampoco podemos calificar una creencia de
saber mientras no tengamos razones para pensar que hemos considerado y rechazado
las alternativas teóricas de interpretación y explicación, asequibles para el
saber de nuestra comunidad epistémica. No sólo el científico, también el lego,
debe considerar los argumentos, críticas, puntos de vista interpretativos
contrarios que de hecho se hayan presentado, antes de poder asegurar que sus
razones son objetivamente suficientes. Más aún, debe imaginar objeciones y
contraejemplos, discurrir otras posibilidades de explicación, poner a prueba sus
razones frente a razonamientos contrarios. Sólo si sus razones resisten, pueden
ser declaradas objetivas. Una vez más, no es indispensable para ello revisar de
modo expreso todas las alternativas de razonamiento, interpretación y
explicación posibles. En la práctica científica normal, ningún investigador se
detendrá a considerar alternativas que contradigan teorías o supuestos anteriores firmemente aceptados por la comunidad científica. El nivel del saber
de un momento histórico marca un límite efectivo a las alternativas que son
consideradas pertinentes. Esto permite que las razones examinadas para inferir
la objetividad de una justificación sean reducidas y puedan, por ende, ser manejadas
por una persona, sin necesidad de poner en cuestión, en cada razonamiento, la
totalidad de los saberes anteriores. Porque las razones asequibles son
relativas a una comunidad histórica, es posible, de hecho, inferir su
objetividad y, en consecuencia, el saber.
Pero ni siquiera es necesario que el científico
revise todas las razones asequibles a su comunidad. Basta, en realidad, con que
las que haya revisado sean las indispensables para descartar con seguridad que
puedan ocurrirse otras que las revoquen, dados los conocimientos de que se
disponen. Todo investigador debe decidir, en un momento, que la información
manejada y los razonamientos teóricos discutidos, aunque no sean exhaustivos,
son suficientes para inferir la ausencia de razones suplementarias que los
contradigan.
Igual sucede con el conocimiento no científico.
Más aún, en este caso las alternativas por considerar suelen ser menos numerosas,
por ser más escasas y simples también las razones en que se funda nuestro saber.
La información que ofrece un diario prestigiado es razón bastante para saber,
si su noticia es confirmada por algún otro noticiero. No necesitamos checar todas
las fuentes de información asequibles ni examinar las alternativas de
explicación que pudieran ocurrirse (errores de información, conjura de lo
editores del diario para engañar a lo lectores, sabotaje, etc.); porque la
experiencia anterior nos garantiza que el testimonio de unos cuantos diarios es
suficiente para inferir la ausencia de razones que los contradigan.14
Por último, las alternativas por considerar
tienen un límite: el que establecen los supuestos conceptuales básicos de una comunidad
socialmente condicionada. No pueden tomarse en cuenta alternativas que alteren
esos supuestos. Kepler no podía aceptar como hipótesis dignas de estudio que
los planetas trazaran sus órbita por deliberación voluntaria o que las observaciones
recabadas ayer no valieran mañana; tampoco nosotros, al percibir este libro,
manipularlo y comprobar su persistencia ante cualquier mirada, tenemos que
tomar en cuenta la posibilidad extravagante de que el libro y los otros fueran,
en realidad, imágenes soñadas. Las alternativas que debemos examinar y rechazar
para inferir que sabemos, sólo pueden incluir razones admitidas dentro de un
marco conceptual, porque sólo ellas son razones accesibles a la comunidad epistémica pertinente. Si para
saber algo requiriéramos considerar todas las alternativas posibles no habría saber
alguno. Por ello, la única opción frente al escepticismo es aceptar que las razones
para saber son relativas a una comunidad epistémica históricamente determinada.
O no hay saber o todo saber está condicionado socialmente. La historicidad del
saber es la única alternativa válida frente al escepticismo.
Hay otro límite a la consideración
de alternativas, tanto de datos observables como de explicaciones posibles.
Puesto que las razones suplementarias se definen como razones accesibles a
cualquier sujeto epistémico pertinente, sólo pueden ser razones públicas;
quedan excluidos “datos” o “evidencias” de carácter incomunicable, personal,
privado. Siempre sería posible que alguien adujese en contra de las razones que
fundan un saber, alguna intuición o revelación personal, por principio inasequible
a los demás; también puede haber circunstancias en que una o varias personas
tengan acceso a datos que, de hacerse públicos,
podrían revocar un saber. Pero sólo son pertinentes para saber los datos que
pueda considerar cualquier sujeto de la comunidad epistémica. Nadie podría
tomar en cuenta todos los datos privados que cada quien pudiera tener; si
tuviera que hacerlo no habría, una vez más, saber alguno porque siempre cabría
imaginar la posibilidad de hechos incomunicables, accesibles sólo a ciertos
sujetos.»
[El texto pertenece a la edición en español de Siglo XXI Editores, 1989, en edición de Eugenia Huerta, pp. 161-164. ISBN: 978-968-23-1694-4.]
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