domingo, 20 de diciembre de 2020

En tierras bajas.- Herta Müller (1953)

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En tierras bajas

  «El abuelo nos dejaba jugar.
 Sólo hay que dejar vivir a las golondrinas, son animales útiles, decía. Y usaba la palabra «dañino» para las mariposas de la col, y «carroña» para los innumerables perros muertos.
 Las orugas, que en realidad son mariposas, salen de sus crisálidas. Crisálidas pegadas a las estacas de las vides; algodón ciego.
 ¿Y de dónde llegó la primera mariposa, abuelo?
 Déjate de hacer preguntas tontas, que eso no lo sabe nadie, y vete a jugar.
 Nuestras muñecas dormilonas en sus vestidos limpios y almidonados sobre las camas de los dormitorios deshabitados.
 Desde la noche de bodas de mamá nadie ha vuelto a respirar en esas camas.
 Y estábamos tan cansados que tu padre se durmió en cuanto hubo vomitado en el water. No me tocó en toda la noche, dijo mamá con una risita solapada y enmudeció.
 Era mayo, y aquel año ya teníamos cerezas. La primavera había llegado muy pronto.
 Fuimos a recoger cerezas, tu padre y yo. Y nos peleamos mientras las recogíamos, y en el camino de vuelta a casa no intercambiamos ni una palabra. Tu padre tampoco me tocó mientras recogíamos cerezas en el enorme viñedo sin gente. Se plantó como una estaca a mi lado y no paraba de escupir huesos de ciruela húmedos y viscosos, y en ese momento supe que me daría muchas palizas en la vida.
 Cuando llegamos a casa, las mujeres del pueblo ya habían llenado canastas enteras de pasteles, y los hombres acababan de matar un hermoso novillo. Las pezuñas yacían sobre el estiércol. Las vi cuando entré en el patio por el portón.
 Me fui a llorar al desván para que nadie me viera, para que nadie supiese que no era una novia feliz.
 En ese momento quise decir que no quería carne, pero había visto el novillo sacrificado y el abuelo me hubiera matado.
 Un acceso de tos sacude la cabeza de mamá y le arranca saliva de la boca. El cuello se le arruga por el esfuerzo. Es corto y grueso. Alguna vez debió haber sido bello, antes de que yo existiera.
 Desde que yo existo, los senos de mamá son fláccidos, desde que yo existo, mamá está enferma de las piernas, desde que yo existo, mamá tiene el vientre caído, desde que yo existo, mamá tiene hemorroides y las pasa negras y gime en el retrete.
 Desde que yo existo, mamá habla de mi gratitud como hija y rompe a llorar y con las uñas de una mano se rasca las uñas de la otra. Tiene los dedos duros y agrietados.
 Sólo cuando cuenta dinero se le ponen lisos y flexibles como a las arañas cuando tejen su tela.
 Mamá guarda el dinero en el dormitorio, en el tubo de la estufa de azulejos. Papá siempre le pide dinero cuando quiere comprar algo. Y cada día quiere comprar algo y cada día le pide dinero, porque todo cuesta. Y mamá le pregunta cada noche qué ha hecho con el dinero, qué ha vuelto a hacer con todo ese dinero.
 Cuando mamá va a sacar dinero, no levanta las persianas de las ventanas. Enciende la luz en pleno día y el candelabro de cinco brazos alumbra desde una sola bombilla opaca. Sus otros cuatro brazos son ciegos.
 Mamá habla en voz alta cuando cuenta el dinero; así puede percibir mejor los billetes con las manos y los ojos. Siempre cuenta billetes de cien leis y de rato en rato se ensaliva la punta de los dedos.
 Tiene las manos agrietadas y en verano se le ponen verdes como las plantas con las cuales trata.
 En las tardes de primavera mamá me trae acederas en su bolsillo cuando vuelve de arrancar cardos, y en verano, un enorme girasol.
 Yo me instalo en el patio interior y me pongo a comer las pepitas junto con las gallinas. Y recuerdo el cuento en el que una niñita les daba de comer primero a sus animales y después comía ella misma. Y la niñita se convirtió luego en princesa, y todos los animales la querían y ayudaban. Y un buen día el hijo de un rey, rubio y guapo, la tomó por esposa. Y fueron la pareja más feliz del mundo.
[…]

Crónica de pueblo

 Desde que en el pueblo sólo quedan once alumnos y cuatro maestros, que en su conjunto integran la llamada escuela primaria, el maestro de educación física enseña también agronomía. Desde entonces, en las clases de agronomía se practica el salto de longitud sobre una poza de arena siempre húmeda y lo que se conoce como el juego de las naciones, en verano con pelotas auténticas y en invierno con bolas de nieve. En este juego los alumnos se agrupan por países. El que recibe un pelotazo debe retirarse tras la línea de tiro, y, como está muerto, ha de seguir mirando hasta que todos los demás jugadores de su país hayan sido liquidados, o, como se dice en el pueblo, hayan caído por la patria. El maestro de educación física suele tener problemas a la hora de agrupar a los alumnos. Por eso, al terminar cada clase se anota a qué país ha pertenecido cada alumno. El que en la clase anterior pudo ser alemán, deberá ser ruso en la clase siguiente, y el que en la clase anterior fue ruso, podrá ser alemán en la siguiente. A veces el maestro no consigue convencer a un número suficiente de alumnos de que sean rusos. Cuando ya no sabe qué hacer, les dice: sois todos alemanes y basta. Y como en este caso los alumnos no entienden por qué habrían de combatir, son agrupados en sajones y suabos.
   En verano, los alumnos también tienen tinta roja, y tras caer abatidos a tiros, se pintan manchas coloradas en la piel y en la camisa.
 El maestro de educación física, es decir el director de la escuela, que además enseña música y alemán, también se hizo cargo hace unos días de las clases de historia, pues aquel juego es igualmente idóneo para la clase de historia.
Resultado de imagen de en tierras bajas siruela Junto a la escuela queda el parvulario, donde los niños cantan canciones y recitan poemas. En las canciones se habla de excursiones y cacerías, y en los poemas, de amor a la madre y a la patria. A veces, la maestra del parvulario, que aún es muy joven -lo que en el pueblo se llama una mozuela- y toca muy bien el acordeón, enseña a los niños canciones de moda en las que aparecen palabras inglesas como darling y love. Resulta que a veces los chiquillos pellizcan a sus compañeras debajo de la falda o las miran por la angosta rendija de la puerta del retrete, algo que la maestra llama una vergüenza. Como esto suele ocurrir de vez en cuando, en el parvulario también se celebran reuniones de padres de familia, que en el pueblo se llaman diálogos con la maestra. En ellas, la maestra da a los padres una serie de indicaciones -que en el pueblo se llaman consejos- sobre cómo castigar a sus hijos. El castigo más recomendado y que se adapta a cualquier falta, es el arresto domiciliario. Durante una o dos semanas se le prohíbe al niño salir a la calle cuando vuelve a casa del parvulario.
 Junto al parvulario está la plaza del mercado. En ella se compraban y vendían hace años ovejas, cabras, vacas y caballos. Ahora vienen una vez al año, en primavera, unos cuantos hombres embozados de los pueblos vecinos y traen en sus carros cajas de madera con lechones. Los lechones sólo se venden y compran por parejas. Los precios no dependen tanto del peso como de la raza, que en el pueblo se llama calidad. Los compradores traen consigo a algún vecino o pariente y examinan la constitución del cochinillo, que en el pueblo se llama físico: si tiene patas, orejas, hocicos o cerdas largas o cortas, o si tiene la cola enroscada o estirada. Si no quiere venderlos a mitad de precio, el vendedor tendrá que encerrar de nuevo en su caja de madera aquellos lechones con manchas negras o distinto color de ojos, que en el pueblo se llaman lechones de mal agüero.
[…]
  Desde que el pueblo se ha ido reduciendo debido a que la gente emigra, como mínimo, a la ciudad, las fiestas mayores son cada vez más grandes y los trajes regionales cada vez más solemnes, al punto de que los periódicos no pueden por menos de describir pormenorizadamente la fiesta mayor de cada pueblo, que en los periódicos se llama, si no localidad, al menos sí municipio. Como la fiesta mayor de cada pueblo se celebra en un domingo distinto, todas las parejas de un pueblo van, antes o después de su propia fiesta mayor -que en el pueblo se llama verbena-, a la fiesta mayor del pueblo vecino, lo que en el pueblo se llama hacer tercio. Pero como en el Banato todos los pueblos son pueblos vecinos, en todas las fiestas mayores participan las mismas parejas, los mismos espectadores y la misma banda de música. La juventud de todo el Banato acaba conociéndose gracias a esas fiestas mayores, y a veces hasta se llega al matrimonio entre gente de pueblos distintos, siempre que los padres se dejen convencer de que los novios, pese a no ser del mismo pueblo, son, no obstante, alemanes.
 Junto a la peluquería queda la cooperativa de consumo, que en el pueblo se llama tienda y, en una superficie de cinco metros cuadrados, ofrece ollas, pañuelos de cabeza, mermelada, sal, barragán, pantuflas y una pila de libros de los primeros años sesenta. La vendedora es diabética y, sin duda, del pueblo vecino, porque allí hay una pastelería y existe el nombre Franziska.»
 
   [El texto pertenece a la edición en español de Ediciones Siruela, 2009, en traducción de Juan José del Solar, pp. 12-14, 84-85 y 87. ISBN: 978-84-9841-092-1.]
 

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