viernes, 25 de diciembre de 2020

Desobediencia civil y otros textos.- Henry David Thoreau (1817-1862)

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I.-Desobediencia civil

   «¿Cómo puede estar satisfecho un hombre por el mero hecho de tener una opinión y quedarse tranquilo con ella?
 ¿Puede haber alguna tranquilidad en ello, si lo que opina es que está ofendido? Si tu vecino te estafa un solo dólar no quedas satisfecho con saber que te ha estafado o diciendo que te ha estafado, ni siquiera exigiéndole que te pague lo tuyo, sino que inmediatamente tomas medidas concretas para recuperarlo y te aseguras de que no vuelvan a estafarte. La acción que surge de los principios, de la percepción y la realización de lo justo, cambia las cosas y las relaciones, es esencialmente revolucionaria y no está del todo de acuerdo con el pasado. No sólo divide Estados e Iglesias, divide familias e incluso divide al individuo, separando en él lo diabólico de lo divino.
 Hay leyes injustas: ¿Nos contentaremos con obedecerlas o intentaremos corregirlas y las obedeceremos hasta conseguirlo?
 ¿O las transgrediremos desde ahora mismo? Bajo un gobierno como el nuestro, muchos creen que deben esperar hasta convencer a la mayoría de la necesidad de alterarlo. Creen que si opusieran resistencia el remedio sería peor que la enfermedad. Pero eso es culpa del propio gobierno. ¿Por qué no está atento para prever y procurar reformas? ¿Por qué no aprecia el valor de esa minoría prudente? ¿Por qué grita y se resiste antes de ser herido? ¿Por qué no anima a sus ciudadanos a estar alerta y a señalar los errores para mejorar en su acción? ¿Por qué tenemos siempre que crucificar a Cristo y excomulgar a Copérnico y Lutero y declarar rebeldes a Washington y Franklin?
 Se pensaría que una negación deliberada y práctica de su autoridad es la única ofensa que el gobierno no contempla; si no, ¿por qué no ha señalado el castigo definitivo, adecuado y proporcionado? Si un hombre sin recursos se niega una sola vez a pagar nueve monedas al Estado, se le encarcela (sin que ninguna ley de que yo tenga noticia lo limite) por un período indeterminado que se fija según el arbitrio de quienes lo metieron allí; pero si hubiera robado noventa veces nueve monedas al Estado, en seguida se le dejaría en libertad.
 Si la injusticia forma parte de la necesaria fricción de la maquina del gobierno, dejadla así, dejadla. Quizá desaparezca con el tiempo; lo que sí es cierto es que la máquina acabará por romperse. Si la injusticia tiene un muelle o una polea o una cuerda o una manivela exclusivamente para ella, entonces tal vez debáis considerar si el remedio no será peor que la enfermedad; pero si de tal naturaleza que os obliga a ser agentes de la injusticia, entonces os digo, quebrantad la ley. Que vuestra vida sea un freno que detenga la máquina. Lo que tengo que hacer es asegurarme de que no me presto a hacer el daño que yo mismo condeno.
 En cuanto a adoptar los medios que el Estado aporta para remediar el mal, yo no conozco tales medios. Requieren demasiado tiempo y se invertiría toda la vida. Tengo otros asuntos que atender. No vine al mundo para hacer de él un buen lugar para vivir, sino a vivir en él, sea bueno o malo. Un hombre no tiene que hacerlo todo, sino algo, y debido a que no puede hacerlo todo, no es necesario que haga algo mal. No es asunto mío interpelar al gobierno o a la Asamblea Legislativa, como tampoco el de ellos interpelarme a mí; y si no quieren escuchar mis súplicas, ¿qué debo hacer yo? Para esta situación el Estado no ha previsto ninguna salida, su Constitución es la culpable. Esto puede parecer duro, obstinado e intransigente, pero a quien se ha de tratar con mayor consideración y amabilidad es únicamente al espíritu que lo aprecie o lo merezca. Sucede pues que todo cambio es para mejorar, como el nacer y el morir que producen cambios en nuestro cuerpo.
  
No vacilo en decir que aquéllos que se autodenominan abolicionistas deberían inmediatamente retirar su apoyo personal y pecuniario al gobierno de Massachusetts, y no esperar a constituir una mayoría, antes de tolerar que la injusticia impere sobre ellos. Yo creo que es suficiente con que tengan a Dios de su parte, sin esperar a más. Un hombre con más razón que sus conciudadanos ya constituye una mayoría de uno. Tan sólo una vez al año me enfrento directamente cara a cara con este gobierno americano o su representante, el gobierno del Estado en la persona del recaudador de impuestos. Es la única situación en que un hombre de mi posición inevitablemente se encuentra con él, y él entonces dice claramente: “Reconóceme”. Y el modo más simple y efectivo y hasta el único posible de tratarlo en el actual estado de cosas, de expresar mi poca satisfacción y mi poco amor por él, es rechazarlo. Mi vecino civil, el recaudador de impuestos, es el único hombre con el que tengo que tratar, puesto que, después de todo, yo peleo con personas y no con papeles, y ha elegido voluntariamente ser un agente del gobierno, ¿cómo va a conocer su identidad y su cometido como funcionario del gobierno o como hombre, si no le obligan a decidir si ha de tratarme a mí que soy su vecino a quien respeta, como a tal vecino y hombre honrado o como a un maníaco que turba la paz? Después veríamos si puede saltarse ese sentimiento de buena vecindad sin recurrir a pensamientos o palabras más duros e impetuosos de acuerdo con esa actuación. Estoy seguro de que si mil, si cien, si diez hombres que pudiese nombrar, si solamente diez hombres honrados, incluso si un solo hombre honrado en este Estado de Massachusetts, dejase en libertad a sus esclavos y rompiera su asociación con el gobierno nacional y fuera por ello encerrado en la cárcel del condado, esto significaría la abolición de la esclavitud de América. Lo que importa no es que el comienzo sea pequeño; lo que se hace bien una vez, queda bien hecho para siempre Pero nos gusta más hablar de ello: decimos que ésa es nuestra misión. La reforma cuenta con docenas de periódicos a su favor, pero con ningún hombre. Si mi estimado vecino, el embajador del Estado, que va a dedicar su tiempo a solucionar la cuestión de los derechos humanos en la Cámara del Consejo, en vez de sentirse amenazado por las prisiones de Carolina, tuviera que ocuparse del prisionero de Massachusetts, el prisionero de ese Estado que se siente tan ansioso de cargar el pecado de la esclavitud sobre su hermano (aunque, por ahora, sólo ha descubierto un acto de falta de hospitalidad para fundamentar su querella contra él), la Legislatura no desestimaría el tema por completo el invierno que viene.
 Bajo un gobierno que encarcela a alguien injustamente, el lugar que debe ocupar el justo es también la prisión. Hoy, el lugar adecuado, el único que Massachusetts ofrece a sus espíritus más libres y menos sumisos, son sus prisiones; se les encarcela y se les aparta del Estado por acción de éste, del mismo modo que ellos habían hecho ya por sus principios. Ahí es donde el esclavo negro fugitivo y el prisionero mexicano en libertad condicional y el indio que viene a interceder por los daños infligidos a su raza deberían encontrarlos; en ese lugar separado, pero más libre y honorable, donde el Estado sitúa a los que no están con él, sino contra él: ésta es la única casa, en un Estado con esclavos, donde el hombre libre puede permanecer con honor. Si alguien piensa que su influencia se perdería allí, que sus voces dejarían de afligir el oído del Estado, y que ya no serían un enemigo dentro de sus murallas, no saben cuánto más fuerte es la verdad que el error, cuánto más elocuente y eficiente puede ser combatir la injusticia cuando se ha sufrido en propia carne. Deposita todo tu voto, no sólo una papeleta, sino toda tu influencia. Una minoría no tiene ningún poder mientras se aviene a la voluntad de la mayoría: en ese caso ni siquiera es una minoría. Pero cuando se opone con todas sus fuerzas es imparable. Si las alternativas son encerrar a los justos en prisión o renunciar a la guerra y a la esclavitud, el Estado no dudará cuál elegir. Si mil hombres dejaran de pagar sus impuestos este año, tal medida no sería ni violenta ni cruel, mientras que si los pagan, se capacita al Estado para cometer actos de violencia y derramar la sangre de los inocentes. Ésta es la definición de una revolución pacífica, si tal es posible. Si el recaudador de impuestos o cualquier otro funcionario público me preguntara –como ha sucedido–: “Pero, ¿qué debo hacer?”, mi respuesta sería: “Si de verdad deseas colaborar, renuncia al cargo”. Una vez que el súbdito ha retirado su lealtad y el funcionario ha renunciado a su cargo, la revolución está conseguida. Incluso aunque haya derramamiento de sangre.»
 
    [El texto pertenece a la edición en español de la Universidad Autónoma del Estado de Morelos (Méjico), 2014, pp. 40-44. ISBN: 978-607-8332-78-6.]
 

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