jueves, 3 de diciembre de 2020

Laëtitia o el fin de los hombres.- Ivan Jablonka (1973)

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22.-Del criminal como ser humano

  «Tony Meilhon nació en 1979. Su madre fue violada a los quince años por su propio padre: de esa violación nació un niño, el medio hermano mayor de Tony. Para Cécile de Oliveira, toda la defensa de Meilhon se funda en el orgullo, el sentimiento de ser diferente y superior al común de los mortales. El incesto es fundador en su familia y la ley que lo proscribe es transgredida de plano. O bien la ley tiene razón y su familia es monstruosa, o bien su familia prevalece y la ley no es nada.
 La madre se casa con Jacques Meilhon, con quien tiene tres hijos: un chico, una chica y Tony. El marido, que reconoció al hijo del incesto, es holgazán, alcohólico, violento, patológicamente celoso. Cuando lo aquejan sus crisis, les pega a su mujer y a sus hijos, salvo a Tony, porque es el más pequeño y porque se le parece. El hombre comienza a toquetear a su hija. La madre ha aceptado todo, la miseria, la borrachera agresiva, los gritos, los golpes, pero ese es el límite que no hay que cruzar: su hija no padecerá lo que ella misma padeció.
 Con sus cuatro hijos y dos maletas, se va a refugiar en un hogar de mujeres maltratadas. Su marido compra un fusil para matarla. Una vez pronunciada la sentencia de divorcio y el padre despojado de sus derechos, la madre recala en una vivienda social del complejo Bel-Air, en Couëron, a orillas del Loira. Los niños crecen. A finales de la década de 1980, rehace su vida. El pequeño Tony desarrolla un odio fanático e inexpiable por su padrastro. Nace una hermanita. La familia se muda a una casa en Couëron.
 Tony se vuelve "malo": se encierra en el baño, da puñetazos contra las paredes, agrede a otros niños, se escapa de la casa ante la menor contrariedad. En quinto grado casi apuñala a su maestra. En sexto tiene entre 0 y 1 de promedio. Comienza a fumar porros, los profesores ya no quieren ocuparse de él. En casa le dicen: "¡Eres como tu padre!" A los doce años es asignado a un hogar en Guérande, luego a una institución especializada. Su madre y su padrastro se habrían "deshecho" de él. Sentimiento de injusticia.
 Se fuga del hogar y regresa a pie a Couëron. Tras un día y una noche de caminata, llega a la casa de su madre con los pies ensangrentados, tiritando, hambriento. Su madre: "Aquí no te queremos". Meilhon narra la escena desde el banquillo de los acusados, durante el juicio en segunda instancia: "Me rechazó como a un... ¿Cómo a un qué? Ni siquiera lo sé". Loco de rabia, arranca los cables del teléfono y le pone una pistola en la sien. En otra ocasión, antes de irse rompe el ventanal de la casa a pedradas. "Tomé el mal camino, mi vida es agobiante. Me hubiera gustado tener una familia equilibrada, padres que se quieran. No tuve nada de eso. En verdad era una vida de mierda".
 A los dieciséis años, de regreso a Couëron, Tony empieza a hacerse un nombre. Duerme en la calle, acosa a la gente, roba motos y coches, engulle litros de cerveza. Rápidamente prueba todos los estupefacientes disponibles en el mercado. Llegan las primeras encarcelaciones. En 1997, asiste a las exequias de su padre maniatado y escoltado por dos policías.
 A la salida de prisión, a los dieciocho años, va a ver a su novia, que lo ha dejado, y le pone una pistola en la boca. Encuentra un empleo de adiestrador de perros, luego se gana la vida lavando coches. Un organismo de reinserción le proporciona una vivienda en Nantes. En 1999, vuelve a la prisión por haber violado a su compañero de celda. Segundo sentimiento de injusticia.
 En 2003, otra vez afuera, se va a vivir con una chica de dieciséis años. Ambos son drogadictos, pero sus vidas están más o menos ordenadas, hasta que Tony cae por los tres atracos. Regresa a la cárcel, ella no lo abandona. El bebé que conciben en las visitas es asignado enseguida a una familia de acogida. En su celda, Tony conserva una foto de su hijo, que les muestra a sus compañeros. Cuando tiene un buen día, es dulce y afectuoso, le dice a su madre: "Mamá, te quiero". Otras veces, la llama desde la prisión para tratarla de "puta", de "perra de mierda".
 El testimonio de su madre en el juicio de segunda instancia se ve entrecortado por sollozos y espasmos. La autorizan a tomar asiento.
 El presidente del tribunal: "¿Usted lo privó de su padre?"
 La mujer se vuelve, en llantos, hacia su hijo, sentado en el banquillo de los acusados: "¡Eso no es cierto, Tony!"
 Y prosigue: "Yo no descuidé a mi hijo, hice todo lo que podía hacer. Protegí a mis hijos, trabajé para alimentarlos. No abandoné a nadie, los quise a todos, hice más por Tony que por los demás. ¡Y hoy me dicen que fui una mala madre!"
 Esa mujer rubia, muy menuda, que asiste al cuarto juicio criminal de su hijo, que frecuenta los locutorios desde hace veinte años, que conoce todos los establecimientos penitenciarios de la región, Rennes, Angers, Nantes, que ha lavado la ropa de su hijo, lo ha apoyado, lo ha alentado, ha pagado fianzas, que fue a buscarlo a su trabajo, que todavía lo quiere a pesar de todas las vidas que el joven ha destruido, esa madre es una figura de tragedia antigua que uno contempla con infinita compasión. Uno de los jurados se pone a llorar.
 En febrero de 2010, Tony sale de la cárcel. "Estoy excluido de la sociedad, tengo nostalgia de la prisión. Esto es un fracaso de la justicia, de los hogares, de mi familia, de mí: todo el mundo ha participado en este fracaso. Estoy empezando a beber otra vez, a andar a la deriva". Cobra el Ingreso de Solidaridad Activa (RSA), monta un circuito de tráfico de metales y estupefacientes, asalta empresas locales, roba un Peugeot 106 blanco en Couëron. Su régimen cotidiano: un litro de whisky, varios packs de cerveza, de quince a veinte porros, dos a tres gramos de cocaína, heroína para bajar la aceleración de la coca. La mitad de alguna de esas dosis noquearía a cualquiera.
 Se encuentra una novia en Nantes, en el edificio de su hermanastra, que lo alojó. Al comienzo, se entienden bien, hacen picnics en el estanque de Lavau, pero Meilhon almacena droga en la casa de ella, que vive sola con su pequeño. Tras una primera ruptura, Meilhon se muda con su caravana a Le Cassepot. Después de un tiempo, vuelven a estar juntos, las reconciliaciones se suceden a las disputas y a las bofetadas. Ante el tribunal penal, la muchacha cuenta que un Navidad el joven apareció en su casa, con una botella de champán que se bebió él solo antes de forzarla a tener relaciones sexuales. "Después de correrse, se quedó dormido". Más tarde, al verla llorar asomada a la ventana, le espetó: "¿Por qué no saltas? ¡Me importa un carajo!"
 Cuando Meilhon pasa por Couëron, ofrece hachís a sus conocidos y extorsiona a los jóvenes del lugar. Afectado por la muerte de su mejor amigo, pierde las ganas de vivir, aumenta el consumo de cocaína. Su medio hermano lo denuncia tras una visita que terminó mal: neumáticos pinchados, jardín saqueado, conejos degollados. A partir de entonces, Tony habla de matar a su madre. Olla a presión humana en pleno in crescendo. Estamos a finales de 2010.»
 
  [El texto pertenece a la edición en español de Editorial Anagrama, 2017, en traducción de Agustina Blanco, pp. 164-168. ISBN: 978-84-339-7994-0.]
 

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