lunes, 14 de diciembre de 2020

El rayo que no cesa.- Miguel Hernández (1910-1942)


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1

 «Un carnívoro cuchillo / de ala dulce y homicida
sostienen un vuelo y un brillo / alrededor de mi vida.
 
Rayo de metal crispado / fulgentemente caído,
picotea mi costado / y hace en él un triste nido.
 
Mi sien, florido blacón / de mis edades tempranas,
negra está, y mi corazón, / mi corazón con canas.
 
Tal es la mala virtud / del rayo que me rodea,
que voy a mi juventud / como la luna a la aldea.
 
Recojo con las pestañas / sal del alma y sal del ojo
y flores de telarañas / de mis tristezas recojo.
 
¿A dónde iré que no vaya / mi perdición a buscar?
Tu destino es de la playa / y mi vocación del mar.
 
Descansar de esta labor / de huracán, amor o infierno
no es posible, y el dolor / me hará, a mi pesar eterno.
 
Pero al fin podré vencerte, / ave y rayo secular,
corazón que de la muerte / nadie ha de hacerme dudar.
 
Sigue, pues, sigue cuchillo / volando, hiriendo. Algún día
se pondrá el tiempo amarillo / sobre mi fotografía.
[…]

4

 Me tiraste un limón, y tan amargo, / con una mano cálida, y tan pura,
que no menoscabó su arquitectura / y probé su amargura sin embargo.
 
Con el golpe amarillo, de un letargo / dulce pasó a una ansiosa calentura
mi sangre, que sintió la mordedura / de una punta de seno duro y largo.
 
Pero al mirarte y verte la sonrisa / que te produjo el limonado hecho,
a mi voraz malicia tan ajena,
 
se me durmió la sangre en la camisa, / y se volvió el poroso y áureo pecho
una picuda y deslumbrante pena.
[…]

6

 Umbrío por la pena, casi bruno, / porque la pena tizna cuando estalla,
donde yo no me halla no se halla / hombre más apenado que ninguno.
 
Sobre la pena duermo solo y uno, / pena es mi paz y pena mi batalla,
perro que ni me deja ni se calla, / siempre a su dueño fiel, pero importuno.
 
Cardos y penas llevo por corona, / cardos y penas siembran sus leopardos
y no me dejan bueno hueso alguno.
 
No podrá con la pena mi persona / rodeada de penas y de cardos:
Resultado de imagen de el rayo que no cesa¡cuánto penar para morirse uno!
[…]

10

 Tengo estos huesos hechos a las penas / y a las cavilaciones estas sienes:
pena que vas, cavilación que vienes / como el mar de la playa a las arenas.
 
Como el mar de la playa a las arenas, / voy en este naufragio de vaivenes,
por una noche oscura de sartenes / redondas, pobres, tristes y morenas.
 
Nadie me salvará de este naufragio / si no es tu amor, la tabla que procuro,
si no es tu voz, el norte que pretendo.
 
Eludiendo por eso el mal presagio / de que ni en ti siquiera habré seguro,
voy entre pena y pena sonriendo.
[…]

19

 Yo sé que ver y oír a un triste enfada / cuando se viene y va de la alegría
como un mar meridiano a una bahía, / a una región esquiva y desolada.
 
Lo que he sufrido y nada todo es nada / para lo que me queda todavía
que sufrir, el rigor de esta agonía / de andar de este cuchillo a aquella espada.
 
Me callaré, me apartaré si puedo/ con mi constante pena instante, plena,
a donde si has de oírme ni he de verte.
 
Me voy, me voy, me voy, pero me quedo, / pero me voy, desierto y sin arena:
adiós, amor, adiós hasta la muerte.»
 
  
    [El texto pertenece a la edición en español de Editorial Espasa-Calpe, 1987, pp. 15-16, 21-22, 25-26, 33-34 y 53-54 . ISBN: 84-239-0908-5.]
 
  

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