«Mi madre no sabe esquiar, ¿verdad?, le digo a mi tío. No, creo que no, pero no estoy seguro, era muy pequeño cuando tu madre se fue a vivir a la ciudad. ¿Cuándo vio por última vez a su otro hermano?, pregunto, y mi tío lo piensa y dice, debe de hacer unos ocho o diez años. ¿Y a su otra hermana?, también, sucedió todo a la vez. Hace frío, quizá mi tía ha ventilado la sala demasiado tiempo. Quiero hundirme en un almohadón, el asiento es bajo, me resbalo como si diera una voltereta hacia atrás en la barra fija. Tengo un poco de frío, digo estremeciéndome. Mi tío se levanta y entorna la puerta. ¿Te preocupa?, dice, no sé casi nada, sólo lo que la tía me contó ayer en la heladería. ¿Qué te dijo? Que el tío hizo daño a mi hermana, que hizo con ella lo que sólo pueden hacer los que están casados. Mi tío suelta una carcajada, tu tía y yo tampoco estábamos casados, y yo respondo enseguida, no, quiero decir que hizo algo que un tío no puede hacer con su sobrina. Eso es cierto, dice mi tío, pero se trata de quién tiene razón. ¿Cómo que quién tiene razón?, le pregunto, y mi tío dice, no quiero decir nada más sobre este asunto, mueve la mano por el aire como si se pudiera cortar, yo no estaba, siempre me he mantenido al margen. Mi tío apoya el brazo como si fuera a levantarse. Lo deja descansar de nuevo y dice, pero sé que tu hermana lo soltó todo mucho más tarde y que tu madre armó un escándalo. No lo entiendo, digo. El sofá es duro y yo estoy tensa. En invierno el sofá gastado de mi padre es una sólida hamaca. Enfrente de mí están la mesa de centro cuadrada, los muebles enlustrados y lo dos sillones negros. Las páginas de la enciclopedia se enfrían. Yo tampoco lo entiendo, dice, si algo no me gusta lo digo inmediatamente y asunto liquidado. No, no me refiero a eso, digo, no entiendo por qué preguntas quién tiene razón. Porque puede ser, dice, que tu hermana mienta un poco. No me malinterpretes, no quiero acusar a nadie. Desgraciadamente estas cosas suceden a veces, mi tío mueve la cabeza, no es lo habitual, claro está, y lo siento por tu hermana. Pero, y me mira como si estuviera furioso contra mí, como si yo le hubiera mentido, lo extraño es que Helmut no negó absolutamente nada. ¿Por qué tendría que mentir mi hermana?, le pregunto. Ya no puedo hablar con tanta fluidez como querría. Incluso respiro más lentamente, a pesar de que no hace un calor de verano en el salón, y todavía consigo decir, pero nadie miente cuando siente dolor, cuando algo le hace daño. Mi tío se queda en silencio. Mira, dice tras una pausa y se desliza un poco hacia delante en el sillón, Helmut no lo niega. En realidad, tu hermana no miente, pero ¿qué consiguió con ello? ¿Por qué se lo dijo a tu madre meses después, si ella no lo había querido, si realmente le había hecho tanto daño? Ésa es la cuestión. El sofá es frío e incómodo. No puedo responder las preguntas de mi tío. Estoy sentada frente a él, se me seca la garganta. Quisiera beber algo, pero de repente no sé cómo pasar por delante de él y del sillón negro. ¿Qué quieres decir con qué consiguió?, le pregunto. Eres demasiado pequeña para entenderlo, dice, se deja caer sobre el respaldo y se incorpora de nuevo hacia delante. Mira, es como cuando uno se casa o conoce a alguien. Si dos personas se conocen, si dos personas se casan, quiere decir que ambas están de acuerdo con ello. No funciona si una no lo quiere. ¿Quizá tu hermana estaba de acuerdo? Quién sabe lo que le pasó por la cabeza. Una breve sonrisa se dibuja en el rostro de mi tío. Se reclina en el sillón. Miro hacia abajo. Me veo los pies, que están metidos en las zapatillas y permanecen inmóviles sobre la moqueta. Mi tío no ha sonreído, debo de haberme equivocado. ¿Que estaba de acuerdo?, digo. Ya no me salen las palabras, estoy cansada, agotada y eso que acaba de empezar la tarde y sólo he ido al Konsum a comprar patatas. No quiero estar más tiempo sentada en este sofá. Una lágrima me resbala por la mejilla. ¿Por qué la tía dice que le hizo daño?, ¿por qué dices tú que hizo algo que no debería haber hecho? Rompo a llorar.
Mi tío sonríe, me mira. Ve las lágrimas, que fluyen incontenibles, como si quisiera lavarme los ojos. Las lágrimas caen sobre mi regazo. En qué quedamos, ¿le hizo daño o no?, digo, y pienso que un hombre que no conozco quizá le tapó la boca a mi hermana y por eso no pudo hablar, quizá se torció el brazo y tuvo que esperar a que se le pasara el dolor. Quizá no pudo evitar llorar y se metió en su cuarto, cuando nosotros no estábamos en casa, y lloró. Quizá pensó, nuestro tío ha venido a vernos, y quiso hacerle un favor especial, y como estaba sola en casa, hizo algo mal. Y tal vez ese día todos llegaron muy tarde a casa y se fueron a la cama, y no hubo tiempo para contar nada más, y al día siguiente todos tuvieron que ir de nuevo al trabajo. No sé cómo sucedió. Mi tío está recostado en su sillón. Busco un pañuelo, tengo uno, muy arrugado y duro. Digo, ¿tal vez mi hermana quería casarse con el tío?, ¿tal vez no sabía nada de eso porque todavía era demasiado joven? No, no, mi tío se ríe, eso seguro que no, se ríe como si hubiera contado un chiste, se ríe como si todo fuera un chiste. Sujeto el pañuelo delante de la nariz, no alcanza para las lágrimas.
Mi tío está recostado y sonríe.
¿Por qué ya no viene a vernos esa tal Gisela?, ¿qué tiene que ver ella con todo esto? Cuanto uno más llora, más grandes se vuelven las lágrimas, y si uno no para, empiezan a salir por la nariz. Mi tío levanta un brazo y lo deja caer sobre el respaldo. Se oye un ruido sordo. Apoya la cabeza sobre el brazo que tiene doblado. No conozco todos los detalles, dice, siempre intenté mantenerme al margen. Tu madre fue a ver a Helmut y le pidió cuentas. Él no negó nada, entiendes, mi tío permanece serio por un instante, pero Gisela no creyó a tu madre. Dijo, Helmut debía tener sus motivos. Se implicó en el asunto, siempre ha querido meter baza en todas partes. Más o menos dijo, o mi hermano o tu hija. ¿Entiendes?, y ahora sonríe de nuevo, lo mejor es mantenerse al margen. Yo me llevo bien con todos, tengo amigos y conocidos, y también tengo hermanos y hermanas. El pañuelo es un guiñapo mojado.
Mi tío me mira fijamente, sonríe. ¿Estará contando las lágrimas? Bajo la vista. Algunas lágrimas me resbalan hasta la barbilla y el cuello. Mi madre se fue a la sierra en autobús y se bajó en el pueblo de su hermano Helmut. Habló con él y se enfadó. La otra hermana llamó a la puerta porque armaban mucho escándalo y le dijo a mi madre, mientes. Entonces mi madre ya no supo qué decir y regresó a casa. Quiero ir a casa con mis padres, quiero bajar de este sofá negro. Se oye el ruido que mi tía hace con la vajilla en la cocina, golpes de puerta. […] Mi madre regresó sola, llorando, en el autobús, y su hermana no la acompañó a la parada, sino que dijo, mientes, tu hija tiene la culpa. Y mi madre no dejaba de llorar. Llegó a la ciudad y le dijo a mi padre, ¿por qué ha hecho esto mi hermano?, ¿por qué me lo han hecho? Lo decía una y otra vez, no sabía la respuesta y no paraba de repetir la misma pregunta. Nadie podía responder. Antes todos venían a vernos, entonces pasó algo y no regresaron nunca más. Mi hermana no podía hablar del dolor, por eso mi madre habló por ella. Dijo, tengo que defender a mi hija. Mi padre dijo, que pase una cosa así, no puede ser, pero ahora ya no hay remedio. Mis padres lloraban. Mi madre no paraba de llorar y de preguntar. Mi padre no sabía la respuesta y se fue al huerto o a buscar tarros de conservas al sótano, o simplemente se quedó sentado en la cocina.»
[El texto pertenece a la edición en español de Ediciones Acantilado, 2005, en traducción de María Pous Saltor, pp. 97-102. ISBN: 84-96489-18-3.]
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