21
«-Estábamos discutiendo sobre si existe un dios o no. ¿Crees tú en algún dios, hermano? -le preguntó Takeko a Omiya.
-Pues, sobre el tema de dios, lo mejor es preguntarle a Nojima; es mi maestro en estos temas.
Nojima se sintió agradecido a Omiya, pues le acababa de dar una muestra de su confianza delante de Sugiko.
-De acuerdo. Nojima, danos tu opinión. Yo digo que existe un dios y ellos dicen que no.
-Depende de a qué nos refiramos cuando decimos "dios", porque es la palabra más ambigua que hay. Todos los que utilizan esa palabra, bien para decir que existe, bien para afirmar lo contrario, lo hacen arbitrariamente. Ambas opiniones pueden ser verdaderas, así como también falsas.
Nojima se expresaba con ambigüedad. Takeko estaba un poco inquieta:
-Yo no digo que exista un dios que podamos ver. Como mi explicación no consigue más que empeorar la de Omiya, tendremos que hacernos tus discípulos.
Takeko y Sugiko se rieron sin malicia.
Al oír esto, Nojima se dio cuenta de que, por suerte, desaparecía su reserva.
-Yo digo -prosiguió Takeko- que hay algo que no se puede explicar con palabras tales como "naturaleza" o "humanidad", por ejemplo. Sólo cuando los humanos se entregan enteramente a ese ser pueden alcanzar la paz. Sin embargo, algunos insisten en que se les muestre cómo es ese ser, y yo les digo que no puedo enseñar lo que no veo.
De nuevo todos rieron; Nojima también.
-Nojima, muestrámelo -dijo Sugiko mirándole de frente mientras reía.
-Yo tampoco puedo mostrártelo -dijo, y los dos volvieron a reírse-. Lo único que puedo decir es que, desde luego, dentro de mí siento que existe un dios.
Como Nojima se había puesto serio, esta vez nadie se rio.
-Unos lo llaman moral; otros, instinto humanitario; otros, razón. A pesar de esto, tengo la sensación de que todo procede de algo que está por encima de lo que designan esas palabras. Si hacemos buenas obras, nos sentiremos bien. Eso es lo que defiende la ética. Es algo innato en el ser humano. Por ejemplo, si uno va muy pronto por la mañana a la playa, cuando no hay nadie o solamente dos o tres personas desperdigadas por allí, camina descalzo y las olas le mojan un poco los pies, uno se siente muy a gusto y le entran ganas de cantar o de echar un discurso.
-Pero date cuenta de que nos sentimos bien cuando tenemos buena salud y esa es la labor del ozono -dijo Hayakawa.
-Sí, estoy de acuerdo; pero quedarse con esa explicación es demasiado sencillo.
Como Nojima estaba muy entusiasmado con su argumentación, le molestó un poco que Hayakawa le interrumpiera y se volvió hacia él con ganas de seguir discutiendo.
-Pero tampoco tenemos necesidad de sacar a relucir la idea de Dios.
-¿Sabes por qué estás contento cuando tienes salud?
-Es normal estar contento si se está sano.
-La salud es una de nuestras necesidades más básicas; por eso tener salud es siempre un motivo de alegría. Pero la enfermedad también puede aumentar nuestra capacidad para superar el dolor y hacernos ver las cosas de otro modo. Si el dentista mata el nervio de una muela, ésta ya no duele; si no fuera por el dolor, no nos daríamos cuenta de lo mal que se había puesto...
Daba la sensación de que Hayakawa quería llegar a alguna conclusión.
-Escúchame, por favor, hasta el final -le interrumpió Nojima-. Mira, cuando nos cortamos el pelo o las uñas, no nos duele; tampoco nos resulta extraño que no duela, porque estamos hechos así. Los nervios están distribuidos por todo el cuerpo humano sin dejar un solo hueco con la finalidad de protegernos. No es el hombre quien así se protege. Entonces, ¿tenemos que creer que es la naturaleza? En este punto, incluso a mí me parece precipitado recurrir a dios. Sin embargo, podría decirse que ahí actúa una voluntad que no es humana. No pensaba empezar a hablar partiendo de esta base, pero, si nos preguntamos para qué sirven los nervios, parece claro que la respuesta es que estos cumplen la misión de preservar en todo lo posible la salud. Sin embargo, si alguien piensa que no conduce a nada atribuir la preservación de la salud a un ser tan pequeño como el hombre, tal manera de pensar es admisible. Nosotros no hemos hecho a los seres humanos; ni la moral ni la razón los han hecho. Quien ha creado a las pulgas ha creado también a los seres humanos y a los gusanos.
Hayakawa, como quien ha comprendido, dijo con una sonrisa irónica:
-Vale. Quien ha hecho a las pulgas ha hecho también a los seres humanos. Y también a los gusanos...
-Por supuesto, así es. Pero las pulgas y los gusanos sólo necesitan salud, no necesitan a dios. Los únicos que tenemos necesidad de dios somos los humanos.
Estas palabras de Nojima fueron como un jarro de agua fría para la conversación. Nojima vio a Hayakawa con ganas de discutir; s enfadó y empezó a comportarse con menos reserva.
-La belleza, lo infinito, la inmortalidad son cosas que no necesitan las pulgas, los gusanos y demás. El ser que los hizo pensó que no merecía la pena dotarles del instinto que hace desear tales cosas. El mismo que no ha puesto nervios en las uñas ni en los cabellos ha pensado igualmente que no merecía la pena poner en los bichitos un corazón que busque a dios.
-Según eso, tú piensas que Sugiko, por ejemplo, es como un insecto, que cada uno de nosotros es como un insecto -dijo Hayakawa, esbozando con sequedad una sonrisa fría.
-Efectivamente, lo seríamos si no nos interesase alcanzar la felicidad a través de lo infinito, la inmortalidad, lo bello o lo eterno...
-Nosotros no necesitamos de esas alucinaciones para seguir viviendo.
-¡Espera! Estás interpretando mal lo que ha dicho Nojima -intervino Nakada.
-Pero no puedo quedarme callado mientras me tratan como a un insecto. Pienso que todo eso de la inmortalidad y lo infinito no son más que delirios de los chinos. Sugiko, estás de acuerdo conmigo, ¿no?
-No tengo ni idea sobre esto, pero pienso que para tener salud y felicidad no se necesita a un dios.
-Sugiko, creo que te engañas. Seguro que tu corazón está buscando a dios -dijo Nojima.
-No sé nada sobre dios; por eso, en resumidas cuentas, me parece lo mismo un insecto que un ser humano.
-Te equivocas, hay una gran diferencia. Los seres humanos tienen espíritu y alma; entre los insectos no puede aparecer un Buda ni un Cristo...»
[El texto pertenece a la edición en español de la editorial Contraseña, en traducción de Elena Gallego Andrada. ISBN: 978-84-940903-8-7.]
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