jueves, 27 de septiembre de 2018

Filosofía para la vida y otras situaciones peligrosas.- Jules Evans (¿...?)


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9.-Diógenes y el arte de la anarquía

«Ante los solemnes pilares de St. Paul's Cathedral han brotado como setas tiendas de campaña de colores variopintos. Los hombres de negocios que acuden presurosos a la bolsa de Londres ignoran las pancartas que cubren las columnas de Paternoster Square: "Se acerca el principio", "Di que no a la usura", "Mata al policía que hay en tu cabeza", "Somos fantasía"... Por entre las tiendas se pasea, ruidoso, un hombre con una armadura medieval y una máscara de Guy Fawkes. Otro lleva una gran calavera de plástico y una pancarta donde pone: "Baila sobre la tumba del capitalismo". Hay también bastante gente disfrazada de zombi (es Halloween), que practica el baile espasmódico de los no muertos. Tenemos una tienda comedor, un "centro de tranquilidad", un cine improvisado y una "universidad de campaña", con su horario repleto de talleres diarios sobre los más variados temas, desde la meditación hasta la economía del bienestar. Se trata, huelga decirlo, del campamento Occupy London, u  #occupylsx, como lo llaman en Twitter: una de las múltiples ocupaciones anarquistas que aparecieron a finales de 2011 como un sarpullido en el rostro del capitalismo mundial. El desprecio inicial de los comentaristas de los grandes medios de comunicación se convirtió en sorpresa y, más tarde, en sincera confusión: "¿Quiénes son? ¿Qué quieren? ¿Cuáles son sus exigencias?"
 Es posible que los ocupantes no plantearan exigencias en todo el sentido de la palabra, sino que se exhibieran; que viviesen y llevasen a la práctica una visión alternativa de la sociedad en las calles de Nueva York, Londres, Bristol, Berlín, Oakland y otras urbes del planeta. Los campamentos eran una versión anarquista de esas exposiciones sobre lo último en diseño de casas. Exponían una forma de vida comunitaria que intentaba abolir el autoritarismo y fomentar la participación. "Ven a ver lo que es la verdadera democracia", ponía en una de las pancartas londinenses. Los ocupantes celebraban asambleas generales cada pocas horas en la escalinata de St. Paul: alguien tomaba el micrófono para manifestar un punto de vista; después la asamblea se dividía en grupos más pequeños y, tras debatir la idea, todos daban su opinión. Los ocupantes expresaban su sentir mediante un lenguaje de señales común: mostrar las dos palmas significaba aquiescencia, hacer una T quería decir que se tenía alguna aclaración técnica, y cruzar los puños era señal de que se bloqueaba la votación. Los ocupantes hacían ostentación de un sistema económico que no se basaba en la propiedad y en el capital, sino en lo compartido y la donación. Mostraban un estilo de vida basado en la imaginación, la sátira y el juego, más que en pasarse la vida mirando el reloj desde una mesa. Y también intentaban demostrar lo poco que hace falta para ser feliz: algo de suelo, una tienda, un saco de dormir y unos cuantos amigos. Si eso no son medidas de austeridad...

La historia de Kalle
 El movimiento Occupy empezó el 17 de septiembre de 2011, cuando Adbusters, un colectivo anarquista con base en Vancouver, llamó a ocupar con tiendas de campaña Wall Street, inspirándose en una ocupación algo anterior, la de la plaza Tahrir de El Cairo. Adbusters es una revista anticonsumista y un movimiento de protesta que pone en práctica las estrategias subversivas del culture jamming. Su fundador y alma es Kalle Lasn, que a sus setenta años no da muestras de ninguna fatiga en sus esfuerzos por derrocar el capitalismo. "Estamos al principio de una revolución cultural -me explicó-. Nuestro sistema actual es ecológicamente insostenible y psicológicamente corrosivo. Nos jode el planeta y el cerebro. Las grandes compañías se han apoderado de los sistemas de comunicación, que nos bombardean con mensajes consumistas. Al menos el 75 por ciento de la población está en un trance consumista. Les ha hecho un lavado completo de cerebro. Algún día la gente se despertará de golpe, después de que el Dow Jones haya bajado siete mil puntos y dirá: ¿Qué coño pasa? Verán derrumbarse a su alrededor la vida que conocían y tendrán que recoger los trozos y aprender a otra vez a vivir."
 A más de uno le sorprenderá que Kalle empezara a trabajar en el mundo de la publicidad. Hijo de inmigrantes estonios que huyeron de la Unión Soviética, pasó su infancia en un campamento alemán de deportados. Después se fue a vivir a Australia y Japón, donde trabajó en el sector publicitario durante los años sesenta. "En el sentido empresarial fue una etapa muy próspera -dice-. Me hice una idea de en qué consiste el sector publicitario y descubrí que era un negocio éticamente neutral, en el que a nadie le importaba demasiado vender cigarrillos, alcohol o Pepsi-Cola. Para ellos todo era un gran juego interesante, en el que no tenían importancia las repercusiones sociales." A continuación volvió a mudarse de país, esta vez a Canadá, donde participó en el naciente movimiento ecologista. En 1990, Kalle trabajaba en un grupo ecologista que denunciaba la tala de bosques y que quiso comprar un espacio televisivo para una campaña de anuncios. "Nos dijeron que no, que imposible. La industria forestal, que movía seis mil millones de dólares, sí podía, pero nosotros no. Todo lo que hemos hecho desde entonces surge de aquella indignación, de darse cuenta de que un bando sale por la tele y el otro no. Nosotros queremos tener voz y voto. Si no tiene voz y voto todo el mundo, la democracia no funciona de verdad."
 A principios de los años noventa, Kalle y sus amigos fundaron Adbusters en Vancouver. La revista, que alcanzó rápidamente una tirada de ciento veinte mil ejemplares en todo el mundo, publica artículos de autores como Matt Taibbi y Bill McKibben, junto a parodias de anuncios diseñadas por Kalle y otros refugiados del sector publicitario. En una de ellas, Joe Camel, la mascota de los cigarrillos Camel en los años noventa, recibía quimioterapia en una cama de hospital. Otro mostraba una botella fláccida de vodka con la leyenda: "Absolut Impotence". En otro, un modelo se miraba los calzoncillos Calvin Klein junto al eslogan "Obsession. Para hombres". "Estamos expuestos a diario a tantos mensajes que tratan de hacernos consumir... Cientos, o puede que miles. Lo que intentamos nosotros es hacer circular unos cuantos mensajes que digan lo contrario." Según Kalle, la idea de las falsas campañas de publicidad estaba tomada del movimiento situacionista de los años sesenta y setenta, que también quiso devaluar el capitalismo industrial a base de arte callejero, carteles y grafitis contraculturales. [...]
 En 1992, Adbusters puso en marcha el Día Mundial sin Compras, cuyos participantes se someten de forma voluntaria a veinticuatro horas de ayuno consumista.»
 
   [El fragmento pertenece a la edición en español de Random House Mondadori, 2013, en traducción de Jofre Homedes Beutnagel. ISBN: 978-84-253-4934-8.]

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