viernes, 14 de septiembre de 2018

La ciudad del Sol.- Tommaso Campanella (1568-1639)


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«Hospitalario: Me gustaría que enumerases todos los oficios y los distinguieses y también si es necesaria la educación común.
 Genovés: En primer lugar, tienen estancias, dormitorios, lechos y necesidades comunes; después cada seis meses son distribuidos por los maestros, diciéndoles quién ha de dormir en este círculo o en aquel otro, y en la estancia primera o en la segunda, anotadas alfabéticamente.
 Después las artes son comunes a los hombres y a las mujeres, las especulativas y las mecánicas, con esta diferencia, que aquéllas que requieren gran esfuerzo y desplazamiento, como arar, sembrar, recoger la cosecha, apacentar las ovejas, trabajar en la era, en la vendimia, las hacen los hombres. En cambio, para hacer queso, ordeñar, ir a por hierba a los huertos cercanos a la ciudad, y para servicios ligeros, acostumbran a mandar a las mujeres. Las artes que se realizan estando sentados o de pie son, por lo general, atribuidos a las mujeres, como tejer, coser, cortar el pelo y la barba, venta de especias, confeccionar toda clase de vestidos, exceptuando, naturalmente, el arte de la herrería y de las armas. Incluso si alguna tiene aptitudes para la pintura, no se le prohíbe. La música está reservada a las mujeres, porque deleitan más, y a los niños, excluida la producida por trompetas y tambores. Hacen también la comida y preparan las mesas; pero servir a la mesa es algo propio de los jóvenes, varones y hembras, hasta que cumplen los veinte años.
 En cada círculo tienen cocinas y despensas comunes. Y en cada oficio tienen a un viejo y a una vieja de supervisores, que son los que mandan y tienen la facultad de pegar o hacer que otros peguen a los negligentes y desobedientes, y anotan en qué trabajo cada uno o cada una se desenvuelven mejor. Todos los jóvenes sirven a los mayores que pasan de los cuarenta años, pero el maestro o la maestra cuidan de ellos al anochecer, cuando van a dormir, y asignan por la mañana a cada uno los servicios que les tocan, uno o dos por habitación, y los jóvenes se ayudan mutuamente y ¡ay! del que se niegue. Hay un primer y un segundo turno para comer; a un lado comen las mujeres, al otro los hombres y se comportan como en los refectorios de los frailes: se come sin hacer ruido y alguien, siempre cantando, lee y, a menudo, un oficial comenta algún pasaje de la lectura. Es algo realmente agradable verse servido por tan hermosa juventud, con la ropa ceñida, tan puntualmente, y verse rodeado de tantos amigos, hermanos, hijos y madres que conviven con tanto respeto y amor.
 A cada uno se le da, según el ejercicio realizado, un plato de comida y menestra, frutos, queso y los médicos tienen la obligación de decir a los cocineros qué alimento conviene ese día y cuál a los viejos y cuál a los jóvenes y cuál a los enfermos. Los oficiales reciben mejor parte; a menudo, envían comida de su mesa a la de aquéllos que se han distinguido por la mañana en las lecciones y en las discusiones científicas y en las armas, y esto es considerado como un gran honor y favor. Y en los días festivos hacen tocar música, incluso en la mesa, y puesto que todos echan una mano en los servicios, nunca ocurre que falte algo. Viejos sabios son los supervisores de quien cocina y de los refectorios y aprecian sobremanera la limpieza de las calles, de las estancias y de los vasos y de los vestidos y de la persona.
 Visten por dentro con una camisa blanca de lino, después un vestido que es, a la vez, jubón y calzas, sin pliegues, abierto por el centro, por el lado y por abajo, y después abotonado. Las calzas llegan hasta el talón, sobre el que se pone un gran peal, como una especie de borceguí, y encima los zapatos. Y están tan ajustados que, cuando se quitan la sobreveste, se distinguen todas las formas de la persona.
 Cambian de vestido en cuatro ocasiones distintas: cuando el Sol entra en Cáncer y en Capricornio, en Aries y en Libra. Y, de acuerdo con la complexión y la estatura, corresponde al Médico su distribución junto con el oficial encargado del vestido en cada círculo. Y resulta realmente admirable cómo de inmediato tienen cuantos vestidos necesitan, gruesos, ligeros, según el tiempo que haga. Visten todos de blanco y todos los meses los vestidos se lavan con jabón o con lejía los de tela.
 Todos los sótanos son talleres, cocinas, graneros, guardarropas, despensas, refectorios, lavaderos; pero ellos se lavan en las pilas de los claustros. El agua se tira por las letrinas o por canales que llevan a aquéllas. En todas las plazas de los círculos tienen sus fuentes, que sacan el agua del fondo moviendo simplemente un leño; de ahí se derrama en los canales. Hay agua de manantial, y mucha en las cisternas, a las que van las aguas de las lluvias por los canales de las casas, pasando por acueductos arenosos. Se lavan sus cuerpos a menudo, según ordena el maestro y el médico. Las artes se realizan en los claustros de abajo y las especulativas en los de arriba, donde se encuentran las pinturas y se leen en el templo.
 En los atrios de fuera hay relojes de sol y de campanillas en todos los círculos y banderolas para conocer los vientos.
 Hospitalario: Háblame ahora de la generación.
 Genovés: Ninguna mujer se entrega al varón, si no ha cumplido diecinueve años, ni el varón se dedica a la generación antes de los veintiuno, y más si es de complexión débil. Antes de esta edad es lícito a alguno el coito con las mujeres estériles o preñadas, para no hacerlo contra natura, y las maestras matronas con los más viejos de su generación, se preocupan de proveerles, según les ha sido dicho a ellos en secreto por aquéllos que están más acuciados por Venus. Les proveen, pero no lo hacen sin decir nada al maestro mayor, que es un gran médico, y depende del Amor, príncipe oficial. Si son sorprendidos en sodomía, son reprendidos, y les obligan a llevar durante dos días un zapato atado al cuello, significando que pervirtieron el orden y pusieron los pies en la cabeza y la segunda vez aumentan la pena hasta que se convierte en pena capital. Quien, en cambio, se abstiene de todo coito hasta los veintiún años, es alabado con algunos honores y canciones.
 Puesto que, cuando se ejercitan en la lucha, como los griegos antiguos, están todos desnudos, machos y hembras, los maestros se dan cuenta de quién es impotente o no para el coito y qué miembros convienen a otros. Y así, estando bien lavados, se consagran al coito cada tres noches y acoplan las hembras corpulentas y hermosas sólo con corpulentos y dotados de energía, y las gruesas con los delgados y las delgadas con los gruesos, para mitigar los excesos. [...] No dan comienzo al coito sino después de haber hecho la digestión y antes hacen oración y tienen hermosas estatuas de hombres ilustres, a las que miran las mujeres. Después salen a la ventana y ruegan al Dios del Cielo que les conceda una buena prole. Y duermen en dos celdas, estando separados hasta el momento que tienen que unirse, y entonces va la maestra y abre la puerta de una y otra celda.»
 
 [El texto pertenece a la edición en español de Ediciones Altaya, 1995, en traducción de Moisés González García. ISBN: 84-487-0215-8.]   
  

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