Capítulo V: Avance incontenible
«Lenin leyó el Decreto sobre la Tierra:
"1.-Queda abolida en el acto sin ninguna indemnización la propiedad terrateniente.
2.-Las fincas de los terratenientes, así como todas las tierras de la Corona, de los monasterios y de la Iglesia, con todo su ganado de labor y aperos de labranza, edificios y todas las dependencias, pasan a disposición de los comités agrarios subdistritales y de los Soviets de Diputados Campesinos de distrito hasta que se reúna la Asamblea Constituyente.
3.-Cualquier deterioro de los bienes confiscados, que desde este momento pertenecen a todo el pueblo, será considerado un grave delito, punible por el tribunal revolucionario. Los Soviets de Diputados Campesinos de distrito adoptarán todas las medidas necesarias para asegurar el orden más riguroso en la confiscación de las fincas de los terratenientes, para determinar exactamente los terrenos confiscables y su extensión, para inventariar con detalle todos los bienes confiscados y para proteger con el mayor rigor revolucionario todas las explotaciones agrícolas, edificios, aperos, ganado, reservas de víveres, que pasan al pueblo.
4.-Para la realización de las grandes transformaciones agrarias, hasta que la Asamblea Constituyente las determine definitivamente, debe servir de guía en todas partes el mandato campesino que se reproduce a continuación, confeccionado por la Redacción de Izvestia Userossíiskogo Sovieta Krestiánskij Deputátov, sobre la base de los 242 mandatos campesinos locales (Petrogrado, Nº 88, 19 de agosto de 1917).
5.-No se confiscan las tierras de los simples campesinos y cosacos".
"Esto -añadió Lenin- no es el proyecto del ex-ministro Chernov, que hablaba de "levantar los andamios" e intentaba hacer la reforma por arriba. El problema del reparto de la tierra será resuelto por abajo, en el campo mismo. La dimensión de la parcela que recibirá cada campesino variará de acuerdo a las localidades...
¡Bajo el Gobierno Provisional los terratenientes se negaban categóricamente a obedecer las órdenes de los comités agrarios, de los mismos comités agrarios que fueron pensados por Lvov, llevados a la práctica por Shingariov y que eran administrados por Kerenski!"
Los debates no habían comenzado aún pero un hombre se abrió paso a viva fuerza entre la gente y subió a la tribuna. Era Pianij, miembro del Comité Ejecutivo de los Soviets Campesinos. Estaba furioso.
"¡El Comité Ejecutivo de los Soviets de Diputados Campesinos de toda Rusia protesta contra la detención de nuestros compañeros, los ministros Salazkin y Máslov! -arrojó con dureza al rostro de los delegados-. ¡Exigimos su libertad al instante! Se encuentran en la fortaleza de Pedro y Pablo. ¡Es necesaria una acción inmediata! ¡No hay que perder ni un momento!"
Le siguió un soldado con la barba en desorden y los ojos llameantes. "¡Estáis aquí sentados y habláis de entregar la tierra a los campesinos y, al mismo tiempo, procedéis como tiranos y usurpadores con los representantes electos de los campesinos! ¡Yo os digo -levantó el puño-, yo os digo que como se les caiga un solo pelo de la cabeza habrá rebelión en el campo!" La gente murmuró confusa.
Subió a la tribuna Trotski, sereno y venenoso, consciente de su poder. La asamblea lo recibió con un clamor de saludo. "Ayer el Comité Militar Revolucionario tomó la decisión en principio de poner en libertad a los ministros eseristas y mencheviques: Máslov, Salazkin, Gvozdiov y Maliantóvich. Si continúan en la fortaleza de Pedro y Pablo, es solamente porque estamos demasiado ocupados... Claro está, permanecerán en arresto domiciliario hasta que se investigue su complicidad en los actos de traición de Kerenski durante la korniloviada".
"¡Jamás -exclamó Pianij-, jamás sucedió en ninguna revolución lo que estamos viendo ahora!"
"Se equivoca- respondió Trotski-. Cosas semejantes las ha visto incluso nuestra revolución. Centenares de camaradas nuestros fueron detenidos en los días de julio... ¡Cuando la camarada Kollontái a instancias del médico fue liberada de la cárcel, Avxéntiev puso a su puerta dos agentes de la policía secreta zarista!" Los representantes campesinos se retiraron maldiciendo. La asamblea los despidió con irónico abucheo.
El representante de los eseristas de izquierda habló a favor del Decreto sobre la Tierra. Plenamente de acuerdo en principio, los eseristas de izquierda, sin embargo sólo podrían votar después de discutir la cuestión. Había que consultar a los Soviets Campesinos.
Los mencheviques internacionalistas insistieron también en discutir el problema en el seno de su partido.
Luego intervino el líder de los maximalistas, es decir, del ala anarquista de los campesinos. "¡Debemos rendir honor al partido político que ya en el primer día, sin charlatanerías de ningún género, pone en práctica tal obra!..."
Apareció en la tribuna un campesino típico: pelo largo, botas altas y zamarra de piel de oveja. Hizo reverencias hacia todos los lados de la sala. "Buenas, compañeros y ciudadanos -dijo-. Aquí andan rondando por todas partes los kadetes. Vosotros detenéis a nuestros campesinos socialistas. ¿Por qué no detenéis a los kadetes?"
Aquello fue la señal para las discusiones entre los excitados campesinos. Exactamente lo mismo habían discutido los soldados la noche anterior. Aquí estaban los verdaderos proletarios del campo...
"¡Los miembros de nuestro Comité Ejecutivo, Avxéntiev y otros, a quienes nosotros teníamos por defensores de los campesinos, son tan kadetes como los otros! ¡Hay que detenerlos! ¡Hay que detenerlos!"
Otra voz: "¿Qué son esos Pianij y Avxéntiev? ¡No son campesinos! ¡Son unos charlatanes!"
¡Cómo se sintió atraída la sala por estos delegados, reconociendo en ellos a sus hermanos!
Los eseristas de izquierda propusieron un intervalo de media hora. Cuando los delegados empezaron a salir de la sala, Lenin se levantó de su sitio:
"¡No podemos perder tiempo, camaradas! ¡Estas noticias de colosal importancia debe conocerlas mañana por la mañana toda Rusia! ¡Nada de dilaciones!"
En medio de las acaloradas discusiones y conversaciones y del rumor de centenares de pasos, se oyó la voz de un emisario del Comité Militar Revolucionario, que gritaba:
"¡En la habitación diecisiete hacen falta quince agitadores! ¡Para marchar al frente!..."»
[El fragmento pertenece a la edición en español de Ediciones Akal, en traducción de Ángel Pozo Sandoval. ISBN: 84-7600-142-8.]
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