sábado, 8 de septiembre de 2018

Carmina.- San Paulino de Nola (355-431)


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Petición de un campesino de la Campania a San Félix

«El campesino baña con sus lágrimas la tierra, inclinado por completo ante el umbral sagrado, y pide sus bueyes que le han robado aquella noche; los suplica de manos del piadoso Félix, como si fuera su guardián, con reproches y quejas entremezcladas con la plegaria:
 "Santo de Dios, Félix, sostén de los miserables, siempre rebosante en gracias para los desdichados y rico para los pobres, Dios ha depositado en ti el descanso de los hombres maltrechos, el consuelo de los afligidos, el remedio de la tristeza de los corazones heridos. También, con confianza, como al pecho de un padre, la pobreza viene a descansar, con la frente inclinada, en tus brazos. San Félix, tú que siempre has tenido compasión por mis penas y que ahora me olvidas, ¿por qué, por qué me dejas desnudo? He perdido mis bueyes tan apreciados, que me habías dado tú, que con tanta frecuencia te encomendaba en mis súplicas, sobre los que se ejercía sin tregua tu protección, que alimentabas para mí: tus cuidados los conservaban con buena salud, tu mano liberal los alimentaba. Y esta noche, pobre de mí, me los han robado. ¡Ay! ¿Qué hacer ahora? ¿A dónde ir? ¿A la ventura? ¿A quién atacar? ¿Me quejaré de ti? ¿Acusaré a mi dueño de negligencia? ¿Cómo? ¿Has permitido que me durmiera tan profundamente que no he oído cómo los ladrones rompían mi puerta? ¡No has golpeado esos corazones culpables con un súbito terror! ¿No has dejado brillar el día en las tinieblas para hacer público el robo? ¡Ni hallado ningún medio de denunciar su huida! ¿A dónde correr? ¿A dónde ir? Estoy como en un hueco de tinieblas; mi propia casa parece cerrada, pues el robo de mis alimentos me deja sin nada en que poner mi corazón, sin esa dulzura de mis ojos y de mi trabajo, cuyo sólido bien enriquecía mi pobreza. ¿Dónde buscarlos ahora, desdichado? ¿Dónde hallaré nunca otros semejantes? Y si los encuentro, ¿cómo voy a comprarlos? Pobre campesino, ellos me bastaban, pero eran toda mi fortuna. Me los tienes que devolver: no quiero otros. Y no iré a buscarlos a otra parte: me los debes dar aquí; esta iglesia me los devolverá. En ella, suplicante, te conmino y me acerco a ti. ¿Para qué buscar, y dónde, a unos ladrones que no conozco? Aquí me los deben; al señor de este edificio, sí, a él mismo, lo retendré como deudor. Sí, te acuso a ti, santo mío; tú eres su cómplice; no te dejo: tú sabes dónde están, pues la luz de Cristo te hace ver todo lo oculto y lo lejano; tú puedes rescatarlos, que Dios lo abarca todo. Así, no hay escondrijo alguno que puedan ocultarte los ladrones y no pueden escapar; una mano basta para prenderles: Dios, el único que está en todas partes, la mano de Cristo, dulce para con las personas piadosas, rigurosa con los malos. Devuélveme, pues; devuélveme mis bueyes; y detén a los ladrones. Pero no quiero acusar a nadie, que se vayan; yo sé, gran santo, cómo tú obras: no devuelves nunca mal por mal; prefieres enmendar a los malos con tus gracias a perderles con tus castigos. Hagamos un buen negocio, tú por tu parte y yo por la mía: encuentre yo mis bienes sin menoscabo, gracias a ti; y tu clemencia compense con prudencia el castigo. En una balanza equitativa, juzga sin apelación: deja libres a los culpables, pero devuélveme mis bueyes. He aquí un negocio bien convenido; nada te impide ahora ayudar a tu siervo; apresúrate a sacarme del apuro. Pues estoy dispuesto, hasta que me socorras, a permanecer aquí, sin dejar un paso esta puerta. Y, si no te das prisa, moriré en este umbral; y no tendrás ya a quien dar, demasiado tarde, mis bueyes."
 Así se quejaba, con una voz agria, pero con un corazón lleno de fe; ello duró, sin fin, durante todo el día. El mártir lo escuchó; sus súplicas sin adornos le agradaban y, con el Señor, rio de buena gana ante sus acusaciones. La fe de la súplica le hacía pasar a la libertad de las quejas; se dispone a ayudarle, haciéndole esperar unas horas.»
 
 [El fragmento pertenece a la antología "Literatura latina" publicada por Jean Bayet en editorial Ariel, con traducción de Andrés Espinosa Alarcón. ISBN: 84-344-3905-0.]
 

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