jueves, 6 de septiembre de 2018

Incógnito. Las vidas secretas del cerebro.- David Eagleman (1971)


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4.-Lo que se puede pensar
El "umwelt": la estrecha rendija de nuestra vida

«De manera análoga a su percepción del mundo, su vida mental se construye para abarcar cierto territorio y queda restringida a él. Hay pensamientos que no puede tener. No puede abarcar el sextillón de estrellas de nuestro universo, ni imaginar un cubo de cinco dimensiones, ni sentirse atraído por una rana. Si estos ejemplos parecen obvios (¡Naturalmente que no puedo!) considérelos análogos a ver en rayos infrarrojos, a captar ondas de radio o a detectar el ácido butírico, tal como hacen las garrapatas. El "umwelt del pensamiento" es una fracción diminuta del "umgebung del pensamiento". Exploremos este territorio.
 La función de ese ordenador húmedo, el cerebro, es generar comportamientos que sean adecuados a las circunstancias ambientales. La evolución ha modelado cuidadosamente sus ojos, sus órganos internos, sus órganos sexuales, etc., y también el carácter de sus pensamientos y creencias. No sólo hemos desarrollado defensas inmunológicas especializadas contra los gérmenes, sino también una maquinaria nerviosa para resolver problemas especializados a los que ya se enfrentaron nuestros antepasados cazadores recolectores a lo largo del 99% de la historia evolutiva de nuestra especie. El campo de la psicología evolutiva explora por qué pensamos de una manera y no de otra. Mientras los neurocientíficos estudian las partes y piezas que componen el cerebro, los psicólogos evolutivos estudian el software que resuelve los problemas sociales. Desde este punto de vista, la estructura física del cerebro incorpora una serie de programas y los programas están ahí porque en el pasado han resuelto algún problema concreto. Basándose en sus consecuencias, se añaden a la especie nuevas características y se descartan otras.
 Charles Darwin predijo esta disciplina al final de El origen de las especies: "En un futuro lejano, veo el comienzo de investigaciones mucho más importantes. La psicología se basará en un nuevo cimiento: el de la necesaria adquisición de manera gradual de todas las capacidades y facultades mentales." En otras palabras, nuestra psique evoluciona, igual que los ojos, los pulgares y las alas.
 Pensemos en los bebés. Al nacer, los bebés no son una hoja en blanco, sino que heredan un abundante equipamiento para solventar problemas, y cuando muchos de ellos se les plantean, ya tienen la solución humana. Darwin fue el primero en conjeturar esta idea (también en El origen de las especies), y posteriormente la desarrolló William James en Principios de psicología. El concepto fue ignorado a lo largo de casi todo el siglo XX, pero resultó ser acertado. Los bebés, por indefensos que estén, aparecen en el mundo con programas nerviosos especializados para razonar acerca de los objetos, la causalidad física, los números, el mundo biológico, las creencias y motivaciones de otros individuos y las interacciones sociales. Por ejemplo, el cerebro de un recién nacido espera ver caras: incluso cuando tienen menos de diez minutos de vida, los bebés se vuelven hacia las formas que parecen caras, pero no cuando ven una versión confusa de ese patrón. A los dos meses y medio, un bebé expresará sorpresa si un objeto sólido parece atravesar otro objeto o si un objeto parece desaparecer como por arte de magia. Los bebés no tratan igual los objetos animados que los inanimados, pues asumen que los juguetes animados poseen estados (intenciones) internos que no pueden ver. También hacen suposiciones acerca de las intenciones de los adultos. Si un adulto intenta mostrar cómo hacer algo, el bebé lo imita. Pero si el adulto parece estropear la demostración (quizá exclamando un "¡Glups!"), el bebé no intenta imitar lo que ve, sino más bien lo que cree que el adulto intentaba hacer. En otras palabras, cuando los bebés ya tienen edad suficiente para ser puestos a prueba, llevan a cabo sus propias suposiciones acerca de cómo funciona el mundo.
 Así pues, aunque los niños aprenden por imitación lo que les rodea -remedando a sus padres, sus animales domésticos y la televisión-, no son hojas en blanco. Pensemos en el balbuceo. Los niños sordos balbucean del mismo modo que los niños que oyen, y los sonidos de los niños en los diferentes países son parecidos, aun cuando estén expuestos a idiomas radicalmente distintos. De manera que el balbuceo inicial se hereda en los humanos como un rasgo preprogramado.
 Otro ejemplo de preprogramación es el así denominado sistema de lectura de pensamientos: ese grupo de mecanismos mediante el cual nos servimos de la dirección y movimiento de los ojos de los demás para inferir lo que quieren, saben o creen. Por ejemplo, si alguien mira de repente sobre su hombro izquierdo, inmediatamente supondrá que algo interesante ocurre detrás de usted. Nuestro sistema de lectura de miradas ya está totalmente operativo en nuestros primeros meses. En casos como el autismo, este sistema puede verse afectado. Por otra parte, puede no verse perjudicado  aun cuando otros sistemas estén dañados, como un trastorno llamado síndrome de Williams, en el que la lectura de las miradas funciona bien, pero la cognición social es manifiestamente deficiente en otros aspectos.
 El software preprogramado puede sortear el exceso de opciones con que se topa el bebé y que podría suponer un problema en caso de que el cerebro fuera como una hoja en blanco. Un sistema que comenzara como una hoja en blanco sería incapaz de aprender las complejas reglas del mundo utilizando sólo la pobre entrada sensorial que reciben los bebés. Tendría que probarlo todo y fracasaría. Lo sabemos aunque sólo sea por la larga historia del fracaso de las redes nerviosas artificiales que arrancan de cero e intentan aprender la reglas del mundo.
 Nuestra preprogramación participa intensamente en el intercambio social: en la manera en que los humanos interactúan entre sí. La interacción social ha sido crítica para nuestra especie durante millones de años, a resultas de lo cual los programas sociales han quedado profundamente grabados en el circuito nervioso. Tal como lo ha expresado los psicólogos Leda Cosmides y John Tooby: "El latido del corazón es universal porque el órgano que lo genera es igual en todas partes. Ésta es también la explicación más básica de la universalidad del intercambio social." En otras palabras, el cerebro, al igual que el corazón, no precisa una cultura especial para expresar comportamiento social: el programa ya viene incorporado en el hardware.»
 
 [El fragmento pertenece a la edición en español de Editorial Anagrama, 2013, en traducción de Damià Alou. ISBN: 978-84-339-6351-2.]

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