Capítulo I
«En Beiping hay un tipo de hombres que se gana la vida tirando del rickshaw*. El tirador suele ser joven y lleno de vigor, gallardo y de piernas ágiles y siempre junto a un carrito elegante. Este tirador se pasa el día dando vueltas y si le viene en gana pone la calesita en servicio. Si no, se para en cualquier sitio para que nadie le azuce con monsergas. En la ciudad hay cocheras reservadas para el aparcamiento de rickshaws y calesas de caballos. El tirador aprovecha las cocheras para dejar los bártulos y frecuenta las casas de las familias acomodadas. Ahí encuentra clientes impacientes y acaudalados que necesitan corredores raudos y serviciales. Si la suerte le sonríe, el tirador puede ganar uno o dos yuanes al día y luego ya no hace nada más. Acaba la jornada tan pelado como la empieza, lo que parece no importarle demasiado. El tirador sueña con trabajar para familias acaudaladas o poseer su propio vehículo. Con carrito propio, echar una carrera más o menos al día, no tiene la menor importancia para el tirador. Sabe que el dinero no irá a manos ajenas porque el carrito es suyo y no debe pagar ningún alquiler a nadie.
En la antigua capital hay tiradores a quienes las cosas les iban de mal en peor. Se han hecho viejos y las piernas ya no les funcionan como antes. Ya no pueden vivir tan tranquilos, rascándose la barriga, ni dejar pasar una carrera porque tienen que mantener a la familia que los espera con el pico abierto. Esta categoría de tirador suele tirar de un carrito nuevo y de aspecto reluciente. El aspecto del carrito refleja la dignidad de quien tira de él y el tirador se aprovecha de ello cuando tiene que negociar el precio de la carrera con un cliente. Suele trabajar a tiempo completo, y si le queda todavía algo de arrojo para trabajar por la noche, el tirador la pasa en blanco y tira del rickshaw. El tirador gana más dinero de esta manera y compensa con creces el gasto producido por ser útil.
A los tiradores que tienen más de cuarenta años y menos de veinte les da miedo cuando oscurece y no se meten en esos líos de carreras nocturnas. Estos forman un grupo aparte y no se meten por nada del mundo en camisas de once varas. Al carrito lo sacan con las primeras luces del día y trabajan a destajo hasta las tres o cuatro de la tarde. Esos son los gajes del oficio. Así pueden pagar el alquiler del vehículo y ganarse su bol de arroz. El tirador está para el arrastre y es lento, por eso estos tiradores deben recorrer muchas calles al día para ganar una miseria A estos tiradores se les emplea para abastecer de fruta a los mercados de la ciudad, sobre todo fruta de gran volumen, como la sandía, el melón, el pepino o la calabaza, a las que juntan verduras para ser vendidas a viva voz. El dinero que se consigue es poco, pero es un trabajo para el que no se necesita ser rápido como una centella y uno puede ir a su aire sin que le agobien.
A los tiradores de menos de veinte años, el trabajo en la calle les ha malogrado el cuerpo antes de tiempo por tenerlo continuamente extenuado de aquí para allá. Han comenzado a trabajar en su tierna infancia, desde los once o doce años como mucho, y son pocos los que llegan a convertirse en tiradores sanos y de bella presencia una vez superados los veinte años de edad. Este tirador se pasa lo que le queda de vida tirando del carrito e incluso lo hace discretamente para que nadie se dé cuenta de sus miserias. Entre los tiradores de más de cuarenta años los hay que tienen los músculos tan gastados tras ocho o diez años arrastrando el carrito que no pueden seguir el ritmo de los otros y se resignan a verlas venir desde el pelotón. El tirador sabe que cuando menos se lo espere se derrumbará en la calle y no le levantará de su maltrecho estado ni la compasión de los otros. Su antiguo esplendor se refleja en su manera de correr y en su conocimiento de las calles. El tirador suele regatear el precio con el cliente y sus maneras todavía muestran su antigua solvencia, lo que le permite resucitar cierto orgullo apagado con el paso del tiempo con los tiradores de menor edad. Pero este esplendor pasado no puede ocultar los negros nubarrones que se vislumbran en el horizonte. Cuando el tirador se detiene para secarse el sudor que le cae a chorros por la frente, lanza suspiros que denotan desesperanza. Sin embargo, entre los tiradores de cuarenta años, los hay que parecen no haber sufrido en el pasado ninguna dificultad, pero a los que la vida les ha llevado a tener que tomar el cochecito e improvisarse como taxi para sobrevivir. Agentes de policía, profesores que han perdido su trabajo, vendedores ambulantes en quiebra, artesanos en paro, gentes que no tienen nada para vender y que entran en esta vida sin esperanza a regañadientes y con los ojos rotos de tanto llorar, que han dilapidado lo mejor de su vida. Ahora sólo les toca sudar sangre con el pan de maíz bajo el brazo como único sustento para sus días a la deriva.
Sin fuerzas, sin experiencia y sin haber entablado amistad con nadie, el tirador de rickshaw no se gana la confianza de nadie en la calle. El hombre del rickshaw arrastra su cochecillo al que se le desinflan las ruedas varias veces al día, pero continúa haciendo su carrera por la que ha sido pagado pidiendo excusas al cliente de turno y haciendo aspavientos con unos aires de autosuficiencia desproporcionados, la última artimaña del perro vencido por la vida, una de las malicias de la picaresca, que ya no consigue convencer a nadie. Se puede dar por satisfecho si obtiene quince céntimos por este tipo de carreras.
Otro tipo de tiradores de rickshaw abunda por estos lares y se distinguen de otros tiradores por sus conocimientos en el difícil arte de la zancada y por los distritos por donde se mueven. Sabe a qué ascuas debe arrimarse para ganarse la vida y por ello vive en el suburbio oeste de la ciudad, cerca de Xiyuan y Haidian. El tirador prefiere echar sus carreras hasta las Colinas del Oeste o hasta las Universidades de Yanjing y Qinghua, como no podía ser de otra manera. El tirador que vive en el norte de la ciudad de Beiping o más allá de la Puerta de Anding prefiere echar sus galopadas hasta Qinghe y Beiyuan; y el que vive en el sur, ya en la afueras de la ciudad y detrás de la puerta de Yongding, echa sus carreras hasta Nayuan. El tirador se ha especializado en carreras largas ya que las carreras de corta distancia eran arroz para hoy y hambre para mañana. A lo mucho le harían ganar unos cuatro o siete céntimos. Sin embargo, el tirador de esta especie no tiene el vigor del tirador del distrito de Dongjiaominxiang, en el sector de las delegaciones extranjeras. Ahí el tirador es un corredor de fondo que sólo se ocupa de clientes extranjeros. El tirador se jacta de poder llevarlos del distrito que alberga al personal diplomático hasta la Fuente de Jade, al Palacio de Verano o incluso a las Colinas del Oeste sin bajar los brazos. El tirador tiene una habilidad que le diferencia de otros tiradores de fortuna que podrían despojarle de su clientela habitual. Además de su garra, el tirador de Dongjiaominxiang chapurrea varias lenguas extranjeras y pica muy alto. Cuando un soldado francés o inglés le pide al tirador ir al Palacio de Verano, a las mansiones de Yongding o a uno de los ocho grandes hutongs al sur de Beiping, el tirador se hace entender sin hablarles en su lengua y el cliente acaba yendo a su lugar de destino. El tirador se distingue ahora por su manera de correr. La galopada de un toro dispuesto a llevarse por delante todo lo que le venga encima: la cabeza baja, la mirada desafiante y clavada en el camino, el ritmo del trote sostenido y determinado. El tirador de esta especie arrima el carrito al borde de la acera y deja el menor espacio entre ellos, y después se muestra confiado en exceso y petulante con el mundo que le rodea.»
*Rickshaw (o richsa -relinche-): vehículo a tracción humana.
[El texto pertenece a la edición en español de Ediciones del Viento, 2011, en traducción de Blas Piñero Martínez. ISBN: 978-84-96964-88-4.]
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