viernes, 7 de septiembre de 2018

El legado de Apeles.- Ernst H. Gombrich (1909-2001)


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Reglas clásicas y criterios racionales
Del renacimiento de las letras a la reforma de las artes: Niccolò Niccoli y Filippo Brunelleschi

«El Renacimiento es obra de los humanistas. Pero para nosotros este término no anuncia ya a los heraldos de un nuevo "descubrimiento del hombre", sino más bien a los umanisti, es decir, los sabios, que no son ni teólogos ni médicos, sino que se dedican a las "humanidades", principalmente el trivium de gramática, dialéctica y retórica. ¿Cómo fue posible, nos tenemos que preguntar, que esas preocupaciones pudiesen llevar a una revolución no sólo de los estudios clásicos, sino también del arte y por último incluso de la ciencia? ¿Qué fue lo que puso en marcha el cambio profundo que transformó Europa?
 Cualquier movimiento que conquista así a la sociedad tiene que ofrecer algo que demuestre su superioridad ante los ojos de conversos potenciales. Cuando lo que se ofrece es una invención útil, el historiador no necesita devanarse los sesos sobre la razón de su aceptación. Sabemos de sobra por qué fue aceptada la pólvora rápidamente en Europa, adonde había llegado desde Oriente, y no nos sorprende que los anteojos fueran un éxito cuando se inventaron hacia 1300 en Pisa. Sin embargo, lo que los "movimientos" ofrecen a sus nuevos partidarios es, en general, un poco menos tangible pero psicológicamente más importante. Les ofrecen una sensación de superioridad sobre los otros, una nueva clase de prestigio, una nueva arma en esa lucha importantísima por la autoafirmación que el humorista inglés Stephen Potter ha descrito tan acertadamente como el juego del "one-up-manship" (el arte de aventajar al otro por un palmo). Los primeros humanistas evidentemente podían ofrecer ambas cosas, inventos reales, o al menos descubrimientos que establecían su superioridad en algunos aspectos sobre investigadores más anticuados, pero también un nuevo énfasis en esta superioridad, un nuevo atractivo y una nueva confianza en uno mismo que lo arrollaba todo, aunque al principio se basase en fundamentos precariamente estrechos. Los humanistas, como lo expresó Ruskin en una ocasión, "descubrieron de pronto que el mundo había estado viviendo durante diez siglos de una manera agramática y decidieron en el acto que el fin de la existencia humana debía ser gramatical..."
 Naturalmente esta interpretación ha sido progresivamente impugnada en los últimos años. Muchos investigadores de este período han subrayado la importancia del "humanismo cívico" en la mentalidad de humanistas tan grandes como Coluccio Salutati y Leonardo Bruni Aretino, que sin duda se interesaban por muchas cosas además de la gramática. La cuestión es sólo si fueron estas virtudes las que aseguraron al humanismo su ascendiente y triunfo definitivo. Puede haber llegado el momento de centrar la atención una vez más en aquellos representantes del movimiento a los que se censura a veces en la actualidad por su concentración exclusiva en los estudios clásicos. De éstos, según la opinión unánime, el ejemplo más relevante y extremo es Niccolò Niccoli, 1367-1437, un comerciante florentino de familia acomodada.
 Todo investigador del período conoce el encantador retrato del Niccoli anciano, que Burckhardt citó de la biografía de Vespasiano da Bisticci: "siempre vestido con el más bonito paño rojo, que llegaba hasta el suelo... era el hombre más pulcro... en su mesa comía de los más finos platos antiguos... su copa era de cristal... verle sentado a la mesa de esa manera, como una figura del mundo antiguo, era realmente un noble espectáculo".
 Cada línea de la bella biografía de Vespasiano respira su veneración por un hombre que está orgulloso de haber conocido y al que describe como una figura central en ese gran círculo de entusiastas que experimentaron la vigorizante marea de nuevos textos y nueva información. Podemos confirmar por la correspondencia de Poggio Bracciolini, Ambrogio Traversari, Bruni, Aurispa y otros que en este aspecto Vespasiano no había exagerado. Niccolò Niccoli fue el hombre al que eran comunicados descubrimientos desde el extranjero y que transmitió información y códices. Su biblioteca, que pasó a San Marco, atestigua su laboriosidad y su devoción a la causa de los estudios clásicos.
 Muchas décadas después de su muerte, cuando Vespasiano contemplaba el pasado, el papel de Niccolò Niccoli como uno de los fundadores del movimiento humanista ya no constituía materia de discusión. "Se puede decir que fue él quien resucitó las letras griegas y latinas en Florencia... aunque Petrarca, Dante y Boccaccio habían hecho algo por rehabilitarlas, no habían logrado la altura que alcanzaron a través de Niccolò." Con toda su engañosa sencillez, esta frase resume el tema de la vida de Niccolò, su ambivalencia frente a los tres grandes astros de la literatura florentina, que habían de ser superados si se pretendía en serio la recuperación de los modelos griegos y latinos. Fue su respeto a estos modelos, nos dice Vespasiano, lo que explica el hecho de que el propio Niccolò no publicase nunca nada. Su gusto era tan exigente que nunca se sentía satisfecho consigo mismo.
 Incluso en este retrato idealizado es posible reconocer el tipo de pionero al que pertenece Niccolò Niccoli. Podemos llamarles catalizadores, hombres que provocan un cambio con su mera presencia, con la conversación y el debate, pero que serían desconocidos para la posteridad si otros no hubiesen dejado constancia de sus encuentros. Sócrates es el ejemplo más ilustre (si hacemos excepción de los líderes religiosos). Como a Sócrates, conocemos a Niccoli principalmente por el doble reflejo de la sátira hostil y la evocación piadosa. Fue escogido como blanco de diatribas procaces y como interlocutor en muchos diálogos humanistas que trataban de evocar la atmósfera de los debates en Florencia durante su período más creativo.»
 
  [El texto pertenece a la edición en español de Alianza Editorial, 1985, en traducción de Antón Dieterich. ISBN: 84-7023-206-5.]

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