Capítulo 4: Maestros sin magisterio
«Hoy, en España, no existe enseñanza media. No existe sistema educativo. Es una catástrofe mayor.
[...] No es la enseñanza un templo de la dignidad humana. No sólo. Ni un sucedáneo laico de las perdidas religiones. Ni un arma prometeica que libere de esclava condición. Todo esto tiene demasiado de retórica. Engañosa. Como toda retórica. Red de palabras que oculta lo más grave: que no hay supervivencia posible, en las sociedades modernas, sin el paso a través de un aprendizaje laboral estricto; que, de ser algo, la enseñanza es -y es sólo- el artilugio, de muy complicada relojería, que talla eso. Nadie que no haya sido individuado en tal cualificación compleja tiene opción a nada. Está muerto.
De todos los posibles modelos de enseñanza, la LOGSE socialista impuso el más reaccionario. El que condena a muerte a la infinita mayoría, la más desposeída. El aprobado automático ("promociona por imperativo legal") fue la fórmula establecida. Parece cosa de risa. No lo es. De acuerdo con aquella LOGSE, todo español venía, al nacer, con todas las disciplinas escolares aprobadas hasta los quince años. Hiciera lo que hiciera. O lo que no. Ni un profesor podía suspender a un alumno (fuera cual fuese su nivel intelectual, su edad mental o su grado de conocimiento), ni mucho menos cometer esa abominable crueldad de hacerle repetir curso. En la bárbara jerga de esa ley (ellos sabrán en qué lengua la escribieron, en español no): el alumno "promocionaba" por el solo hecho de existir.
A partir de ese desbarajuste, la enseñanza pública y gratuita, en España, tal vez haya seguido siendo pública, puede que gratuita. No, enseñanza.
Dos años de bachillerato nada pueden hacer que no sea prolongar el descerebramiento consumado por la kilométrica guardería de la ESO. A la universidad se llega en la condición mental de un parvulario. Cualquier rectificación es ya, a tal edad, imposible. Y, como cristalinamente enuncia George Steiner, "la mala enseñanza es, casi literalmente, asesina y, metafóricamente, un pecado. Disminuye al alumno, reduce a la gris inanidad el motivo que se presenta. Instila en la sensibilidad del niño o del adulto el más corrosivo de los ácidos, el aburrimiento, el gas metano del hastío. Millones de personas han matado las matemáticas, la poesía, el pensamiento lógico con una enseñanza muerta y la vengativa mediocridad, acaso subconsciente, de unos pedagogos frustrados... La antienseñanza, estadísticamente, está cerca de ser la norma".
¿Qué es lo que sale, al fin, de nuestras hiperpobladas universidades? Mano de obra con cualificación cero. Y el valor de mercado de la mano de obra con cualificación cero es exactamente cero. Al final, sólo hay paro o subempleo... Salvo, claro está, si la familia posee los medios de mandar a sus retoños a estudiar a algún país mínimamente civilizado. Quien no puede pagarse eso está muerto. Laboralmente muerto.
No existe modelo más clasista. No existe modelo más reaccionario.
"A partir de la aplicación de la LOGSE, el error no será considerado ya como un defecto, sino como la expresión auténtica del dinamismo subyacente del alumno." El que redactó esa directriz ministerial era un memo. Poco más hay que decir. Pero esa memez -como todas las institucionales- tiene efectos catastróficos.
La enseñanza pública en España ha completado su colapso, desde entonces. Ni siquiera puede decirse ya que sea mala. No existe. Los institutos son hoy zarrapastrosos garajes sin función docente. Y el grado de desesperación de sus profesores va más allá de lo serenamente descriptible. La LOGSE se revela como la tragedia mayor de los años bárbaros del felipismo. Ley que consumó la más perenne de las corrupciones: la del saber y la lengua. Cómplices de esa ley fueron los sindicatos. Y la global pasividad de la oposición de entonces. El mismo club de los penenes avispados que redactaron antes una Ley de Universidades sin otro objetivo que el de liberarse a sí mismos del tedioso trance de las oposiciones, remató, con esta de enseñanzas medias, cualquier futuro para la educación en España. Fue el teorema de Rubalcaba: un profesorado universitario semianalfabeto exige un estudiantado analfabeto del todo, para que no se note mucho su ridículo.
Todo catedrático de universidad lo sufre. Que lo reconozca o no, es ya cosa de su discreción o su pudor. Pero la salvaje realidad es ésta: del tiempo que un director de tesis doctoral invierte en sus doctorandos, un mínimo de dos tercios se va en corregir faltas de ortografía y anacolutos. Hace veinticinco años, un analfabetismo así hubiera impedido el acceso al primer curso de Facultad. Hoy, es la norma a la cual nos plegamos con la desgana de quien soporta un accidente meteorológico.
No es asunto de buena o mala voluntad por parte de un profesorado de enseñanza media, pésimamente pagado y sometido a condiciones de trabajo insoportables. La ley fue hecha para esto. Para generar burricie. Que PNV y CiU fueran tan felices con ella no es sino implacable lógica.
La enseñanza con la que se encontró el PP en el momento de su llegada al Gobierno era una inocultable catástrofe. La peor que haya sufrido España en el último medio siglo. [...] Cuando Aznar forma su primer gobierno, la situación de la enseñanza en España es terminal: desestructuración y pérdida de todo esquema disciplinario en las enseñanzas medias, nulidad de un profesorado universitario, en su mayor parte designado por pintorescos procedimientos mandarinales.
Era preciso entrar a saco en aquel caos. No se hizo. [...]
Sugiero, para hacerse una idea del punto al cual han llegado las cosas, la lectura del testimonio desolador de un joven profesor de enseñanza media. Antes de iniciar su desesperado Panfleto contra la escuela, pone Raúl Fernández Vítores las cartas boca arriba, en sincera -y bella- paráfrasis pascaliana: "A veces uno escribe para no volverse loco, y siempre bajo la terrible sospecha de si no será ya locura la misma escritura". El autor es parte de esa generación de jóvenes profesores de enseñanza media que ha visto la enseñanza pública desmoronarse en la nada. Y recomiendo la lectura de ese libro de Fernández Vítores, en paralelo con la de la novela de Jiménez Lozano Carta de Tesa, si cabe aún más desesperada. Porque nos ponen ambos ante lo que ya no tiene solución: aquello frente a lo cual sólo cabe demoler y retornar al cero. La desoladora certeza de que cualquier función académica ha desaparecido en la escuela, de que la escuela sirve sólo para controlar masas de población con las cuales nadie sabe ya qué hacer.»
[El fragmento pertenece a la edición en español de Ediciones Temas de Hoy, 2008. ISBN: 978-84-8460-686-4.]
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