viernes, 1 de junio de 2018

El viaje de Simbad.- Tim Severin (1940)


Resultado de imagen de tim severin 
X.- Palo roto

«Del mismo modo que cambió el tiempo, también lo hizo el mar que nos rodeaba. Nos hallábamos presenciando el ritmo anual del mar, la alteración profunda que se lleva a cabo cuando el monzón del Nordeste cede paso a las calmas intermedias y, a continuación, comienza a soplar el monzón del Sudoeste. Los animales del mar reaccionaron. Donde antes el mar a nuestro alrededor parecía sereno y vacío, desprovisto de vida excepto por la escolta constante del pez romero y la misteriosa banda de tiburones, ahora había vida y actividad. Aparecieron aves marinas. De pronto, peces voladores saltaban desde la cresta de las olas y pasaban rozando el agua. Nadando junto al casco, podía verse el resplandor azul, áureo y plateado del dorado. Y en forma bastante repentina comenzamos a capturar peces. Eran atunes, de unos 5,5 metros de largo, de un plateado brillante y en magnífico estado. Casi cada atardecer capturábamos diez o quince de esos atunes.
 Los omaníes se mostraban encantados. En el fondo, todos ellos eran pescadores. Hubo un gran alboroto a bordo, se procedió a inspeccionar los sedales de pescar, se afilaron los anzuelos y se prepararon nuevos cebos de cuero con tiras de tela de colores brillantes. Eid hurtó el plomo de la sonda de alta mar de repuesto y lo cortó en trozos con los que confeccionó pequeños pesos para pescar. Cada omaní tenía su propia caja de avíos de pesca oculta debajo de la regala, pero Jamees el Policía era de lejos nuestro mejor pescador. Se trataba de una habilidad congénita: se pasaba hora tras hora en la cubierta de proa, lanzando al agua su línea de mano como si nunca fuese a cansarse. E inevitablemente era Jamees quien conseguía las capturas de peces de mayor tamaño. Podía capturar peces cuando nadie había logrado pescar nada. Si alguien veía el destello de un solo dorado y advertía a Jamees, él rebotaba sobre sus pies y bajaba por la cubierta dando saltos y pasos agigantados, lanzando hacia fuera la línea de pescar y -como si nada- cogía el único pez y lo subía a bordo para gran regocijo de los hombres.
 La captura vespertina de atún se convirtió en algo curiosamente normal. Tenía lugar a la misma hora cada atardecer y el tamaño de los peces era casi siempre el mismo. La regularidad de esta captura resultaba desconcertante, pues el Sohar ahora estaba recorriendo unas 40 ó 60 millas por día aprovechando los primeros vientos favorables. No obstante, siempre teníamos un atún junto a nosotros cada tarde. Fue entonces que comenzamos a observar un fenómeno singular: el barco parecía estar avanzando rodeado por un abundante bando de peces propio, que le acompañaba en todo momento. Si el Sohar se encontraba inmóvil debido a la falta de viento durante un día, o si recibía un viento favorable y avanzaba 70 millas en veinticuatro horas, los peces mantenían su puesto junto al barco. Y se daba otra característica curiosa -el cardumen permanecía siempre delante del Sohar, nunca detrás de la nave. Las aves marinas nos permitieron darnos cuenta de ello. Por el día observamos que constantemente había una bandada de aves marinas dando vueltas y revoloteando, capturando peces delante del barco. Pero siempre efectuaban sus capturas delante del barco o en un arco que se extendía hacia atrás a una distancia a la que llegaba su pico. Incluso cuando los bancos de peces se sumergían o quizás se dispersaban de manera temporal, obligando a las golondrinas de mar a volar más alto con el objeto de escudriñar hacia abajo desde una altura mayor en espera de que el pez reapareciese, las aves mantenían su vigilancia delante del Sohar o frente a la banda del barco.
 En contraste, durante la noche ocurría algo igualmente extraño: a medida que aumentaba la oscuridad, el banco de peces se acercaba más al barco. Ése era el momento en que los omaníes comenzaban a pescar atunes, cuando los peces se alimentaban colocándose en la línea de tiro de las cañas de pescar. Entonces, durante casi una hora, capturábamos peces, suficientes para la comida de esa noche y el almuerzo del día siguiente. Al amanecer los atunes habían desaparecido, presumiblemente avanzando delante del barco. De este modo, si por la noche nos inclinábamos sobre la barandilla e iluminábamos el agua con una linterna potente, veíamos un espectáculo asombroso. El haz de luz iluminaba peces, miles y miles de peces, amontonados a ambos lados del barco, todos ellos nadando en paralelo, todos avanzando al mismo paso, ya fuese que el Sohar navegase a 2 ó 7 nudos. Era una visión sobrenatural. Los peces eran pequeños, de sólo unos 20 a 30 centímetros de largo, y no podíamos identificar las especies. Pero existían en grandes cantidades y si elevábamos el haz de luz de la linterna e iluminábamos más allá del casco, parecía como si los peces de las hileras más alejadas fuesen de mayor tamaño que los que se hallaban más cerca y de un tipo diferente. Teníamos la impresión de que el Sohar estaba avanzando en medio de una gran masa viviente de peces, con las especies de menor tamaño junto al casco y los peces depredadores de mayor tamaño alineados en franjas más alejadas.
 Se trataba de un fenómeno que nunca  había presenciado hasta entonces y que los biólogos marinos del Sohar no pudieron explicar. Posiblemente, sugirieron, el Sohar representaba un punto fijo en el océano para los peces, un punto de referencia que guardaba relación con su comportamiento como cardumen. O quizá la embarcación atraía a su propia comunidad independiente, con el diminuto pez alimentándose sobre las algas marinas y los percebes del casco del barco, los peces más grandes alimentándose de los más pequeños y así sucesivamente ascendiendo en la escala hasta el Sohar, que era el foco de una cadena de alimentación de animales. Por supuesto, no podíamos estar seguros de si se trataba de los mismos peces que se mantenían en el cardumen todo el tiempo. Posiblemente nuevos peces iban uniéndose al cardumen y otros quedaban atrás. Pero un hecho notable iba a resultar muy evidente durante los quince días siguientes: la escolta de peces del Sohar navegó con ella casi 400 millas. El hecho constituía un misterio marino que no encontraba explicación.»
 
  [El fragmento pertenece a la edición en español de Ediciones del Bronce, en traducción de Delia Mateovich. ISBN: 84-8453-016-7.]
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Realiza tu comentario: