miércoles, 13 de junio de 2018

Diario de Praga (1941-1942).- Petr Ginz (1928-1944)


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El ladrón de orquídeas

«Había una vez un jardinero que estaba muy orgulloso de su arte. Sus predilectas eran las orquídeas. Y le dedicaba especial atención a uno de los surcos de su jardín. Lo abonaba cuidadosamente con clorato de potasio, lo regaba y lo cuidaba. Tenía algunos otros surcos, con orquídeas a las que no prestaba tantas atenciones. Las dejaba en manos de los caprichos de la naturaleza, de los pájaros, y no se sorprendió cuando comprobó que aquellas otras orquídeas empezaban a languidecer; que sus flores ya no eran tan grandes, hermosas y fuertes; que se habían convertido en unas criaturas feas y desagradables que se arrastraban a ras de tierra. En cambio, las orquídeas a las que les prestaba todas las atenciones estaban cada vez más sanas, más bellas, y el jardinero no paraba de admirarlas. "Cuando las venda", se dijo, "me haré rico para siempre, porque no hay nadie en el mundo que haya tenido unas orquídeas como éstas". Y es que cada martes venía gente de la ciudad a comprar flores. El jardinero esperaba con ansia su llegada, aunque le daba bastante lástima vender aquellas hermosas orquídeas.
 El lunes por la noche el jardinero oyó de pronto unos pasos cautelosos sobre la arena del jardín. "¿Alguien habrá venido tan tarde a comprar?", se preguntó, y miró por la ventana. ¡Y con qué se encontró!
 Un chiquillo harapiento se acerca a toda prisa, con un cesto en la mano, al surco donde tenía plantadas sus mejores orquídeas. Comprueba si alguien lo vigila, se agacha y arranca rápidamente las hermosas flores. Poco después, cuando ya el chiquillo está en la caseta, llorando, sin cesto ni orquídeas, el jardinero le pregunta: "¿Por qué querías robarme esas orquídeas? ¿No te dieron pena?" El chico se niega a hablar. Bajo la luz de un farol, su rostro es tan pálido, tan triste, las mangas de su camisa parecen las hojas, el cuerpo flaco parece el tallo de aquellas otras orquídeas desatendidas. ¡Todo era como si alguien lo hubiera preparado intencionadamente para que él cayese en la cuenta!
 El jardinero lo vio todo con claridad: ¡el chiquillo era producto de un mundo echado a perder, igual que las orquídeas degradadas lo eran de la falta de cuidados del jardinero! ¿Iba a castigarlo por eso? Sería como castigar a las orquídeas descuidadas por ser feas. El chiquillo, mientras tanto, escapó. "Es verdad, todas las orquídeas son básicamente iguales, pero el medio en que crecieron ha desarrollado lo bueno de unas y lo malo de las otras. Sí, es como el carácter de las personas, una serie de potencialidades. Y la influencia del medio hace que las potencialidades se anquilosen o florezcan. Y es tarea de los jardineros de todo el mundo cuidar y regar como es debido los jardines que les han sido confiados."
 Y así permaneció sentado el jardinero, bien entrada la noche, pensando, hasta que apoyó la cabeza sobre el pecho y se durmió. Duerme, duerme jardinero, sueña con un jardín repleto de hermosas orquídeas blancas.   


Recuerdo de Praga

Cuánto tiempo hace ya
que vi por última vez
ponerse el sol sobre Petrin.
Una mirada llorosa besaba a Praga entonces,
mientras se ocultaba entre las sombras de la noche.

¿Cuánto hace ya que no oigo sonar
el placentero murmullo de las presas del Vltava?
Hace tiempo ya que el bullicio de la Plaza Wenceslao,
olvidado, se borró de mi mente.

Aquellos rincones desconocidos de Praga,
a la sombra del matadero y entre los brazos muertos del río,
¿cómo lo estarán pasando? No creo que estén tristes por mí
como yo por ellos. Hace ya casi un año.

Hace ya un año casi que estoy en este agujero
con apenas un par de calles en lugar de tus avenidas.
Como un animal salvaje encerrado en una jaula.
¡Praga, leyenda de piedra, me acuerdo de ti!»


 [El texto y el poema pertenecen a la edición en español de editorial Acantilado, en traducción de Fernando Valenzuela. ISBN: 84-96489-54-X.]

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