domingo, 10 de junio de 2018

La lección de música.- Pascal Quignard (1948)


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La última lección de música de Chang Lien

«Tres cosas habían hecho inclinarse a Pu Ya por la música. La primera había ocurrido cuando apenas caminaba. Acompañaba, con el paso vacilante de sus dos piernecitas, a una sirvienta que iba a buscar a la aldea leña para calentar y arroz, bordeando el lago. A la orilla del lago vio por primera vez los sauces de enormes troncos y de sombra redonda. Se acercó y descubrió a un joven que guardaba un búfalo y leía murmurando al borde de la orilla. La sombra de los sauces era redonda y azul. El silencio era inmenso. "El agua, la sombra redonda, el niño, el libro, el búfalo, el sauce, el ronzal que amarraba al búfalo al tronco del sauce, ¡todo eso se grabó en mi memoria sin más razón!", dijo Pu Ya.
 La segunda cosa que había hecho decidirse a Pu Ya por la música, según Pu Ya, había sucedido nueve años más tarde, a la muerte de la esposa principal de su padre. La puerta estaba cubierta por un paño blanco. "¡La Primera ha muerto!", tal fue su pensamiento. Había entrado. Había cogido un bastón de incienso y había saludado con las manos juntas cuatro veces. Estaba arrodillado y su frente tocaba el suelo de madera. Entreveía fulgores vacilantes de lámparas, sombras y pies. Luego, al mismo tiempo, había oído la gota de aceite que crepitaba en la gran luminaria y el ruido de sus lágrimas que caían en el suelo de madera.
 El tercer suceso que había hecho decidirse a Pu Ya por la música, según Pu Ya, había acaecido cerca de Nanjing. Salía de una casa de té. Todavía conservaba el recuerdo del calor del lugar, de la frescura de las hojas y de las flores, de la calidad del agua de lluvia bullendo en el hervidor. Hacía mucho calor, había salido, le sudaban el rostro y las nalgas e iba siguiendo el camino que le conducía a casa de su maestro de escritura, cuando le sorprendió la tormenta. Estaba agazapado en un matorral. La tormenta había sido de extremada violencia. Las trombas de agua eran montañas. La negrura de los cielos brillaba como los cabellos de las mujeres más bellas. El trueno era ensordecedor y provocaba deseos de huir. Los rayos rasgaban la espesura negra del cielo y dejaban entrever la naturaleza invislumbrable y pavorosa que está en la natura; fragmentos del horrendo sol que hay tras la noche. Pu Ya ocultaba su rostro en la manga.
 Luego vino el silencio, el fin brusco de la lluvia. Había vuelto a abrir los ojos. Era como una luz nueva sobre el mundo. Una luz nueva y el silencio sobre los árboles lavados, de un verde inexpresable, las perlas sobre las hojas, la belleza de un fragmento de cielo totalmente azul.
 Pu Ya se exaltaba por tercera vez. Pu Ya pretendía que sólo había un sonido que pudiese pintar esa llanura rutilante y nueva, esos colores nunca vistos. Pu Ya sugirió que ese sonido estaría muy cercano al silencio.
 -¡Es falso! -replicó Chang Lien con sequedad.
 
 
 Se miraron. Se callaron un momento. Luego, al exponer Pu Ya las razones que le habían llevado a tocar música, Chang Lien se pellizcó la nariz y dijo:
 -Todavía estáis lejos de la música. El joven lector y su búfalo no os han acercado a la música. La música no está escondida en los sauces. La música no es el silencio. El sonido de la música es un sonido que no rompe el silencio.
 Chang Lien se tocó el anular y dijo:
 -De la misma manera, la gota de aceite y las lágrimas ante la muerte de la esposa principal de vuestro padre no os han acercado a la música. La música no es la muerte y si no es la vida, está muy cercana a la vida, está en la vida, en lo que de naciente hay en la vida. Es el primer grito que es el primer sonido y en este sonido la música no es lo que sigue a la vida sino lo que la precede. ¡La música antecede a la invención de los monosílabos!
 Chang Lien mostró el dedo cordial y dijo:
 -Por último, el final de la tormenta no os acerca a la música. Vuestro oído es perezoso. La música no es el final de la tormenta, es la tormenta.
 Pu Ya no replicó nada a su maestro. Chang Lien se calló unos instantes y prosiguió:
 -Mientras hablabais, escuchaba el sonido de vuestra voz. ¿Qué expresan las palabras sino la pretensión y el vacío? ¿Qué expresa la entonación sino la intención y el fondo del corazón? Mientras exponíais las razones que os habían empujado a hacer música, el sonido de vuestra voz se ha alejado de la música. Vuestra voz se ha reafirmado poco a poco. Se ha alejado del temblor y la lágrima y la música. ¿Qué habéis hecho con vuestros instrumentos?
 Pu Ya respondió que había recogido los restos, que los había amontonado sobre un cojín de seda y les había sacrificado la parte de buey, la parte de cordero y la parte de cerdo rituales. Añadió que todos los días se recogía ante el sepulcro de sus instrumentos. El rostro de Chang Lien se había vuelto carmesí, y se irritó violentamente con su alumno:
 -¿Qué es eso de rezar ante el sepulcro de vuestros instrumentos? ¡Los instrumentos ya son sepulcros! Tomad, pedid al intendente Fu una ligatura de monedas e id a buscar de mi parte al restaurador. Pedidle una guitarra de tres cuerdas rota y mal que bien arreglada. Pedidle un laúd reventado y mal que bien remendado. Tomad los más simples instrumentos de música y ejercitaos de nuevo con ellos. Recordad el tiempo en que vuestra voz estaba rota. Recordad vuestra voz cuando se quebró por el recuerdo de vuestros instrumentos rotos. Vuestro laúd, de tiempos del nacimiento de los proverbios, es como una cáscara de nuez. Es preciso partirla para comer el fruto. Recordad que en la música el sonido no es el fruto.»
 
 [El fragmento pertenece a la edición en español de Ediciones Versal, 2005, en traducción de Ascensión Cuesta. ISBN: 84-86717-45-0.]
 

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