domingo, 3 de junio de 2018

Partir.- Tahar ben Jelloun (1944)


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20.-Moha

«Moha, el viejo Moha, Moha el loco, Moha el cuerdo salió de su escondrijo, del grueso tronco de un árbol y despeinado, con la voz grave, la mirada viva, echó a correr hacia el barrio de Casabarata, al café donde los clandestinos y los pasadores de fronteras negocian sus transacciones.
Casabarata era un barrio de chabolas, pero con el tiempo se había transformado en un mercado para los pobres. Allí había de todo, desde zapatos usados hasta televisores, cualquier cosa que uno pueda imaginar. Poco a poco, los productos chinos, las mercancías de imitación fueron desbancando a los demás artículos. Pero a Moha lo que le interesaba de Casabarata eran los hombres que bebían té mientras fumaban algunas pipas de kif.
 Cogió un periódico que había sobre la mesa del café, pidió un mechero al camarero, miró fijamente a dos hombres con aire alelado por el exceso de kif, agitó el diario y le prendió fuego.
Yo también quiero quemar, quemarme como este periódico que no cuenta la verdad, dice que todo va bien, que el gobierno hace lo que puede para dar trabajo a los jóvenes, dice que los que queman el Estrecho son unos descarriados, unos desesperados, cómo no vamos a serlo, hay motivos para quedarnos sin esperanzas, la vida pasa y nos deja en la orilla, en la orilla de vaya usted a saber qué, no os lo diré, la vida... qué vida, ¿la que nos humilla, la que nos desgarra? Ahí tenéis las cenizas de las noticias que he quemado, un montón de falsas noticias, como la de esa mujer que escribe al correo de los lectores "Corazón con corazón", pie con pie, mi pie y tu pie..., para preguntar si debe permitir que su marido le bese los labios inferiores. Hay otra que pregunta si nuestra religión autoriza a meterse en la boca el pene del marido, ¿qué significa esta locura? Dicen que esas cartas no son de mujeres sino de un tipo que anda por ahí,  sobrado de imaginación, él es el que las escribe y envía al periódico. Esta publicación de izquierdas ha hecho fortuna desde entonces. ¿Por qué tendrá la gente tanta necesidad de saber cómo se las arreglan los demás con el sexo? Bueno, no estoy aquí para daros lecciones de moral, si una esposa quiere entregarse a su marido, que lo haga y deje de pregonarlo en la prensa. Así que os queréis largar, por las buenas, partir, abandonar el país, marcharos a la tierra de los europeos, pero si ellos no os esperan, o, mejor dicho, sí os esperan, pero con perros, con perros lobos y unas esposas para maniataros y daros una patada en el culo, os creéis que allí hay trabajo, confort, belleza y bienestar, ¡pobres desgraciados! Allí hay tristeza, soledad, bruma, también dinero, pero no para los gorrones que se presentan sin haber sido invitados. Ya estáis al corriente. ¿Cuántos chavales se han ido y los han devuelto? ¿Cuántos han desaparecido sin dejar rastro? Ni siquiera sabemos si están vivos, sus familias siguen sin noticias, pero yo sé dónde están, están aquí, en la capucha de mi chilaba, amontonados unos sobre otros, escondidos como ladrones, esperan la luz para salir. Eso no es vida. Y tú, gordinflón, el del bonete calado hasta los ojos, ocultando la frente y las cejas, ¿te crees muy listo, eh? Te embolsas el dinero y los envías a la muerte, algún día los ahogados te engullirán, irán por ti a tu cama y te devorarán el hígado, el corazón y los cojones, ya verás, pregunta dónde está Sif, sí, el que se hacía llamar el sable porque lo manejaba como un revólver, lo degollaron los muertos, sí, cientos de cadáveres se plantaron ante él exigiéndole cuentas, sacó el sable y éste se derritió ante las miradas vidriosas de los muertos y, acorralándolo contra la pared, unas manos cortantes como un cuchillo de carnicero lo despedazaron. ¡Partir! Claro, yo también quiero partir y hacer un viaje en sentido contrario, voy a quemar el desierto, cruzaré el Sáhara como el viento, veloz, ligero, invisible, me deslizaré entre las dunas, sin dejar huella, ni olor, Moha pasará por ahí y nadie lo verá, pero ¿adónde vas, Moha?, voy a África, a la tierra de nuestros antepasados, al África inmensa, donde la gente aún tiene tiempo para mirar la vida aunque no sea generosa con ellos y no le importa hacer cosas gratuitas, África, maldita por el cielo, África, saqueada por unos negros con corbata, por unos blancos con corbata, por unos simios en esmoquin, por seres invisibles, pero los africanos lo saben, no esperan que nadie se lo cuente, hablo de África porque ha llegado gente de allí, llevan caminando días y noches para venir hasta Tánger, les dicen que Tánger ya es Europa, oléis Europa, veis Europa y sus luces, tocáis Europa con los dedos, huele bien, ella os espera, basta cruzar catorce kilómetros, sólo catorce y estáis allí o, mejor aún, iros a Ceuta y habréis llegado a Europa, sí, Ceuta y Melilla son ciudades europeas, basta escalar una valla de alambre, la Guardia Civil no puede controlar todo, a veces dispara a ciegas, tenéis donde elegir, amigos míos: morir en las aguas heladas del Estrecho o en el asfalto de las fronteras... África está aquí y los chavales se creyeron que Europa tenía su frontera en Tánger, en el puerto, en el Zoco Chico, aquí, en este cafetín miserable, llegan como sombras vacilantes, hombres de la incertidumbre, hombres vaciados de su sustancia, vagan por las calles, duermen en los cementerios, comen gatos, sí, eso dicen los rumores, es una infame calumnia, y los africanos están perdidos, nosotros, los árabes blancos, digamos aceitunados, de piel morena, marrón, nos sentimos superiores, estúpidamente superiores, creemos haber encontrado por fin en ellos a unos hombres que podemos despreciar, nuestro racismo necesitaba ejercerse sobre alguien, maltratábamos a los pobres, pero si los pobres son africanos de piel negra, tanto mejor, uno se cree autorizado a mirarlos con altivez, aunque ellos ni siquiera nos miran. ¡Anda, qué sorpresa! Por ahí llega el gran jefe, el superagente que deja actuar a sus anchas a los pasadores de fronteras, uno se pregunta por qué no los detiene, bueno, no es una pregunta difícil de contestar, pero me callo, no voy a decir nada, chitón, callaré la boca, si oís algunas palabras es porque salen solas, se echan a la mar, se liberan, dicen la verdad, venga, dame un vaso de agua, la niña Malika me necesita, tose, está enferma, de tanto pelar gambas en el frío de la fábrica ha cogido una pulmonía, debo conseguirle las medicinas, sus padres no tienen con qué pagarlas, haré una colecta, hay que salvarla, es una bella niña, merece vivir, reír, bailar, subir a las cimas de las montañas y hablar con las estrellas...
 ¡Partir, partir! De cualquier forma, a cualquier precio, ahogarse, flotar en el agua, con el vientre hinchado, la cara roída por el sol, con la mirada perdida... ¡Partir! Es la única solución que se os ha ocurrido. Mirad la mar: qué hermosa está con su manto brillante, sus sutiles perfumes, pero ella os traga y os devuelve en pedazos...
 Os dejo; Malika me espera.»
 
 [El fragmento pertenece a la edición en español de El Aleph Editores, en traducción de Malika Embarek López. ISBN: 84-7669-749-X.]

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