viernes, 30 de junio de 2017

"El cementerio marino".- Paul Valéry (1871-1945)


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I
«Ese techo, tranquilo de palomas, / palpita entre los pinos y las tumbas.
El Mediodía justo en él enciende / el mar, el mar, sin cesar empezando...
Recompensa después de un pensamiento: / mirar por fin la calma de los dioses.

II
¡Qué labor de relámpagos consume / tantos diamantes de invisible espuma,
y qué paz, ah, parece concebirse! / Cuando sobre el abismo un sol reposa,
trabajos puros de una eterna causa, / refulge el tiempo y soñar es saber.

III
Tesoro estable y a Minerva templo, / masa de calma y visible reserva,
agua parpadeante, Ojo que guardas / bajo un velo de llama tanto sueño,
¡oh, mi silencio! En el alma edificio, / mas cima de oro con mil tejas, Techo.

IV
¡Techo del Tiempo, que un suspiro cifra! / A esta pureza subo y me acostumbro,
de mi marina mirada ceñido. / Como mi ofrenda suprema a los dioses,
el centelleo tan sereno siembra / en la altitud soberano desdén.

V
Como en fruición la fruta se deshace / y su ausencia en delicia se convierte
mientras muere su forma en una boca, / aspiro aquí mi futura humareda
y el cielo canta al alma consumida / el cambio de la orilla en sus rumores.

VI
Mírame a mí, que cambio, bello cielo. / Después de tanto orgullo y tan extraña
ociosidad, mas llena de potencia, / a este brillante espacio me abandono:
sobre casas de muertos va mi sombra, / que me somete a su blando vaivén.

VII
A teas de solsticio el alma expuesta, / yo te sostengo, admirable justicia
de la luz: luz en armas sin piedad. / A tu lugar, y pura, te devuelvo,
mírate. Pero... Devolver las luces / una adusta mitad supone en sombra.

VIII
Para mí solo, en mí solo, en mí mismo / y junto a un corazón, del verso fuente,
entre el vacío y el suceso puro, / de mi grandeza interna espero el eco:
es la amarga cisterna que en el alma / hace sonar, futuro siempre, un hueco.

IX
¿Sabes, falso cautivo de las frondas, / golfo glotón de flojos enrejados,
sobre mis ojos, fúlgidos secretos / qué cuerpo al fin me arrastra a su pereza,
qué frente aquí le inclina a tierra ósea? / Una centella piensa en mis ausentes.

X
Cerrado, sacro -fuego sin materia- / trozo terrestre a la luz ofrecido,
me place este lugar: ah, bajo antorchas, / oros y piedras, árboles umbríos,
trémulo mármol bajo tantas sombras. / El mar fiel duerme aquí, sobre mis tumbas.

XI
¡Al idólatra aparta, perra espléndida! / Cuando, sonrisa de pastor, yo solo
apaciento, carneros misteriosos, / blanco rebaño de tranquilas tumbas,
aléjame las prudentes palomas, / los sueños vanos, los curiosos ángeles.
 
XII
El porvenir, aquí, sólo es pereza. / Nítido insecto rasca sequedades.
Quemado asciende por los aires todo: / ¿En qué severa esencia recibido?
Ebria de esencia al fin, la vida es vasta, / y la amargura es dulce, y claro el ánimo.» 

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