lunes, 1 de enero de 2018

Inteligencia emocional.- Daniel Goleman (1946)


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Parte II: La naturaleza de la inteligencia emocional
 3.-Cuando el listo es tonto
 La inteligencia emocional y el destino 

«Recuerdo a un compañero de clase que había obtenido cinco puntuaciones de 800 en el SAT (1) y otros tests de rendimiento académico que nos habían pasado antes de ingresar en el Amherst College. Pero, a pesar de sus extraordinarias facultades intelectuales, mi amigo tardó casi diez años en graduarse porque pasaba la mayor parte del tiempo tumbado, se acostaba tarde, dormía hasta el mediodía y apenas sí asistía a las clases.
 El CI (2) no basta para explicar los destinos tan diferentes de personas que cuentan con perspectivas, educación y oportunidades similares. Durante la década de los cuarenta, un período en el que -como ocurre actualmente- los estudiantes con un elevado CI se hallan adscritos a la Ivy League (3) de universidades, se llevó a cabo un seguimiento de varios años de duración sobre noventa y cinco estudiantes de Harvard que dejó meridianamente claro que quienes habían obtenido las calificaciones universitarias más elevadas no habían alcanzado un éxito laboral (en términos de salario, productividad o escalafón profesional) comparativamente superior a aquellos compañeros suyos que habían alcanzado una calificación inferior. Y también resulto evidente que tampoco habían conseguido una cota superior de felicidad en la vida ni más satisfacción en sus relaciones con los amigos, la familia o la pareja.
 En la misma época se llevó a cabo un seguimiento similar sobre cuatrocientos cincuenta adolescentes -hijos, en su mayor parte de emigrantes, dos tercios de los cuales procedían de familias que vivían de la asistencia social- que habían crecido en Somerville, Massachusetts, un barrio que por aquella época era un "suburbio ruinoso" enclavado a pocas manzanas de la Universidad de Harvard. Y, aunque un tercio de ellos no superase el coeficiente intelectual de 90, también resultó evidente que el CI tiene poco que ver con el grado de satisfacción que una persona alcanza tanto en su trabajo como en las demás facetas de su vida. Por ejemplo, el 7% de los varones que habían obtenido un CI inferior a 80 permanecieron en el paro durante más de diez años, lo mismo que ocurrió con el 7% de quienes habían logrado un CI superior a 100. A decir verdad, el estudio también parecía mostrar (como ocurre siempre) una relación general entre el CI y el nivel socioeconómico alcanzado a la edad de cuarenta y siete años, pero lo cierto es que la diferencia existente radica en las habilidades adquiridas en la infancia (como la capacidad de afrontar las frustraciones, controlar las emociones o saber llevarse bien con los demás).
 Veamos, a continuación, los resultados -todavía provisionales- de un estudio realizado sobre ochenta y un valedictorians y salutatorians (4) del curso de 1981 de los institutos de enseñanza media de Illinois. Todos ellos habían obtenido las puntuaciones medias más elevadas de su clase pero, a pesar de que siguieron teniendo éxito en la universidad y alcanzaron excelentes calificaciones, a la edad de treinta años no podía decirse que hubieran obtenido un éxito social comparativamente relevante. Diez años después de haber finalizado la enseñanza secundaria, sólo uno de cada cuatro de estos jóvenes había logrado un nivel profesional más elevado que la media de su edad, y a muchos de ellos, por cierto, les iba bastante peor.
 Karen Arnold, profesora de pedagogía de la Universidad de Boston y una de las investigadoras que llevó a cabo el seguimiento recién descrito afirma: "creo que hemos descubierto a la gente 'cumplidora', a las personas que saben lo que hay que hacer para tener éxito en el sistema, pero el hecho es que los valedictorians tienen que esforzarse tanto como los demás. Saber que una persona ha logrado graduarse con unas notas excelentes equivale a saber que es sumamente buena o bueno en las pruebas de evaluación académicas, pero no nos dice absolutamente nada en cuanto al modo en que reaccionará ante las vicisitudes que le presente la vida".
 Y éste es precisamente el problema, porque la inteligencia académica no ofrece la menor preparación para la multitud de dificultades -o de oportunidades- a la que deberemos enfrentarnos a lo largo de nuestra vida. No obstante, aunque un elevado CI no constituya la menor garantía de prosperidad, prestigio ni felicidad, nuestras escuelas y nuestra cultura, en general, siguen insistiendo en el desarrollo de las habilidades académicas en detrimento de la inteligencia emocional, de ese conjunto de rasgos -que algunos llaman carácter- que tan decisivo resulta para nuestro destino personal. Al igual que ocurre con la lectura o con las matemáticas, por ejemplo, la vida emocional constituye un ámbito -que incluye un determinado conjunto de habilidades- que puede dominarse con mayor o menor pericia. Y el grado de dominio que alcance una persona sobre estas habilidades resulta decisivo para determinar el motivo por el cual ciertos individuos prosperan en la vida mientras que otros, con un nivel intelectual similar, acaban en un callejón sin salida. La competencia emocional constituye, en suma, una meta-habilidad que determina el grado de destreza que alcanzaremos en el dominio de todas nuestras otras facultades (entre las cuales se incluye el intelecto puro).
 Existen, por supuesto, multitud de caminos que conducen al éxito en la vida, y muchos dominios en los que las aptitudes emocionales son extraordinariamente importantes.»
 
 (1) Test de Aptitud Académica (abreviatura de Scholastic Aptitude Test).
 (2) Coeficiente intelectual.
 (3) La Ivy League constituye un grupo selecto de ocho universidades privadas de Nueva Inglaterra famosas por su prestigio académico y social.
 (4) Los valedictorians son los alumnos que pronuncian los discursos de despedida en la ceremonia de entrega de diplomas, mientras que los salutatorians son aquéllos que pronuncian los discursos de salutación en las ceremonias de apertura del curso universitario. 

 [El extracto pertenece a la edición en español de Ediciones Kairós, en traducción de David González Raga y Fernando Mora. ISBN: 978-84-7245-371-5.] 

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