martes, 6 de junio de 2017

"Literatura románica de la Edad Media".- Alberto Vàrvaro (1934-2014)


Resultado de imagen de alberto vàrvaro 
12.-El intelectual en la sociedad medieval
 
«Por lo tanto la cultura latina de la Edad Media es intrínsecamente una cultura de élite, pero de una élite que no conoce fronteras. En el seno de esta cultura se transmite un patrimonio secular en el que confluyen, sin dificultades para propagarse luego velozmente, las adquisiciones más recientes y también, tras las debidas filtraciones, algunos incentivos que proceden aquí y allá de ambientes extraños. Sucedía, en efecto, que las personas de cultura estaban diseminadas, por un lado, por todas las clases sociales, desde la corte real a la parroquia rural más apartada (donde a menudo se trata de personas sólo nominalmente cultas, pero esto sucedía también en niveles sociales más altos) y se hallaban continuamente en contacto con los illitterati, tanto personajes de alto rango como aldeanos rústicos; y, por el otro, la extracción social de los clerici mismos era de lo más variado. Se podía acceder a una escuela monástica en calidad de oblatus, ofrecido al monasterio por una familia extremadamente pobre, pero también podía estudiar en una escuela capitular el hijo de un mercader rico o el cadete de una familia noble; en cualquier caso, con independencia del origen social, el clericus llegaba a ser tal por el aprendizaje escolar y no por sus orígenes sociales. El curriculum escolar, sin embargo, no llegaba a borrar completamente el patrimonio de tradiciones locales o familiares de todas las clases que el joven, con plena conciencia o sin ella, había asimilado anteriormente a su carrera y que iban a confluir fatalmente en el conjunto de tradiciones semicultas propio de las comunidades en que vivía, especialmente si eran monásticas. Por este camino podían llegar vestigios de ellas incluso a las obras escritas. Gualterio Map copió tradiciones narrativas populares de su país de Gales originario; el monje de la Novalesa, las anécdotas históricas y legendarias que se contaban en su convento; Ekkehard de San Gal versificó en latín una leyenda épica germánica, la de Walter de Aquitania. La escuela no se oponía en principio a la recuperación de estos elementos, sino que se cuidaba de revestirlos de las formas tradicionales y sobre todo de filtrarlos de forma escrupulosa, porque precisamente lo que conseguía superar estos filtros adquiría el sello de la tradición escolar, podía alcanzar una difusión amplia y en ocasiones extraordinaria; considérese por ejemplo el caso de las leyendas bretonas sobre el rey Arturo divulgadas por toda Europa a través de una obra latina, la Historia regum Britanniae de Godofredo de Monmouth (1136-1139). Así pues se establecía un fecundo proceso de ósmosis entre el mundo de los incultos y la sociedad de los clerici. Pero, ¿qué podían dar los illitterati?, ¿qué podían pedir? Estamos ante un problema crucial para la literatura románica medieval, pues al estar dirigida a un público formado básicamente de illitterati desbarataba las tradiciones, los cuadros, los esquemas de la literatura mediolatina.
 
13.-La cultura de los incultos
 
 Ante todo, es un error creer que un illitteratus era necesariamente una persona inculta. Cabe por lo tanto formular unas distinciones.
 Por de pronto, en muchos casos, el illitteratus era efectivamente incapaz de leer en latín y, claro está, también de escribirlo, pero podía llegar a comprender un poco de esta lengua si se trataba de un texto fácil. Y había escritores que deseaban llegar a este público, como el historiador escocés David, quien se servía "stilo tam facili, qui pene nichil a communi loquela differat" ("de un estilo tan fácil que se distingue apenas del habla común"). En los palacios de los nobles se llevaba a cabo, por otra parte, cuando se presentaba la necesidad, una amplia actividad de traducción oral espontánea que permitía acceder a algunos aspectos de la cultura latina, no sólo a los nobles, sino a todos los que se movían a su alrededor independientemente de su procedencia social.
 Aunque se trata de un caso atípico, recordaremos aquí a Balduino II de Guines (finales del siglo XII) que "licet omnino laicus esset et illetteratus", es decir, perfectamente analfabeto, había reunido una rica biblioteca y satisfacía su vivo interés por la cultura haciéndose leer textos de todas clases, del Cantar de los Cantares a los Evangelios, de vidas de santos a tratados de física y de historia natural. Gracias a su extraordinaria memoria Balduino consiguió acumular tal acervo cultural que era capaz de mantener disputas "quasi litteratus" ("casi como un hombre de letras").
 A través de este ejemplo y de otros análogos se apunta la posibilidad de que se utilizara por parte de los legos la cultura latina de la que eran depositarios los litterati, pero no es éste el fenómeno que atrae primordialmente nuestra atención, sino la valoración del patrimonio cultural propio de quienes no tenían acceso a la cultura latina. No caigamos en el error de llamar cultura solamente al aspecto literario de ésta; en sentido sociológico es también cultura "el conjunto de las estructuras de organización social, de los modos de vida, de las actividades espirituales, de los conocimientos, de las concepciones, de los valores que se hallan bajo formas variadas y a distintos niveles en todas las sociedades y en todos los períodos históricos", un conjunto vertebrado en el que una parte, por lo menos, de los valores son como los preliminares de la elaboración propiamente literaria o llegan incluso a transmitirse en formas, aunque primarias, ya objetivamente literarias. Pensemos en las tradiciones familiares de la nobleza unidas al recuerdo de las hazañas de los antepasados, pensemos en el derecho consuetudinario, de transmisión oral, piedra angular de la sociedad medieval, pensemos en el conjunto de experiencias y saberes que formaban al caballero tras un largo aprendizaje.
 No cabe duda de que durante la Edad Media existió un esquema de educación caballeresca totalmente ajeno a la tradición latina y a la escritura. Tal educación se basaba, claro está, en el entrenamiento físico y en principios éticos básicos, pero tenía tendencia a proyectarse espontáneamente en imágenes ejemplares que, a partir de una base histórica real, con facilidad podían pasar al campo más rico y satisfactorio de la leyenda formando paradigmas de comportamiento. [...]
 Tenemos que contar también con la tradición religiosa que, por otra parte, se hallaba menos vinculada a una sola clase social. Las enseñanzas más eficaces y penetrantes de la tradición religiosa se difundían a través de las vidas de santos y de las historias de pecadores. Los valores religiosos se encarnaban en narraciones que instaban y amonestaban, enseñaban, disuadían y daban consuelo.
 Existe, además, todo un sector de la cultura cuya raíz última es más psicológica que sociológica y hasta puramente evasiva. Siempre el hombre ha confiado a las formas del cuento folklórico las intuiciones más elementales de su propio vivir y ha resuelto sus deseos de distracción con la narración y con el canto.»
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Realiza tu comentario: