Capítulo XVI: Las máquinas y el hombre*.
«Hace unos quinientos años el estudio de la naturaleza dejó de ser únicamente un siervo de la filosofía para convertirse en pauta de las artes aplicadas y en fuente de invenciones prácticas. Desde entonces, el desarrollo económico del mundo occidental ha ido siempre en aumento; olas de cambio tecnológico, empujadas por la marea de los descubrimientos científicos, se han sucedido con ritmo acelerado. El tiempo que transcurre entre un descubrimiento en el orden teórico y su aplicación práctica se ha ido acortando progresivamente. Tuvieron que transcurrir casi cien años para que la máquina de vapor se estableciera como pieza fundamental de la escena industrial. Menos de cincuenta años bastaron para que se utilizara la energía eléctrica y sólo treinta para la aplicación del motor de combustión interna. Los fluorescentes estaban en casi todas las casas americanas quince años después de su invención y la numerosa prole de plásticos sintéticos del doctor Baekeland llegaron a la madurez antes de que aprendiéramos a pronunciar "poliisobutileno". A principios del siglo XX se decía "la ciencia aplicada es la ciencia pura veinte años después"; actualmente, el intervalo es mucho más corto, a menudo cinco años y, a veces, sólo uno o dos.
Desde el punto de vista de la ingeniería la era del control automático ya ha empezado. Algunas de las "fábricas del futuro" completamente automáticas ya están diseñadas; se pueden describir y estudiar. La ingeniería, sin embargo, no es más que el primer paso; lo que la tecnología automática significará para nuestro sistema económico y para nuestra sociedad aún es decididamente cosa del futuro. Sólo podemos predecir su impacto probable a través de vagas analogías con lo que ocurrió en el pasado y de deducciones teóricas a partir de la limitada información disponible sobre las nuevas técnicas. Evidentemente, no ayuda lo más mínimo el hecho de que algunos de los datos y estadísticas más importantes están aún veladas por el secreto.
Las nuevas invenciones importantes se consideran como un presagio del nacimiento de una nueva era; también marcan el ocaso de la vieja. Para algunos observadores contienen promesas; para otros son fuentes de temor. James Hargreaves construyó la primera máquina de lanzadera múltiple en 1767 y, un año después, una turba de hiladores invadió su taller y destruyó el nuevo equipo. Los economistas de aquel tiempo (la edad de oro de la "economía clásica" estaba a punto de empezar) salieron en defensa de las máquinas. Explicaron a los trabajadores que la pérdida de empleos en los talleres textiles se vería compensada por un aumento de la demanda de trabajo en la construcción de máquinas. Y, de hecho, durante los cien años siguientes Inglaterra prosperó. Su fuerza de trabajo se expandió tanto en la rama textil como en la de maquinaria textil y la tasa de salarios se triplicó en el transcurso de aquel siglo.
Pero la controversia "hombre versus máquina" siguió presente. Carlos Marx hizo del "desempleo tecnológico" la piedra angular de su teoría de la explotación capitalista. El concienzudo John Stuart Mill llegó a la conclusión de que, a pesar de que la introducción de maquinaría podía beneficiar -y en muchos casos lo haría- al trabajador, esto no siempre ocurría necesariamente. La respuesta dependía de las circunstancias de cada caso. Y aun en nuestros días éste es el único punto de vista razonable que se puede mantener.
No estamos ni mucho menos en posición de enumerar detalladamente los efectos que tendrá la tecnología automática sobre el empleo, la producción y el nivel de vida nacional. Aparte de la pobreza de nuestra información sobre este nuevo desarrollo, nuestra comprensión de las propiedades estructurales de nuestro sistema económico es aún incompleta. Por ello debemos basarnos en conjeturas razonables.
La economía de una nación industrial moderna -al igual que los mecanismos de retroacción- debe visualizarse como un complicado sistema de procesos interrelacionados. Cada industria, cada tipo de actividad consume los productos y servicios de otros sectores de la economía y, al mismo tiempo, les suministra sus propios productos y servicios. Al igual que las propiedades de funcionamiento de un servomecanismo quedan determinadas por las características técnicas de las unidades de medición, comunicación y control de las que está compuesto, las propiedades de funcionamiento de una economía dependen de las características estructurales de sus partes componentes y de la forma en que están acopladas. No es pura coincidencia el hecho de que en las fases más avanzadas de su trabajo un economista recurra a sistemas de ecuaciones diferenciales parecidas a las que utilizan los diseñadores de máquinas automáticas autorreguladas.[...]
En el transporte y la agricultura, las máquinas han eliminado prácticamente la necesidad de energía muscular humana. El hombre ya no es el que levanta y mueve sino que es, primordialmente, el que arranca y frena, el que conduce, el que monta y el que repara. Con la introducción de maquinaría autocontrolada su participación en el proceso de producción será aún más limitada. El que arranca y para desaparecerá en primer lugar, le seguirá el que conduce y el que coordina. El que detecta y repara las averías mantendrá su trabajo aún por mucho tiempo; la necesidad de su presencia irá en aumento ya que el delicado y complicado equipo de control automático requerirá el cuidado constante de un experto. Continuaremos necesitando inventores y diseñadores, pero quizá tampoco gran número de ellos: el ingeniero en jefe de una gran empresa de equipo electrónico me expresó recientemente su esperanza, aparentemente bien fundada, de que en poco tiempo estarían diseñados los circuitos por una máquina electrónica que eliminaría los errores humanos.
Todo esto cambiará inevitablemente el carácter de nuestra fuerza de trabajo. La proporción de trabajo no especializado ha disminuido mucho en las últimas décadas; se encuentra a un nivel inferior al 20 por ciento. Mientras tanto la cantidad de trabajos semiespecializados ha aumentado, constituyendo actualmente el 22 por ciento de la fuerza de trabajo. De todas formas, esta tendencia ha disminuido durante la última década. Probablemente, observaremos un crecimiento acelerado de la proporción de trabajadores especializados, oficiales y personal profesional, que ya constituyen el 42% de nuestra población trabajadora.»
*Publicado en septiembre de 1952.
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