viernes, 9 de junio de 2017

"Operación Dulce".- Ian McEwan (1948)


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«-Seré muy franca con usted -dije-. A veces creo que Internacional Libertad no tiene suficientes proyectos en los que emplear su dinero.
 -Qué halagador, entonces -dijo Haley. Quizá me vio ruborizarme, porque añadió-: No pretendía ser grosero...
 -No me ha entendido bien, señor Haley...
 -Tom.
 -Tom, perdone. Me he expresado mal. Lo que quiero decir es lo siguiente: hay muchísimos artistas encarcelados u oprimidos por gobiernos deplorables. Hacemos todo lo posible por ayudar a esas personas y difundir sus obras. Pero, por supuesto, sufrir la censura no significa necesariamente que ese escritor o escultor sea bueno. Por ejemplo, hemos llegado a apoyar a un pésimo dramaturgo polaco por el simple hecho de que sus obras están prohibidas. Y seguiremos apoyándole. Y hemos comprado un montón de basura producida por un pintor húngaro, un impresionista abstracto que se encuentra en la cárcel. De modo que el comité directivo ha decidido agregar otra dimensión a su cartera. Queremos estimular la excelencia allí donde la hallemos, oprimida o no. No estamos especialmente interesados en jóvenes que comienzan su carrera...
 -¿Y qué edad tiene usted, Serena? -Tom Haley se inclinó hacia delante solícitamente, como si preguntara por una enfermedad grave.
 Se lo dije. Me estaba dando a entender que no se dejaba patrocinar y era verdad que en mi nerviosismo yo había adoptado un tono distante, oficial. Tenía que relajarme, ser menos grandilocuente, tenía que llamarle Tom. Comprendí que no era muy dotada para aquellas cosas. Me preguntó si había estado en la universidad. Le dije que sí y en cuál.
 -¿Qué estudió usted?
 Vacilé, me trabuqué con las palabras. No esperaba que me lo preguntase, y de repente las matemáticas sonaban sospechosas y sin saber lo que estaba haciendo dije:
 -Inglés.
 Sonrió con simpatía, al parecer complacido por haber encontrado un terreno común.
 -Sacaría matrícula de honor, ¿no?
 -Sobresaliente, en realidad.
 No sabía lo que decía. Un notable hubiera parecido vergonzoso, una matrícula me habría situado en un terreno peligroso. Había dicho dos mentiras innecesarias. Era de mala educación. Que yo supiese, una llamada telefónica a Newnham habría revelado que ninguna Serena Frome había estudiado allí inglés. Yo no esperaba que me interrogase. El trabajo preliminar era muy básico y yo no lo había hecho. ¿Por qué a Max no se la había ocurrido ayudarme a encontrar una trayectoria personal verosímil y sin fisuras? Estaba aturullada y sudorosa, imaginé que me levantaba de un brinco sin decir una palabra, agarraba mi bolso y salía pitando de la habitación.
 Tom me miraba de aquel modo suyo, a la vez afable e irónico.
 -Me figuro que se esperaba una matrícula. Pero oiga, un sobresaliente no está nada mal.
 -Fue una decepción -dije, recuperándome un poco-. Había, bueno, una general...
 -¿Expectación?
 Nuestras miradas se cruzaron durante más de dos o tres segundos y luego aparté la mía. Después de haberle leído, conociendo tan bien un rincón de su pensamiento, me costaba mirarle mucho tiempo a los ojos. Concentré la mirada debajo de su barbilla y advertí una bonita cadena de plata que le colgaba del cuello.
 -Bueno, estaba hablando de escritores que empiezan su carrera.
 Estaba interpretando adrede el papel de profesor amistoso que anima a una candidata nerviosa durante la entrevista de admisión. Yo sabía que tenía que recuperar la posición dominante.
 -Mire, señor Haley... -dije.
 -Tom.
 -No quiero robarle su tiempo. Nos asesoran personas muy buenas, muy expertas. Han reflexionado mucho sobre esto. Les gusta su periodismo y les encantan sus relatos. Le encantan, de verdad. Confían en...
 -Y usted, ¿los ha leído?
 -Por supuesto.
 -¿Y qué le parecen?
 -En realidad, yo sólo soy la emisaria. No es importante lo que yo opine.
 -Es importante para mí. ¿Qué impresión le causaron?
 Pareció que la habitación se oscurecía. [...]
 -Todos son estupendos -dije-. Pero el de los dos gemelos, "Esto es amor", es el más ambicioso. Pensé que tenía las proporciones de una novela. Una novela sobre la fe y la emoción. Y Jean es un personaje maravilloso, tan insegura, destructiva y seductora. Es una obra espléndida. ¿Alguna vez ha pensado en completarla un poco para que tenga la extensión de una novela?
 Me miró con curiosidad.
 -No, no he pensado en completarla.»
 

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