"No es necesario haber estado alguna vez en un manicomio para saber que allí hacen a los locos, de la misma manera que en los correccionales hacen a los bandidos. ¿Hay nada más odioso que estos organismos dichos de protección social que, por un pecadillo, una primera falta exterior contra el decoro o el sentido común, precipitan a una persona cualquiera entre gente cuyo trato sólo puede serle nefasto y sobre todo la privan sistemáticamente de relacionarse con todos aquellos cuyo sentido moral o práctico está más asentado que el suyo? Los periódicos nos informan de que en el último congreso internacional de psiquiatría, desde la primera sesión todos los delegados presentes se han puesto de acuerdo para combatir la persistente idea popular de que aun hoy en día resulta tan difícil salir de un manicomio como en otros tiempos salir de los conventos; que están retenidas allí toda la vida personas que nada tuvieron, o no tienen ya, que hacer en tal lugar; que la seguridad pública no está generalmente tan en juego como se da a entender. Y cada alienista clama tener en su activo uno o dos casos de excarcelación, grita que puede proporcionar ejemplos de grandes catástrofes ocasionadas por el regreso prematuro o mal entendido a la libertad de ciertos enfermos graves. Como su responsabilidad está más o menos implicada en semejante aventura, dejan entender que en la duda prefieren abstenerse. Bajo este aspecto, sin embargo, creo que el problema está mal planteado. La atmósfera de los manicomios es de tal suerte que no puede menos de ejercer la más debilitante y perniciosa influencia en aquellas personas que se alojan en ellos, y esto en el sentido mismo en que su debilidad inicial las ha conducido allí. Y todo ello, complicado aún por el hecho de que toda reclamación, toda protesta, todo movimiento de intolerancia sólo tiende a haceros acusar de insociabilidad (ya que, por paradójico que sea, incluso en ese dominio se os pide que seáis social), únicamente sirve para la formación de un nuevo síntoma contra vosotros, síntoma susceptible no solamente de impedir vuestra curación si, por otra parte, ésta tuviera que alcanzarse, sino aun de no permitir que vuestro estado siga estacionario y no se agrave con rapidez. De ahí estas evoluciones tan trágicamente aceleradas que pueden verse en los manicomios y que, muy a menudo, no deben corresponder únicamente a una sola enfermedad. Hay motivos para denunciar, en materia de enfermedades mentales, el proceso de este paso casi fatal de la crisis aguda al cronicismo. Considerando la infancia extraordinaria y tardía de la psiquiatría, no se puede hablar de ninguna manera de curaciones realizadas en tales condiciones. Por otra parte, creo que los más concienzudos alienistas ni siquiera se preocupan de esto. Sí, ya no hay, en el sentido corriente, internamiento arbitrario puesto que un acto anormal que se presta a comprobación objetiva y toma un carácter delictuoso desde que es cometido en la vía pública, radica en el origen de estas detenciones mil veces más espantosas que las otras. Pero yo creo que todos los intercambios son arbitrarios. Sigo sin comprender por qué se ha de privar de la libertad a un ser humano. Encerraron a Sade, encerraron a Nietzsche, encerraron a Baudelaire. El procedimiento que consiste en venir a sorprenderos de noche y poneros la camisa de fuerza o dominaros de cualquier otra forma, vale tanto como el de la policía que consiste en deslizaros un revólver en el bolsillo. Sé que si estuviera loco y llevara internado algunos días, aprovecharía la primera remisión de mi delirio para asesinar fríamente al primero que se pusiera a mi alcance, con preferencia el médico. Por lo menos ganaría, como los locos furiosos, que me pusieran en una celda individual. Tal vez me dejarían en paz".
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