"Hay casos en que no hay traslación posible ni el menor fundamento para afirmar "Yo en su caso habría hecho lo mismo" porque ese "lo" que conciencia, vísceras, educación, sensibilidad y repulsión se niegan a admitir abre un abismo insondable donde se pierde el yo del otro, al que en vano tratará de perseguir, y ante cuya orilla se detendrá horrorizado porque un paso más supone su propia caída. Sin ese peligro no existe comprensión propia de ese nombre, tan sólo poco más que un ejercicio preparatorio para los aprendices y aficionados a la psicología o la biografía, o los intérpretes de sueños; sin una pérdida de algo propio no es verdadero el acercamiento al otro y una comprensión verbalmente magnánima suele ocultar con frecuencia un secreto a priori que pondrá a buen recaudo y con avaricia sus sentimientos, en la íntima resolución a no abandonar ninguna de las convicciones axiales. Cuanto más hermético y penetrante es el individuo, con mayor pasividad actúa hasta exigir del prójimo que fundamente sus relaciones con él antes en su propia adivinación que en unos actos explícitos que tenderá a ahorrar; cuanto más calla, más confianza demanda y cuando se le piden cuentas acostumbra a responder con una mirada extraviada y suspensa, al advertir perplejo que se adopta hacia él una óptica distinta de la suya. No se trata solamente de una diferencia entre objetos y punto de vista sino también de luz y procedimiento: en tanto el otro se observa como quien empujado por la curiosidad reconoce y examina a pleno día una habitación ajena, deduciendo un carácter peculiar en todos los objetos de uso corriente y sólo deteniendo su atención en algo con lo que no está familiarizado, en contraste sólo se estudia uno mismo por un insólito accidente, con esa precautoria y medrosa actitud de quien en su propio cuarto de repente se encuentra totalmente a oscuras, sin conocer su posición exacta que tendrá que averiguar tanteando a ciegas un mobiliario que sirviéndole de asiento utiliza como guía en la ceguera, en el que han transcurrido vagamente la mayoría de sus horas. Cuántas maniobras de pasillo se necesitan para introducir en el propio espíritu un concepto nuevo, que acomode mejor nuestros gustos al orden siempre cambiante, que vuelva a vincular el yo a un mundo que en todo momento tiende a huir; ilusorias imágenes destinadas tan sólo a extinguirse, equivocadas ramificaciones de la adolescente naturaleza humana buscando a ciegas su forma estable y definitiva, distinta de la anterior; nuevas especies engendradas tan sólo como tímidos ensayos dentro de una evolución que, pese a todas sus potencias y posibilidades, alberga tanto vicio oculto que su supervivencia resulta imposible; cuánta espera para dar salida a un sentimiento y qué de veces un transeúnte se lleva, con su paso fugaz entre dos esquinas, todo el espíritu del futuro, acumulado penosamente y disipado en un quiebro, reconstruido a la manera vegetal a lo largo de infinitas duermevelas".
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