"El whisky, fuerte y aromático, le abrasó la garganta. Esto le vuelve a uno la vida, vaya que sí. Se acercó al mostrador y se comió un bocadillo de jamón y una aceituna.
-Otro whisky, Charley. Esto le vuelve a uno la vida. Lo que me pasa a mí es que he estado mucho tiempo sin beber. Tú no lo creerás al verme así ahora, ¿verdad, amigo?, pero antes me llamaban el Brujo de Wall Street, lo cual no es más que otro ejemplo del singular predominio de la suerte en los negocios humanos... Sí, señor, con mucho gusto. ¡Viva la salud y al diablo lo demás! ¡Ajajá, esto le da a uno la vida!... Pues bien, señores, apuesto que no hay uno entre ustedes que un día u otro no se haya metido en alguna especulación, ¿y cuántos de ustedes no han salido desilusionados? Otro ejemplo del singular predominio de la suerte en los negocios. Pero no yo, señores, que durante diez años he jugado a bolsa, durante diez años día y noche, sin perder de vista un negocio, y en diez años no me he puesto las botas más que tres veces sin contar la última. Señores, voy a decirles un secreto. Un secreto importantísimo... Charley, otra ronda para estos buenos amigos míos. Yo pago. Y echa un trago tú también... ¡Diablo, cómo hace cosquillas!... Señores, otro ejemplo del singular predominio de la suerte en los negocios humanos. Señores, el secreto de mi suerte... Es auténtico, se lo garantizo: pueden ustedes mismos comprobarlo en los periódicos, revistas, discursos, conferencias que publicaron entonces. Un hombre, y entre paréntesis un pillastre, escribió una novela policíaca acerca de mí, titulada El secreto del éxito, que pueden ustedes leer en la biblioteca pública de Nueva York, si les interesa el asunto... El secreto de mi éxito era... Y en cuanto ustedes lo sepan van de seguro a reírse para sus adentros, diciendo que Joe Harland está borracho, que Joe Harland es un pobre idiota... Sí que se reirán... Durante diez años, como les iba diciendo, operé con reservas. Compraba sin ton ni son, amontonaba acciones cuyo nombre no había oído nunca, y siempre me salía bien. Amasaba dinero. Tenía cuatro Bancos en la palma de la mano. Empecé a interesarme en azúcar y gutapercha, adelantándome a mi siglo... Pero ya están ustedes muertos por saber mi secreto, que creen podrá servirles... De ningún modo... Era una corbata de seda azul que mi madre me hizo cuando chico... No se rían, vamos... No, no estoy tratando de armarla. Es simplemente otro ejemplo del singular predominio de la suerte en los negocios humanos. El día que me aventuré con otro tipo a meter mil dólares en títulos de Louisville y Nashville, llevaba aquella corbata. Subieron veinticinco enteros en veinticinco minutos. Aquello fue el principio. Luego, poco a poco noté que cada vez que no llevaba la corbata perdía. Estaba ya tan vieja y tan rota que traté de llevarla en el bolsillo. No servía. Tenía que llevarla puesta, ¿comprenden?... Lo demás es la eterna historia, señores... Había una mujer, ¡que el diablo se la lleve!, y yo la quería. Quise probarle que no había nada en el mundo que no hiciese por ella, y se la di. Traté de echarlo a broma y me reí, ja, ja, ja. Ella dijo: "Si no sirve para nada, está toda rota", y la tiró al fuego... Un ejemplo más... Amigo, usted no querría invitarme a otro vasito, ¿verdad? Me encuentro inesperadamente sin fondos esta tarde... Muchas gracias, señor... ¡Ah, cómo pica el condenado!"
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