"El tiempo, no el cósmico, sino el humano, es lo más resistente e implacable de la humana condición. Pero en él existe una apertura que atrae la esperanza, algo así como el canal propio de la esperanza: es el porvenir. Y aun dicho con mayor precisión, el futuro.
Porque el porvenir es el mañana previsible, lo que se prevé presente y es presente ya cierto modo; participa de la seguridad que la conciencia establece en todo lo que hace entrar en ella. Mientras que el futuro es lo desconocido como tal, el reino de la ilimitada esperanza y toca, siendo una dimensión del tiempo, lo intemporal. Si la expresión fuera válida se le podría llamar lo supratemporal, porque siendo tiempo se escapa del carácter relativo de la temporalidad; se presenta con un carácter absoluto.
Son las propias esperanzas humanas, incluidas la esperanza suprema y casi siempre oculta de que nuestra vida, sin dejar de ser vida y nuestra, tenga los caracteres que le faltan y que le son contradictorios: identidad, realización total y completa, realidad total.
Mas el futuro tiene por sí mismo la condición de no llegar nunca; lo que se hace real es el porvenir, dejando de ser porvenir y convirtiéndose en presente. El porvenir no trasciende la caverna temporal; el futuro proporciona, por lo menos, una ilusión de trascenderla.
Porque la forma espontánea en que la vida humana se produce es siempre la caverna. Cada época tiene la suya como tiene su infierno propio. En cada época el hombre siente su confinamiento en diversa manera; la resistencia que encuentra ante la realidad es su caverna.
Platón, en la Alegoría de la caverna que define la situación del hombre antiguo, encuentra la solución en salir fuera. Salir fuera desligándose de la condición terrestre, "dentro" irremisiblemente condenado; tenía que abandonar su propio recinto para ir al espacio abierto donde se mueven -viven- las ideas.
El conocimiento era el único camino de "salvación". Y conocer es identificar el pensar propio con el ser -idea o esencia-; es un proceso que al cumplirse nos transporta a la pura objetividad, nos convierte en la objetividad. Y lo que de nosotros no puede ser convertido -el dentro en que gemimos- queda abandonado. Lo primero, el tiempo. Conocer es salir de la caverna temporal.
El cristianismo ofreció desde el primer momento la conversión de la caverna temporal. El hombre interior de San Pablo que por obra de Cristo nace desde lo más hondo de la interioridad y al nacer transforma todo el tiempo en eternidad: y aun la carne tiene su promesa de resurrección. El cristiano no ha de abandonar propiamente nada, pues al nacer en Cristo, al nacer por Cristo, arrastra y transforma su entera condición. Ser cristiano es entrar en sí mismo, entrar en Cristo que yace en cada uno de los hombres. Despertar en Él, nacer en Él.
San Agustín ofreció la fórmula en términos filosóficos: "No busques fuera; vuelve a ti mismo, en el interior del hombre habita la verdad". La caverna temporal -en términos de filosofía moderna, la subjetividad- quedaba trascendida enteramente por la revelación de Dios en ella.
En la situación actual, el hombre, nacido en la atmósfera y en la tradición del cristianismo, no sale fuera en busca de la verdad; queda en sí mismo. Mas en la ausencia de Dios, vuelve a vivir en la caverna temporal. El futuro es su Dios desconocido".
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