Montaigne y la función del escepticismo
«El fascismo no se opone a la sociedad burguesa sino que, en determinadas condiciones históricas, es su forma consecuente. En virtud de las leyes inherentes a su propio sistema, el capital, en su actual fase, es incapaz de ofrecer a ciertos sectores de la población que aumentan de día en día una ocupación con que poder satisfacer sus necesidades vitales. En esta fase, el capital se caracteriza por las camarillas oligárquicas dispuestas a hacer un nuevo reparto del mundo con el fin de explotarlo con medios modernos. El desarrollo europeo va en esa dirección. En este período, las categorías mediadoras abandonan su apariencia humanitaria. El dinero, equivalente universal que en un momento pareció que ejercía una función fundamentalmente niveladora entre los hombres, pierde ahora su efímero carácter autónomo. Siempre ejerció un papel de mediador en las relaciones sociales al tiempo que constituyó una expresión de las mismas y esto se manifiesta hoy día con toda claridad. Un grupo nacional que posea un buen aparato de producción y de represión y que, en consecuencia, avance cada vez más hacia una organización militar y social rígida, se independizará cada vez más del dinero o, en definitiva, le obligará más bien a ponerse a su servicio donde quiera que lo encuentre. En el interior, el capital y su Estado tomarán en sus manos, incluso desde el punto de vista formal, el mundo de las finanzas. El Estado determina cómo han de vivir los grupos dominados. Los presupuestos estatales destinados a que las masas se adhieran al régimen, a sembrar en su seno la división y a reorganizarlas en función de determinados objetivos, como son las obras públicas, la asistencia social oficial, etc... o sea, el llamado socialismo, sólo encuentran serias resistencias durante el período de transición al fascismo en el caso de que exista un régimen inequívocamente conchabado con la gran industria. Las quejas de los pequeños empresarios son estimuladas hasta que se consolida el poder verdaderamente autoritario, ante el cual las protestas se reducen rápidamente a un rezongar inofensivo. Entre tanto, continúa la obstrucción que demuestra la impotencia de cualquier receta que no sea la fascista. Con la desaparición de la aparente independencia del parlamento, desaparece también la aparente independencia del poder del dinero. El estrato social que dispone de los instrumentos de producción material se destaca, también en el plano formal, como determinante: la burocracia industrial y política. La competencia había funcionado siempre sólo como elemento mediador y ahora sufre un retroceso dentro de los Estados. La industria pesada, que en Alemania adquirió un franco dominio de la mano del Estado autoritario, era insolvente en aquel momento y se había quedado muy atrasada en comparación con otras industrias. Según los principios liberales de la competitividad, estaba enferma a pesar de todo su poder. Sin embargo, dentro del fascismo, el poder compite fundamentalmente sólo en el ámbito internacional; en el interior, utilizando medios estatales, prosigue la lucha contra las industrias recalcitrantes y contra la clase trabajadora. Además, lo que se pone de manifiesto es que el contrato sólo constituía la base de la relación laboral en su aspecto formal; ahora aparecen en su lugar con toda claridad el decreto y la orden y el contrato adquiere un nuevo significado en tanto que convenio entre camarillas igualmente fuertes dentro del Estado, de modo que se asemeja bastante a ciertas relaciones medievales. En el nuevo Derecho, la universalidad de la ley y la independencia del juez son abiertamente abandonadas. Si en el liberalismo la desigualdad aparecía encubierta por el velo de la igualdad del derecho, lo cual, dado que el velo mismo no carecía de entidad, garantizaba un mínimo de libertad, ahora se hace tabla rasa con los derechos humanos como si no fueran más que una ideología. Algunos grupos aislados y también algunos individuos se ven específicamente afectados por la ley; entran en vigor leyes jurídicas con efectos retroactivos. El juez es liberado de su ridículo oficio de fonógrafo, en cuyo ejercicio se limitaba a interpretar y dar noticia del derecho; se le convierte en ejecutor directo de los mandatos de la superioridad, con lo cual es equiparado al verdugo. Este desenmascaramiento se consuma también con otras entidades sociales características.
Ante el horror que acompaña al actual desmoronamiento de una forma histórica de vida de la humanidad, parece como si junto con la mística populista, que en último término reposa sobre un nihilismo escéptico, asistiéramos al retorno de la época del más noble escepticismo, aquel que en la Antigüedad constituyó el último asidero del individuo desesperado. Pero desde entonces a acá la historia ha progresado y los hombres han conquistado los instrumentos para establecer la felicidad sobre la tierra. De ahí que el escepticismo de la gente culta, que callando firman su paz particular con el estado actual de cosas, no sea hoy día algo más noble que el escepticismo vulgar de los colaboracionistas. Montaigne entraría en conflicto con los actuales escépticos. Es gusto suyo "y quizá no sin algo de exceso, el que quiera tanto a un polaco como a un francés y que posponga la vinculación nacional a la universal y común".
Sólo en parte podríamos atribuir semejante confesión al hecho de que Montaigne no se pudiera adherir al principio nacional que más tarde habría de revelarse como revolucionario y a que todavía estuviera anclado en la Edad Media. La filantropía nunca es meramente reaccionaria. Nada tiene que ver con la neutralidad frente al fascismo ni con el decadente escepticismo moderno. El tipo fascista de hombre y su ideal, que es la humillación del hombre por el hombre, son todo lo contrario del humanismo, tanto en su forma escéptica como en su forma religiosa.»
[El texto pertenece a la edición en español de Ediciones Altaya, 1995, en traducción de Mª del Rosario Zurro. ISBN: 84-487-0194-1.]
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